En su libro Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Jared Diamond diferencia entre colapso y declive de las civilizaciones. El primero es un descenso drástico de la población y la complejidad política, económica o social. El declive es, en cambio, una versión leve del colapso, como su conquista por otra sociedad vecina, pero sin que se altere el tamaño whole de la población o se derroquen las élites gobernantes. Para el autor, una de las grandes causas del fin de una sociedad, que puede acabar dejándola en ruinas, es el ecocidio, es decir, el suicidio ecológico cometido por quienes destruyen los recursos naturales de los que dependen; pero también están los vecinos y socios hostiles, las malas decisiones de los gobernantes, la reacción de la propia sociedad.
No sé aún si lo de X es un colapso o un declive, pero desde luego se trata de una catástrofe ambiental digital dirigida en gran parte por su líder. Sus habitantes están migrando a ecosistemas más sostenibles, donde sienten que pueden llevar una vida mejor. “Llegar aquí ha sido como apagar la campana extractora. Con qué facilidad habíamos naturalizado soportar impertinencias, faltas de respeto, insultos y amenazas. Cómo asumimos que period el peaje necesario”, escribió Paloma Rando, columnista de este diario, en Bluesky, una crimson que está acogiendo refugiados digitales al ritmo de un millón al día, y que al menos proporciona herramientas avanzadas para controlar a qué contenidos desea una exponerse. Sin llegar al caso extremo de los y las periodistas —un 73% de ellas ha sufrido acoso en línea, según datos de la Unesco— los usuarios se han hartado de, en el mejor de los casos, hablar solos debido a la reducción del alcance de los mensajes; en el peor, de discutir hasta la polarización con otras personas también polarizadas, o de pagar con su sensibilidad la falta de moderación de contenidos de spam, violencia y desinformación.
Un estudio reciente de la Universidad de Tecnología de Maryland parece confirmar lo que sospechábamos: desde julio, momento en que Elon Musk respaldó públicamente a Trump, tanto su cuenta como las republicanas sufrieron un aumento drástico de visibilidad, sugiriendo que el algoritmo fue manipulado para ello. Esa página principal inundada por Musk y su agenda política extrema ha crispado los ánimos hasta dejar el hábitat invivible. España, que acogió Twitter con entusiasmo en sus inicios, también es uno de los países que está adoptando alternativas a X con ganas. En nuestro caso, el detonante no solo han sido las elecciones estadounidenses. Después del horrible estrés informativo producido por las inundaciones de Valencia, que nos han mantenido a muchos ciudadanos conectados en un bucle constante de búsqueda de novedades, ha llegado el agotamiento, lo que en el mundo anglosajón se llama data fatigue. X es tierra quemada.
A Twitter le acompañó desde sus inicios la fantasía de ser un ágora, un lugar donde personas, organismos e instituciones de todo el mundo se conectan y comparten información de forma fácil e instantánea. Algo de ello sigue habiendo, pero en el web de 2024 estamos sufriendo las consecuencias de una superpoblación mediada por incentivos perversos. Siempre hubo chicas y chicos, izquierda y derecha, élites y plebe, y la convivencia nunca fue sencilla, pero ese mundo ha cambiado. Ahora cada tribu busca refugio en el lugar más afín, puede que para reagruparse y defenderse del colapso.