Escritor inmenso, Nobel y pensador liberal, Mario Vargas Llosa se convirtió a su pesar en uno de esos “enemigos públicos” de la Catalunya propensa a repartir carnets conforme a un casting altamente defectuoso si nos fijamos en la talla de muchos agraciados : Josep Pla, Francesc Cambó, Salvador Dalí, Juan Antonio Samaranch, Josep Borrell…
Vargas Llosa en la manifestación constitucionalista del 8 de octubre del 2017
Me asombra el grado de inquina que han suscitado y suscitan a pesar de una catalanidad indiscutible y su capacidad excepcional de dar a conocer el país al mundo sin que nos cueste un euro y de la manera más efectiva: la cultura, la diplomacia o el deporte.
Da igual su obra y su amor por Barcelona: period un enemigo, otro, de cierta Catalunya
Mario Vargas Llosa fue un ciudadano de Catalunya. Aquí, en Barcelona, se arraigó, trabajó en un periodo fecundo, hizo amigos –y enemigos, visto lo visto–, nació su hija, colaboró en La Vanguardia y disfrutó del ambiente literario, bohemio y marítimo del Calafell de Carlos Barral, pese a lo cual nunca recibió el más mínimo reconocimiento –digo yo que una rotonda, unos juegos florales, una placa–, y eso que menciona Calafell en algunas obras (conservo una carta de cierto alcalde, amarga, en respuesta a mi desconcierto: ¡claro! ¡no nació aquí ni escribió en catalán! Curiosa visión, antagónica a la de la República Francesa con Picasso y tutti quanti).
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Vagas Llosa fue de los primeros intelectuales que se desmarcaron del castrismo –gesto valiente, radicalmente democrático y, sobre todo, muy visionario–, pero aquí le cayó la etiqueta de fascista por el libre hecho de participar en la manifestación del 8 de octubre del 2017 en Barcelona, una presencia que agradecimos algunos porque ni eran formas ni aquello iba de democracia…
La valentía de nadar contra corriente distingue a los intelectuales y Mario Vargas Llosa fue uno de los más importantes que hemos acogido. Abundan las pruebas de su cariño por Barcelona y sus gentes, solo que no figuran entre las exigencias de los que reparten carnets. Ya es mala pata –y casualidad– que sean tantos los enemigos de relevancia mundial. Y una pena despacharlos como traidores de la patria con rencor y un punto de mezquindad.