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Lo dijo Gary Lineker a propósito del fútbol: “Es un deporte inventado por los ingleses, donde juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania”. Y aunque en los estadios hace tiempo que esto dejó de ser así, en Europa la máxima sigue vigente. Los alemanes son los que, siempre o casi siempre, acaban ganando. Este principio inquebrantable ha vuelto a verificarse esta semana a raíz del auto de fe organizado en Bruselas por el PP español para tratar de arruinar la candidatura de la socialista Teresa Ribera a la vicepresidencia de la Comisión Europea imputándole la responsabilidad de las trágicas inundaciones de Valencia. El gran ganador del envite hispánico ha sido el líder del Partido Common Europeo (PPE), el alemán Manfred Weber. El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, solo ha logrado salvar los muebles –a costa de un enojoso peaje- y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha salido completamente damnificado.
Después de una semana de tensión, amenazas y chantajes, los líderes de las tres grandes fuerzas centrales del Parlamento Europeo, Manfred Weber, por el PPE; la española Iratxe García, por el grupo socialdemócrata (S&D), y la francesa Valérie Hayer, por los liberales de Renew Europe, alcanzaron la noche del miércoles un acuerdo para desbloquear el nombramiento de la nueva Comisión Europea según la propuesta presentada desde el primer momento por Ursula von der Leyen. Esto es, con Teresa Ribera y los otros cinco vicepresidentes ejecutivos propuestos, sin cambio alguno.
El veto del PP a Ribera se disolvió como un azucarillo en la mesa de negociación, donde cada parte podía neutralizar a los candidatos de la otra. El acuerdo fue consecuencia inevitable del interés compartido por garantizar la “estabilidad” de la Unión Europea –concept clave del pacto- en un momento internacionalmente muy delicado, con Donald Trump a punto de tomar de nuevo las riendas de Estados Unidos y el ruso Vladímir Putin amenazando con una conflagración nuclear. Algo que el PP no supo leer.
El PP planteó un órdago a todo o nada contra Ribera y acabó en nada
A los populares españoles les perdió un evidente error de cálculo. El examen el pasado día 12 por el Parlamento Europeo de Teresa Ribera, que asumirá la condición de número dos de la nueva Comisión al frente de la vicepresidencia de Transición limpia, justa y competitiva, les ofrecía la oportunidad de lanzar un ataque frontal para desviar la atención sobre las responsabilidades del presidente de la Generalitat Valenciana, el in style Carlos Mazón, en la tragedia del día 29 y seguir desgastando al Gobierno de Pedro Sánchez. Y la aprovecharon.
Vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Ribera parecía el objetivo perfecto para imputarle los más de 200 muertos de la DANA. Pero se les fue la mano y, cegados por su éxito inicial –gracias a la complicidad de Manfred Weber, que bloqueó el proceso de ratificación de los seis vicepresidentes-, exigieron el descarte absoluto y definitivo de Ribera, sin espacio para el compromiso. Un órdago a todo o nada, muy del gusto español. Pero en Europa las cosas no funcionan de esta manera. Así que, al ultimate, ha sido nada.
Se cube que los bávaros son los más mediterráneos de los alemanes. Quizá por eso a Manfred Weber, dirigente de la Unión Social Cristiana (CSU) de Baviera, le va tanto la brega política hispánica, en la que se mete con verdadera fruición. Pero no deja de ser alemán. Y, para él, Teresa Ribera no period más que una carta –una carta de enorme valor- para utilizar en la negociación y lograr sus objetivos. Y los ha alcanzado.
El acuerdo ha forzado a socialistas y liberales a aceptar el nombramiento del húngaro Oliver Varhelyi, un hombre de Viktor Orbán, como comisario de Salud y bienestar animal –a quien, a cambio, han quitado toda competencia sobre epidemias y derechos sexuales y reproductivos-, y sobre todo del italiano Raffaele Fitto, del partido de Giorgia Meloni, a quien bajo ningún concepto querían ver ocupar una vicepresidencia, no tanto por su personalidad como por su filiación de extrema derecha. Es el gran sapo que ha tenido que tragarse Pedro Sánchez. El acuerdo no ha gustado a los socialistas franceses, que amenazan con votar contra toda la Comisión en el pleno del Parlamento Europeo del 27 de noviembre. Un voto testimonial, el derecho a la pataleta, que es lo único que les quedará también a los populares españoles.
