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Un mediodía de julio de 1995 quedé abducido por la televisión. Ratko Mladic, hombre chaparro de ojos fríos y general de los serbios de Bosnia, brindaba con el coronel Thomas Karremans. El serbio miraba sonriente a la cámara. El holandés, que lucía un hermoso bigote de morsa, estaba asustado y observaba al serbio de reojo. Karremans comandaba 600 cascos azules encargados de proteger a miles de bosnios musulmanes cercados por el enemigo en Srebrenica. En la siguiente escena aparecía de nuevo Mladic, esta vez repartiendo caramelos a niños bosnios. “No os va a pasar nada”. Detrás, centenares de hombres y mujeres escuchaban al militar en silencio. Muchos de ellos serían exterminados en los días siguientes. Más de 8.000 hombres, algunos de ellos niños.