La advertencia de que hemos entrado en una nueva era aflora cada vez con más frecuencia en los discursos de los políticos europeos. Es bienvenida, no solo porque es cierta, sino porque es necesaria. Lo es para cambiar políticas y adaptarlas al desafío existencial al que nos enfrentamos, de lo cual ya estamos empezando a ver algunas esperanzadoras muestras en Europa. Lo es también para cambiar la política, tan o incluso más necesario que lo anterior.
La amenaza está clara. En el Este enfrentamos al imperialismo armado y violento de Putin. En el Oeste, el imperialismo extractivista de Trump. Más allá, no hay que sobrevalorar el deseo de estabilidad del sistema económico mundial que muestra China: en lo político, busca aniquilar la universalidad de los derechos humanos y se emplea activamente para apoyar a dictaduras opresoras e incluso agresoras. Por mucho que hable suave, es un dragón, no un panda.
El cambio de políticas necesario también está claro. Europa tiene que adaptarse a un mundo hostil, desarrollar nuevas defensas para proteger su independencia, su integridad, su libertad, su prosperidad. Hace falta garantizar seguridad militar, económica y política. Una nueva defensa que disuada ideas de ataque (pacifismo es querer la paz, y quererla hoy en Europa requiere quitarles malas concepts a contrastados agresores en serie). Un nuevo marco económico que garantice el vigor para hacer cosas y la cohesión social para que todos tengan condiciones dignas y oportunidades. Un marco jurídico que proteja nuestros sistemas políticos de las interferencias sin excesos censores por el camino que representarían una traición a nuestros valores.
Lo que parece estar menos claro es que también es imprescindible un cambio de política. Nunca nos hemos podido permitir el lujo de la politiquilla de poca monta que polariza y coloniza en el interés de la parte y en contra del colectivo. Pero ahora aparcarla es una cuestión existencial.
La tarea por delante es titánica. La UE debe reinventarse en varios aspectos, de entrada abriendo un pilar de defensa. Hay que construir nuevas geometrías de relaciones internacionales, en el continente y en el mundo. Cada nación europea tendrá que afrontar complicadas, posiblemente dolorosas, reconfiguraciones. El emprendimiento es de tal magnitud, dificultad e importancia que es obvio que hay que abordarlo reseteando el miope instinto de la parte y construyendo un nuevo espíritu cooperativo.
La dialéctica es el alma de la política libre, y debe seguir. Pero hay que entender que, en esta nueva period, hay un área extensa que debería respetarse como si fuera sagrada. Una superficie ampliada de política de Estado en la que las botas sucias del partidismo no deberían entrar. Esta área incluye la política exterior y de defensa, pero también otras como la educación —a medio y largo plazo único antídoto actual contra las manipulaciones informativas— y ciertos aspectos de la política presupuestaria. En ella es imprescindible cambiar de actitud, en todos los niveles de gestión. Esto no es centrismo ni una llamada a configurar grandes coaliciones de forma sistemática. Es una exhortación a asumir un espíritu fundacional, constituyente, resistente.
En algunos países, ese espíritu cooperativo no es ajeno a la política. Asistimos a señales alentadoras desde Alemania o Austria. En otros, como España, esa actitud parece una virtud ultraterrenal. Pero no lo es, y España la mostró en la Transición, así como Italia en la resistencia antifascista, en la fase constituyente de la República y otros momentos más recientes. Ese es el espíritu.
Abandonemos las líneas rojas dogmáticas. Los ordoliberales alemanes ya se han desprendido de su dogmatismo austericida. Ciertos sectores progresistas harían bien en desprenderse de una aversión a la defensa que, a estas alturas, suena a algo más que trasnochada. Tengamos todos el valor de enmendarnos.
Sobre todo, no esperemos que los demás muestren actitud cooperativa. Ofrezcámosla primero nosotros. Renunciemos a ese enésimo nombramiento hiperpartidista; debatamos con la oposición antes de perfilar proyectos sobre asuntos trascendentales, no después; enterremos ese eslogan hiriente e incendiario. Vivimos una nueva period peligrosa. Necesitamos una nueva política.