La imagen de Amy Winehouse sujetando una copa pertenece a la iconografía irrenunciable de los dos mil. Nadie recuerda a la cantante con un libro en la mano. Sin embargo, los tuvo siempre. En las giras intercalaba a Charles Bukowski, el escritor que más diseccionó el alcoholismo y otros infiernos en su literatura, con novela negra, según recordó hace unas semanas uno de sus músicos en Oporto (Portugal), donde la librería Lello expone la biblioteca private de la cantante y compositora británica, que en 2011 ingresó en el membership maldito de los talentos excepcionales y atormentados que mueren a los 27 (véase Janis Joplin, Kurt Cobain o Jim Morrison).
Siendo como fue escrutada y perseguida, resulta difícil pensar que existen cosas ignoradas en la biografía de Amy Winehouse. Su afición por los libros podría ser una de ellas. A nadie parecía interesarle indagar en aquella faceta, pese a que ella misma había confesado en una entrevista a The Guardian en 2007 que nunca viajaba sin “un buen libro”, que leía de todo y que period fan de la novela gráfica. “Puedo pasar mucho tiempo en librerías solo curioseando”, afirmaba.
Unos años después de su muerte, cuando se inauguró la muestra Amy Winehouse: A Household Portrait en Londres, su hermano Alex recordaba que en el suelo de su habitación juvenil había novelas rosa de Jackie Collins mientras que guardaba en el armario los libros de Dostovieski: “Amy se sentía un poco avergonzada por lo inteligente que ella period en realidad”.
La colección adquirida por Lello por una cifra no desvelada —la valoración previa a la subasta de los 230 libros del lote oscilaba entre 80.000 y 90.000 euros— muestra a alguien que acaso buscó en los libros la complicidad que le faltó en su entorno y que cimentó sobre ellos un talento pure para la escritura de canciones. Una biblioteca, también la suya, es una geografía intransferible, que a veces da más información que un carné de identidad.
La de Winehouse ayuda a conocer su evolución desde las lecturas románticas que esparcía por el suelo de su cuarto en la adolescencia hasta su búsqueda de referencias cuando ya había triunfado y vivía zarandeada por una fama mundial donde los escándalos tenían más cobertura que los conciertos. En la colección de la autora de Rehab, que acabaría siendo el himno autobiográfico de Again to Black, segundo y último disco, convivían Mijaíl Bulgákov, James Ellroy, Salinger, Chéjov, Arthur Miller, Scott Fitzgerald, Hillary Mantel y J. Ok. Rowling. Abunda la literatura beat y underground, quizás para explorar vidas desarraigadas que se saltaron a veces muchos límites. Y biografías de quienes alcanzaron la gloria y se perdieron en los abismos antes que ella, como Bob Marley, Frank Sinatra o Boy George.
Los dos centenares de títulos, que se exponen en la sala Gemma, un espacio acondicionado en el sótano donde los dueños de Lello muestran sus libros de coleccionista y el manifiesto en defensa de la lectura, no convierten a Winehouse en una bibliófila. Pero sí revelan una faceta ignorada por los tabloides, que encontraron en las adicciones, las enfermedades y los desamores de la estrella un filón para alimentar sus ventas. Sus excesos vendían más que su devoción por el cómic. Acumuló clásicos como V de Vendetta o Watchmen de Alan Moore, Epiléptico de David B., Alec de Eddie Campbell o Black Gap (Agujero Negro) de Charles Burns. Leyó a Robert Crumb, Adrian Tomine, Craig Thompson y Possy Simons, pero en su altar se situaron sin duda los hermanos Jaime y Gilbert Hernández. Conservó hasta 17 obras de los dibujantes estadounidenses.
Es possible que fuese un cómic su última lectura pendiente. “Creemos que el tercer volumen de Torpedo fue de las últimas obras que compró y que ya no llegó a leer. El libro salió en marzo y ella murió en julio de 2011“, explica Aurora Pedro Pinto, responsable de Lello, que siempre figura en las listas de las librerías más bonitas del mundo. Contra la extendida leyenda, Lello no inspiró escenarios de Harry Potter a J. Ok. Rowling, que trabajó como profesora de inglés en Oporto, pero su espacio encaja a la perfección con la decoración de la saga gracias a sus vidrieras y una icónica escalera roja.
Lo cierto es que Lello ha aprovechado la confusión para convertirse en una de las librerías más frecuentadas del mundo, con 1,2 millones de visitantes al año. También una de las más rentables, con la venta de un millón de libros anuales gracias al sistema que idearon Avelino y Aurora Pedro Pinto después de comprarla en 2015. Para visitarla es necesario comprar una entrada, que luego se descuenta de la compra de un libro. “Cuando llegamos period un establecimiento muy degradado, incluso llovía dentro. Las personas entraban, fotografiaban el inside y se iban. Dudamos si convertirla en un museo o mantenerla, pero pensamos que la locura es parte de la identidad de esta librería, que fue abierta en 1906 en un país con la mayoría de la población analfabeta. Ahora, de cada 10 visitantes, siete compran un libro”, explica la responsable de Lello.

Amy Winehouse usó a veces los libros como cuadernos, donde podía anotar su felicidad por una cita para ir un domingo al cine en Camden con un chico (llenó la página de corazones), escribir una sucesión de rimas tal vez para una nueva canción o apuntar la lista de invitados a una fiesta, que incluía a la cantante Kelly Ousborne y a su padre, acoplado con 20 acompañantes. La vida se cruzaba con las lecturas y a veces dejaba constancia.