El profeta del mundo extraño acaba de fallecer cuatro días antes de la inauguración oficial del mundo extraño. David Lynch ha muerto a los 78 años con Hollywood en llamas. El cineasta padecía un grave enfisema pulmonar y según el portal de información estadounidense Deadline su estado de salud empeoró al verse obligado a evacuar su domicilio en Sundown Boulevard como consecuencia de los devastadores incendios forestales en la ciudad de Los Ángeles. El poeta de la extrañeza ha muerto en pleno despliegue del mundo extraño. La semana que viene la distopía tomará posesión de la Casa Blanca. La foto oficial del futuro presidente de los Estados Unidos está inspirada en la foto de su ficha policial. Y Twin Peaks pronto cruzará la frontera con el Canadá.
No soy crítico de cine, ni siquiera puedo considerarme un cinéfilo. No he visto suficiente cine para tener una opinión articulada sobre la obra del artista que acaba de morir, pero he visto todas las películas de Lynch y he disfrutado mucho con ellas. Quiero confesar un secreto: Lynch me echó una mano durante el procés.
Viendo venir una disaster política de grandes dimensiones en octubre del 2017, me propuse buscar una vía de entretenimiento, un punto de fuga que me ayudase a no sucumbir al estrés durante aquellos días fatídicos en los que todo el país retrocedió. Ese punto de fuga fue la serie Twin Peaks. Con unos años de retraso, con muchos años de retraso, visioné la célebre serie de televisión mientras España vivía el tenso simulacro de ruptura. Cada día, después de escribir sobre los acontecimientos políticos de la jornada, me sumergía en el mundo extraño de Twin Peaks, ese idílico lugar del noreste del estado de Washington, muy cercano a la frontera con el Canadá, en el que han asesinado a una chica llamada Laura Palmer. Un pueblo modélico en cuyo inside va apareciendo un mundo perverso. Disfruté especialmente con la tercera temporada, la más onírica de la serie, que Lynch dirigió en su totalidad. Me ha impresionado mucho que un hombre que fue capaz de situar el desasosiego humano en el centro de una intensa narrativa haya fallecido días antes de la inauguración oficial de una etapa política en la que muy probablemente van a acabar de ser derribadas las lógicas y los preceptos sobre los que se construyeron el mundo democrático y sus zonas de sombra, España entre ellas, a partir de 1945. En el umbral de un mundo extraño, se nos va el más visionario narrador de la extrañeza. Después de Kafka, Lynch.
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Ha habido una rara conjura estos días. Antes de la inauguración oficial del mundo extraño también se ha ido Oliviero Toscani, el fotógrafo publicitario que consiguió un extraordinario éxito comercial gracias a la trasgresión. En los felices años noventa -creo que podemos llamar así a aquella época en la que la democracia creía haber llegado a una fase de expansión infinita-, Toscani irrumpió en el mundo del comercio con una campaña publicitaria para Benetton en la que aparecían un sacerdote y una monja besándose apasionadamente. El impacto fue enorme, sobre todo en el orbe católico.
Encabezada por Juan Pablo II, la Iglesia católica conservaba una gran fuerza sociopolítica en toda Europa, especialmente en Polonia e Italia. Vencedor ethical de la disaster del Este de Europa, que había concluido con la pacífica autodisolución de la Unión Soviética en 1991, el impetuoso Karol Wojtyla ejercía un fortísimo liderazgo. Los movimientos católicos extradiocesanos, la infanteria del Papa, movían a far y miles de personas. La plaza de San Pedro de Roma se llenaba todos los domingos para escuchar la oración del Ángelus. De común acuerdo con la jerarquía católica italiana, el Papa polaco acababa de extinguir el apoyo a un único partido llamado Democracia Cristiana, que en aquel momento se hallaba en horas bajas después de más de cincuenta años de liderazgo gubernamental. A partir de ahora, los católicos podrían dar su apoyo a otros partidos que defendiesen el ideario cristiano, aunque no fuesen organizaciones confesionales. Se estaba preparando el camino para Silvio Berlusconi.
En ese contexto, Tosacani inundó Italia con la imagen de un cura y una monja bellísima besándose. Sobre ese beso se acabó de edificar la marca Benetton, creada en 1965 en la localidad de Ponzano en la región del Véneto, una región que es algo más que Venecia y sus góndolas. El Véneto pronto emergiría como la zona con mayor dinamismo económico de Italia, basada en una empresa acquainted muy activa, cada vez más emancipada de la DC, con un nuevo artefacto político a su disposición: la Liga Norte. Un capitalismo rampante y travieso: romper los viejos códigos del clericalismo para vender jerseis de colores.
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Los anuncios titulados “United Colours of Benetton” incluían imágenes que aparentemente nada tenían que ver con la ropa. Un hombre enfermo de sida agonizando en la cama, acompañado de sus familiares en una composición visible muy dramática. Multitudes en pánico saltando de un barco que se está hundiendo. Un bebé recién nacido que no ha sido lavado, lleno de sangre. El cura y la monja besándose. Toscani demostró que la imagen se podía convertir en sujeto autónomo de una campaña publicitaria. Lo importante period captar la atención del público. Lo importante period captar esa atención, rompiendo viejos códigos de prudencia comercial. Lo importante period zarandear al público. ¿Les suena? Es lo que está ocurriendo hoy, en una escala salvaje, con las denomindas pretend information, o con las bravuconadas políticas. Captar como sea la atención del público.
Víctima de una grave enfermedad del sistema inmunitario, el propulsor de Benetton se ha ido mientras Donald Trump decidía que la foto de su ficha policial se debía convertir en el retrato oficial del nuevo presidente de los Estados Unidos. Oliverio Toscani tampoco asistirá a la inauguración oficial del mundo extraño, a cuya construcción ha aportado más de un ladrillo de vivos colores.