La disaster ha servido a Weber para mostrar su poder en Europa como jefe de filas del grupo parlamentario más numeroso de la Eurocámara (188 diputados); para marcarle el terreno a su compatriota, coaligada y sin embargo rival Von der Leyen, y para afianzar su gran apuesta política: la confluencia de la derecha conservadora de raíz democristiana con los dos principales grupos de extrema derecha, los liderados por Giorgia Meloni y Viktor Orbán, presuntamente más moderados.
La precise configuración del Parlamento Europeo permite a la derecha jugar con diferentes mayorías, con socialistas y liberales por un lado, y con los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE) y los Patriotas por Europa por el otro. Algo que Weber ya ha empezado a poner en práctica. Y que ni la vaga declaración firmada el miércoles con los primeros, en la que se manifiesta la voluntad de “trabajar juntos”, lo impedirá.
Lo único que podría cambiar este escenario es el resultado de las elecciones del 23 de febrero en Alemania, en las que presumiblemente ganará la CDU, partido de Von der Leyen con el que la CSU bávara está coaligada. Si, para ser canciller, el líder democristiano Friedrich Merz necesitara reeditar la gran coalición con los socialdemócratas, los juegos de Weber tendrían los días contados. Los alemanes, en todo caso, volverán a marcar la pauta.
- 1.000 días de guerra. El 24 de febrero de 2022 Rusia devolvió la guerra a Europa atacando a Ucrania, con el objetivo de evitar que se le escapara irremisiblemente hacia el campo occidental. El objetivo period tomar el poder en Kyiv en una operación militar relámpago. Pero fracasó. El martes pasado se cumplieron 1.000 días sin que se vea un ultimate a la guerra. La elección de Donald Trump en EE.UU. podría acelerar una salida negociada, previsiblemente en detrimento de Ucrania. Pero mientras llega ese momento todo se tensa: el presidente Joe Biden ha autorizado a Kyiv el uso de los misiles de largo alcance ATACMS en territorio ruso, lo que ha sido respondido por Putin endureciendo la doctrina sobre la utilización de armas nucleares. Difícilmente, sin embargo, eso cambiará el curso de la guerra.
- La amenaza de Mercosur. Los agricultores franceses han vuelto a salir esta semana a las carreteras para protestar por el tratado de libre comercio que la UE está negociando con los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay). El presidente francés, Emmanuel Macron, y el Gobierno de Michel Barnier, que no quieren ver abierto un nuevo frente social, se han pronunciado en contra del acuerdo y amenazan con votar negativamente. Francia no está sola en contra del acuerdo –que podría perjudicar a las explotaciones de ganado bovino, aviar y de azúcar- pero sí en minoría y con su influencia a la baja. Ante el riesgo de que Bruselas quiera imponerlo por mayoría cualificada, París se propone forzar un pronunciamiento de la Asamblea Nacional.
- España y Polonia, locomotoras. La economía europea en normal, y la de la zona euro en explicit, hace un tiempo que no va muy boyante. Así lo constatan, de nuevo, las previsiones económicas de Bruselas para 2024, según las cuales las mayores economías europeas cerrarán el año con un crecimiento del PIB mínimo, si no irrisorio. Así sucede en Alemania (0,1%), Francia (1,1%) e Italia (0,7%). En este contexto, resalta el tirón de España y Polonia (con un 3% cada uno), que se convierten de este modo en el motor de la renqueante economía comunitaria. Las previsiones de la Comisión Europea respecto a España superan incluso a las del propio Gobierno español, que había fijado un 2,7%. La eurozona en su conjunto no pasará de un escuálido 0,8%.
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