A veces parece que ya nadie se acuerde, pero hace aproximadamente 15 años la Unión Europea estaba al borde del precipicio, a punto de irse al infierno. Acababa de saltar por los aires Lehman Brothers y la Alemania de Merkel le impuso a todo el Sur una camisa de fuerza en forma de austeridad, ajustes y recortes: una purga fiscal de caballo para una disaster que en realidad period financiera y que a punto estuvo de llevarse por delante el mismísimo euro. Uno de los episodios más infames de ese incendio llegó con el primer rescate a Grecia. Para desesperación de los griegos, Merkel retrasó ese rescate a Atenas para que no perjudicase los intereses de su partido, la poderosa CDU, en las elecciones de Renania del Norte-Westfalia. Merkel, en fin, period mucha Merkel en Europa. Nadie le tosió en Bruselas. Pero sí en casa: el excanciller Helmut Kohl tenía entonces 80 años e iba en silla de ruedas, pero levantó aquella voz tronante, ya desaparecida, para recriminarle a Merkel su miopía política. “Me va a romper mi Europa”, bramó Kohl, que para más inri había sido el mentor político de Merkel. Un par de años después, y después de equivocarse una y otra vez, la canciller dijo las palabras mágicas (”si el euro fracasa, fracasa Europa”) y con la ayuda de la varita de Draghi la disaster se cerró después de mucho sufrimiento innecesario.
Ironías de la historia: Merkel acaba de dar una sacudida formidable en la campaña alemana con un papirotazo formidable contra su delfín, Friedrich Merz. La derecha alemana se apoyó este miércoles en los ultras de AfD para endurecer la política migratoria y hacer aún más difícil el derecho al asilo, que está en peligro de extinción en esa Europa que presume tanto de valores. Enfurecida por lo que podía significar el ultimate del cordón sanitario a los ultras —en plenos fastos por el 80º aniversario de Auschwitz, nada menos—, Merkel dio un puñetazo en la mesa a lo Kohl y, contra pronóstico, ha conseguido frenar esa ley y, de paso, hacer estallar la precampaña alemana. Los ultras han llegado ya a los gobiernos de media docena de países en Europa, con la posfascista Giorgia Meloni como mascarón de proa de la versión europea de esa internacional reaccionaria. En España están ya en un puñado de Ejecutivos autonómicos. Solo Francia y Alemania mantienen ese cortafuegos. Pero Le Pen está muy fuerte en Francia, y la CDU ha dado claras muestras esta semana de que ese tabú está a punto de dejar de serlo en Berlín.
Alemania está en medio de una crisis profunda, no solo en lo económico. Esa disaster le debe mucho a frau Merkel, que durante casi dos décadas, además de patrocinar uno de los mayores errores de política económica de la historia de la UE, no hizo una sola reforma y patrocinó un modelo económico obsesionado con el superávit comercial y fiscal, basado en dejar la defensa en manos de EE UU, conseguir energía barata de Rusia y fiar a China —y su peculiar respeto por los derechos humanos— la demanda de sus coches de gran cilindrada. Todo eso se ha ido al garete. Y el fiasco tiene profundos efectos secundarios: todas las graves disaster económicas tienen su correlato político, y la inestabilidad caracteriza desde hace meses la política alemana.
El patinazo de Merz y la fenomenal llamada de atención de Merkel, que ha vuelto desde su silenciosa jubilación para protagonizar una jugada política de primer nivel, elevan la tensión a otra dimensión. La iglesia alemana ha salido de inmediato a criticar a los conservadores (CDU) y a los cristianodemócratas (CSU). La comunidad judía se ha sumado a las protestas. Un superviviente del Holocausto acaba de devolver una condecoración que le otorgaron con todos los honores. Lejos de achicarse, Merz estaba decidido a seguir adelante con una ley que limitara la llegada de refugiados (llamada Zustromsbegrenzungsgesetz, el alemán es un idioma impagable para bautizar eras doradas). Antes de que la rutilante aparición de Merkel hiciera saltar la banca, el miércoles apoyaron esa ley el supuesto centroderecha (CDU-CSU), junto con los supuestos liberales (FDP), la estrella emergente Sahra Wagenknecht (líder de la supuesta izquierda populista, o algo parecido) y la ultraderecha de AfD. El historiador Tony Judt solía llamar “neofascistas reciclados” a partidos como la AfD. O como el de Meloni. O como Vox, para qué engañarse.
El revés de Merz es de primera división, pero ese pulso va a seguir ahí. El endurecimiento de las políticas migratorias es ya un hecho en toda Europa, tanto en los países más abiertos —los escandinavos— como en países con pasados espinosos, y por supuesto en socios gobernados por la ultraderecha, pero también por la derecha, por el centro o por la izquierda (los socialdemócratas daneses llegaron a votar una ley a favor de confiscar las posesiones de los refugiados). La economía de la envejecida Europa necesita migrantes como el comer, pero me temo que el mundo parece haberse hartado de los argumentos: Occidente se ha metido en vena un cóctel molotov de miedo, nostalgia y fatalismo y uno de los temas estrella es la migración, que confronta al liberalismo asociado a Europa y EE UU con una contradicción central en su filosofía; le pone frente a sus valores y lo que refleja el espejo es extraño, es estridente, es feo.
“El debate migratorio se ha transformado: de discutir de derechos y economía ha pasado a ser un debate sobre seguridad e identidad”, escribe el analista Ivan Krastev. Las fronteras abiertas ya no son un símbolo de libertad, sino de inseguridad. Y, sin embargo, las fronteras y la migración son solo la punta del iceberg de lo que está pasando en Europa: la verdadera partida es otra. Si hasta en Alemania corre peligro el cortafuegos a los ultras y las derechas se arriman a los “neofascistas reciclados” incluso en el país que más en carne viva sigue teniendo la historia de la II Guerra Mundial, habrá que colegir que algo va mal, definitivamente mal.
Al igual que en su día Helmut Kohl, Merkel ha puesto el dedo en la llaga de la batalla político-cultural que se avecina en Alemania, en toda Europa: ¿cuáles van a ser los contornos del centro político ante ese frío y cortante vendaval que irrumpe a su derecha? ¿Va a seguirse arrimando el centroderecha a ese neofascismo reciclado? Será más difícil si líderes como Merkel levantan la voz (cabe decir que, en España, Felipe González mantiene un estruendoso silencio sobre Vox). Ese es el mayor riesgo ahora mismo. “El periodo de 1945 a 1989 empieza a parecerse cada vez más a un paréntesis. Esto no significa que vayamos a volver a las andadas. El pasado deja un registro y un recuerdo, y ese recuerdo es una de las razones por las que las cosas recordadas difícilmente se repetirán. Pero a medida que nos vamos alejando de 1945, también es cierto que la gente puede olvidarse de recordar”. Ay, Judt.