En 2009, por cosas que no vienen a cuento, me vi en Nueva York enfrentando una mudanza yo sola. Llegó la víspera y los del nuevo edificio me empezaron a pedir papeleos del seguro que yo, ignorante, no había cumplimentado. Paralizada, me senté en el suelo de aquel piso vacío y pensé en rezar. No hizo falta, porque apareció un ángel. Se llamaba José Fernández, neoyorquino de origen puertorriqueño, decorador que venía a hacerme algunos arreglos. El hombre, como un personaje de Frank Capra, se ofreció a ayudarme. Le invité a comer; le hubiera puesto un piso. Nos hicimos casi amigos. Me dijo que vivía en Occasions Sq.. ¿En Occasions Sq., donde los teatros? Sí, allí vivía él con su marido, pastor episcopaliano de una iglesia ubicada en el mismo corazón del musical. Nos invitaron una noche al templo, escuchamos una misa cantada y subimos luego al apartamento de José y del padre Jay, que se quitó el alzacuello como el ejecutivo se quita la corbata y sin bendecir la mesa disfrutamos de una cena deliciosa hablando de cine español, que les fascinaba. Al salir a la calle, expuestos a la algarabía incesante de Broadway, desconcertados como Michael Keaton en Birdman cuando se ve desnudo en medio del gentío, pensé que siempre hay personas tan bondadosas que consiguen crear un remanso de paz en medio de la batalla. Quise casarme allí, en la cuna del musical, bendecida por ese buen pastor, pero se me tachó de fantasiosa.
En 2012 un joven y brillante pianista de Picanya, Antonio Galera, me escribió diciéndome que iba a estar de paso en Nueva York dos días y que si le conseguía un piano me daba un concierto. Nunca le pregunté si lo había propuesto en serio, pero para mí se convirtió en un reto. Pregunté en los centros españoles y nada, entonces recurrí a una vecina del barrio, María José Pascual, valenciana proclive al mecenazgo, y entre las dos encontramos una iglesia, la West Finish Collegiate Church, dirigida por una mujer, la pastora Cynthia Powell, a su vez directora de la Stonewall Chorale, el primer coro de gays y lesbianas en EE UU, inspirado en la histórica defensa de los derechos gays a raíz de las manifestaciones del año 69 contra las redadas policiales en el mítico bar del West Village. El joven Galera pudo tocar y no solo para mí, allí asistió un nutrido grupo de vecinos que disfrutó de una velada con ecos de lo mejor de España. Luego cenamos con la arrolladora pastora, su mujer y otras amigas. Galera y Powell establecieron un vínculo afectivo que dura hasta hoy y que le facilitó al músico conexiones con algunos festivales prestigiosos del Estado.
La obispa Budde tenía pensado articular su sermón en torno a honestidad, dignidad y humildad, pero al escuchar las palabras de Trump en su ceremonia de posesión sintió la llamada de una obligación ethical, la de añadir un cuarto elemento: el ruego urgente por la compasión, por la misericordia, una petición dirigida a un mandatario que esquivaba su mirada desde uno de los bancos de la fastuosa Catedral de Washington. No fue fácil para esta mujer irrumpir con la verdad en un templo plagado de súbditos de Trump, pero pensó que debía ser la voz de los que no la tienen. No period la primera vez que plantaba cara al gigante, ya en 2020, cuando vio al hoy presidente blandir airadamente la Biblia después de que la policía disolviera con violencia a los manifestantes que clamaban a favor de la justicia racial, Budde expresó su indignación en un artículo de The New York Times contra un gesto que consideraba opuesto a las enseñanzas bíblicas.
Hoy he visto a la pastora Cynthia Powell animando a agradecer a Budde su valiente sermón. Aparece en su petición una foto de la obispa sonriente y una frase que reza: I´m together with her. Yo también estoy con ella. Cuando la Iglesia Católica admita la diversidad en sus predicadores se acercará más a su doctrina, aquella que cube desear que la paz esté con nosotros.