He comenzado el año caminando como si me persiguieran y no descarto que así sea, porque mi medidor de muñeca cube que llevo una media de 17.000 pasos al día desde que empezó 2025. Recorro el Cubo de la Galga de La Palma, en uno de los pocos bosques de laurisilva del planeta, un fósil viviente, un recuerdo de que hace miles de años así fueron todos los montes, y termino tan cansada y satisfecha que temo no querer volver a sentarme ocho o diez horas al día delante de un ordenador, porque qué animal en libertad querría hacer eso. El problema no es solo una cerviz hundida de tanto agacharla. Aunque parezca que delante de una pantalla el cuerpo se mantiene quieto la mente va a mil por hora, creando el sinsentido de combinar un esqueleto inmóvil con un cerebro revolucionado. Siento que caminar en este bosque es lo contrario. Las piernas se mueven y mientras tanto, los pensamientos se van calmando.
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