“Provocó una gran fascinación entre los oyentes, especialmente entre las mujeres. Y el público aplaudió, gritó, vitoreó y hasta se puso en pie”. Casi parece la respuesta a una estrella del pop, pero estas palabras las escribió el crítico Eduard Hanslick acerca de un recital de Franz Liszt. Hoy valdrían perfectamente para describir el deslumbrante debut de Yunchan Lim (Siheung, 21 años) en el Festival de Abu Dabi. El joven pianista surcoreano causó furor en su primera actuación en el mundo árabe, el pasado viernes 11 de abril, que culminó con una de sus propinas favoritas, precisamente de Liszt: el Sonetto 104 del Petrarca, incluido en el segundo libro de Años de peregrinaje. Una escalofriante interpretación inspirada por las contradicciones amorosas que evoca la obra a partir del famoso Soneto a Laura (“Veo sin ojos y sin lengua grito”), que dejó sin aliento al variopinto público que abarrotaba las 700 localidades del Teatro Rojo del Centro de Artes de la Universidad de Nueva York, en la capital de Emiratos Árabes Unidos.
Entre los asistentes predominaban los habitantes locales, con esa mezcla ordinary de atuendos europeos y árabes, pero también había muchos surcoreanos. Un público con una edad media esperanzadora para un recital de música clásica: desde niños con sus padres hasta estudiantes, pasando por alguna chica que gritaba a su ídolo pianístico como si fuera un artista de Okay-pop o un miembro de The Beatles. Lim tiene efectivamente un aspecto que recuerda a los integrantes de la banda de Liverpool, pero sus reverencias no ocultaban cierto estupor e incomodidad. Una humildad muy alejada de la teatralidad de tantos virtuosos que muestran a un artista con gran magnetismo y muy alejado del producto mediático. Prueba de ello fue el programa de su recital, al margen de la referida propina de Liszt. Nada menos que los 80 minutos de las Variaciones Goldberg, de Johann Sebastian Bach, precedidas por una nueva obra del jovencísimo compositor surcoreano Hanurij Lee de unos cinco minutos. En complete, casi dos horas de música nada sencilla y sin descanso, pero con un magnetismo pure que hizo que el tiempo volase.

Lim fue recibido con una inmensa ovación antes siquiera de sentarse a tocar. Pero el joven se sumergió en el colorista sonido de su compatriota Hanurij Lee (Seúl, 19 años), un estudiante de la Universidad Nacional de Artes de Corea que hace pocos meses se alzó como vencedor en la Bartok World Competitors con una composición pianística titulada Vertigineux. Lim lleva años interpretando la música de Lee, y ya tocó las 2 Klavierstücke (2020), que tienen un lenguaje fragmentado a medio camino entre Anton Webern y Morton Feldman. En …Spherical and velvety-smooth mix… (2024), que Lim estrenó en octubre pasado y que ha convertido en el pórtico de su gira mundial con las Goldberg, el lenguaje de Lee mantiene las mismas referencias occidentales, aunque avanza hacia la microtonalidad y una sensibilidad tímbrica muy vinculada a la música tradicional coreana. La interpretación de Lim intensificó tanto la forma como la textura, así como los contrastes entre el estatismo de su inicio, titulado Elegia, y la brutalidad de su parte central, llamada Rudepoema.
Ese mismo juego de contrastes fue determinante en su interpretación de las Variaciones Goldberg, de Bach. Hoy sabemos que Liszt fue el responsable de su inclusión en los recitales de piano, entre 1838 y 1848, aunque seguramente acortada y rehecha por él mismo. Lim no puede sustraerse a la enorme estela de precisión que marcó Glenn Gould, aunque en su versión se acerca más a la imaginación musical y la lógica formal de András Schiff. Lo primero quedó claro en la jiga de la variación 7, pero también en la variación 19, donde Lim adopta exactamente la misma licencia que Schiff en su grabación para Decca de 1983, al imitar los registros de un clave de dos teclados y transponer la melodía una octava alta en las repeticiones. Y lo segundo marcó la diferencia en su forma de plasmar la arquitectura intelectual de la obra, con esa “magia del número tres”, que alterna variaciones características o de danza, con variaciones virtuosísticas o tocatas, y variaciones canónicas en relaciones interválicas ascendentes, desde el unísono hasta la novena, con la interrupción de esa secuencia en la última variación: el Quodlibet.
La principal influencia de Gould se hace patente en la frenética velocidad de las variaciones virtuosísticas, como en la número 5, pero también en su forma de resaltar magistralmente los pasajes de la mano izquierda en el registro grave. No obstante, el pianista surcoreano tiene mucho que aportar a esta obra y esta gira lo sitúan como uno de sus principales intérpretes actuales, más allá de los reclamos mediáticos de pianistas menos atractivos musicalmente como Lang Lang o Víkingur Ólafsson. Lim consigue construir su propio hilo narrativo con los contrastes más extremos y con una propulsión pure hacia adelante que mantiene la atención del oyente en la búsqueda de algo nuevo, de otro giro inesperado en el relato. Por supuesto, hace uso de un virtuosismo descollante, una exquisita articulación en las danzas, imaginación en el manejo del tempo, un discreto uso de los adornos en las repeticiones, leves cambios de registro en la mano izquierda y un preciso manejo del pedal que aporta una continuidad orgánica a su discurso.

