Dar la razón a domicilio: he ahí un nicho de mercado sin cubrir. Hace falta una empresa que sea capaz de enviarte a casa en diez minutos a un empleado (o empleada: el genérico no llega) para darte la razón al tiempo que te arropa, para dártela y dártela hasta que te quedes dormido (o dormida). Lo deseable sería que, al tiempo de solicitar el servicio, dijeras en qué asunto o asuntos deseas llevar razón para ajustar el precio por anticipado, pues no puede costar lo mismo darte la razón en que la Tierra es plana, que está al alcance de cualquiera, que en si Dios es pura bondad, pese a la existencia de Trump, de Milei o de Isabel Díaz Ayuso y su inefable Miguel Ángel Rodríguez. Las tarifas de los teólogos, como las de las nutricionistas, están por las nubes.
Aparte de los temas típicos de las nochebuenas familiares, en los que la razón se puede vender casi al por mayor tanto a los que opinan que sí como a los que opinan que no, podría cobrarse un sobreprecio a los clientes que desearan posicionarse a favor y en contra al mismo tiempo de una cuestión cualquiera. No es que se trate de una solicitud rara, pues tales conductas están a la orden del día en nuestra época, pero compatibilizar la razón con la sinrazón requiere ciertas habilidades dialécticas que no están al alcance de todos. Resulta conveniente, pues, anticipar estos giros mentales del consumidor antes de que sucedan.
Se entiende que podríamos, asimismo, pedir que vinieran a casa a quitarnos la razón. Este sería el servicio más caro, aunque también el más arduo, pues tenemos la necesidad de llevar la razón interiorizada de tal modo que resulta imposible extirparla sin dañar los tejidos adyacentes. Ahora bien, una vez eliminada, te invade de inmediato una paz que no se puede comparar con la que produce fármaco alguno, pues no se trata tanto de provocar una ausencia de daño como de promover un contradaño. Y, de paso, que nos traigan una pizza.