Es impensable que haya un líder político, de izquierdas o de derechas, con una motosierra anunciando un drástico recorte de los gastos públicos. El estilo Milei o Musk no es exportable al Viejo Continente. Sin embargo, esto no quiere decir que no sea necesario y hasta urgente plantearse la eficiencia de las administraciones públicas. No se trata de volver a la tradicional monserga del “derroche socialista” que popularizó la oposición de derechas durante los gobiernos de Felipe González y de José Luis Rodríguez Zapatero. Simplemente se trataría de hacer una auditoría para saber dónde se puede ahorrar con el fin de reducir el déficit público en pleno ciclo expansivo.
Es evidente que María Jesús Montero no tiene el talante propio de una vicepresidenta económica, y mucho menos de una ministra de Hacienda. En todos estos años en el poder ha dado muestras más que suficientes de que le repugna tener superávit, aunque se hayan disparado los ingresos fiscales. Nunca ha entendido el principio básico de la ortodoxia económica que aconseja ahorrar en los tiempos de vacas gordas para poder resistir cuando llegan las vacas flacas. Por su trayectoria (viene del PCE), sus estudios (medicina) y su ideología (socialpopulista), no le molesta en absoluto que España deba 1,62 billones de euros. Es de las que cree que el dinero público no pertenece a nadie, como en su día dijo su antecesora, Carmen Calvo.
La gran pregunta es cuándo será la próxima quita una vez que paguemos esta
Nadie puede negar que el modelo de gobernanza elegido por Pedro Sánchez es muy caro. No se trata solo de los 22 ministros que configuran su Consejo de Ministros, con la burocracia y el gasto que arrastra cada uno de ellos. Se trata de los peajes de un gobierno de coalición. A los socios de extrema izquierda, Sumar y Podemos, hay que darles lo que piden. Pero al tratarse de un gobierno en minoría también hay que pagar la factura del llamado bloque de investidura, Junts, ERC, PNV y Bildu. Entre ellos se ha establecido una especie de competición para ver quién saca más a La Moncloa para poder vendérselo a su electorado. Y esto sí que es ya un facturón. No termina aquí la cuenta, quedan aún sindicatos, oenegés, feministas, and many others. El presidente del Gobierno parece tener una manguera con la que va regando dinero por donde va. Lo importante es caer bien y resultar simpático. Por este motivo, tener una motosierra en casa no es nada standard.
Es en este contexto en el que se ha planteado la quita de 83.252 millones a las autonomías. Lo perverso de esta operación es el mensaje que se lanza al conjunto de las administraciones públicas: el que gasta no tiene que pedir dinero a los contribuyentes porque es free of charge, siempre llegará un gobierno central que utilice la deuda como moneda de cambio para conseguir los apoyos que necesita. La gran pregunta es cuándo será la próxima quita una vez que paguemos esta. En estas condiciones, el mejor político es el que más gasta y no el que mejor gestiona.
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