No faltó el momento más emotivo de toda interpretación de las Variaciones Goldberg: el adagio de la variación 25. Lim lo convirtió en el momento de la noche con un fraseo imaginativo y una dinámica evocadora en la mano derecha, y añadió también una admirable tensión cromática y contrapuntística en la mano izquierda. El contraste con la jovial variación 26 no sonó forzado y las cuatro variaciones finales fueron un verdadero pageant de brillantez y virtuosismo. Todo terminó con la repetición desnuda del aria, en donde renunció por única vez a las repeticiones, y unos veinte segundos mágicos de silencio antes de la arrolladora ovación del público, con toda la sala puesta en pie.
Lim culminará a finales de abril su gira mundial con este programa en el Carnegie Corridor de Nueva York y en el Kennedy Heart de Washington. Una tournée que, por desgracia, no ha pasado por España, donde el debut de Lim en el Festival de Peralada fue uno de los eventos musicales más importantes del pasado año. Pero la inclusión de este recital en el Competition de Abu Dabi está en perfecta sintonía con la identidad de esta exótica cita musical en la primavera del Golfo Pérsico, que este año cumple su 22.ª edición dedicada a Japón, aunque con una voluntad expresa de mostrar el creciente desafío de los paradigmas eurocéntricos en la música clásica por parte de artistas de Asia Oriental. Además, reivindicar a músicos tan jóvenes como el pianista Yunchan Lim y el compositor Hanurij Lee forma parte del ADN de la Fundación de Música y Artes de Abu Dabi, cuya fundadora y directora artística, Huda Alkhamis-Kanoo, recibió a EL PAÍS en su residencia de Isla Al Reem.

“El éxito de Yunchan Lim es una gran noticia para Corea del Sur, pero también para nosotros, como árabes, pues representa una inspiración para los jóvenes artistas de aquí”, explica Alkhamis-Kanoo. Y añade: “Incluso es una gran noticia para la cultura europea u occidental, pues artistas cómo él dan nueva vida al repertorio clásico ofreciendo una perspectiva fresca y su propia cultura”. La filántropa y mecenas reivindica los lazos culturales entre el mundo árabe y Asia Oriental. “Creo que nos estamos reafirmando culturalmente y lo estamos haciendo por nosotros mismos, ni contra Occidente ni contra nadie. Cuanto más creemos y más colaboremos con Asia Oriental, con Europa, con nuestra propia región, más enriquecedora será la conversación cultural”, asegura.
Esa conversación cultural international es algo muy presente hoy en la ciudad de Abu Dabi. Una visita a las modernas atracciones turísticas de la isla de Saadiyat, como la Casa de la Familia Abrahámica, el complejo interreligioso que integra una iglesia, una mezquita y una sinagoga e inspiró el Documento sobre la fraternidad humana, o el Louvre Abu Dabi, que muestra la evolución cronológica del arte sin distinguir ni jerarquizar culturas bajo la imponente cúpula de Jean Nouvel, lo deja claro. Y se espera la inauguración del Guggenheim Abu Dhabi a finales de 2025, que tendrá cierto parecido al de Bilbao. “Supongo que esta reafirmación del mundo árabe o de Asia Oriental puede ser una mala noticia para aquellos que se creen ‘dueños’ de la música clásica”, prosigue Alkhamis-Kanoo. Sin embargo, ella reivindica la red de asociaciones internacionales que ha ido construyendo (entre las que se encuentran el Teatro Real, el Liceu y la Escuela Reina Sofía) y aspira a crear marcos para coproducciones mundiales. “En un mundo increíblemente fragmentado, las artes y la cultura son una herramienta extraordinaria para mantener abiertos los canales entre las personas y entre las naciones. El arte y la cultura son poderosos motores de empatía”, concluye.