Es hora de homenajear a Silvio Berlusconi como se merece: él fue un adelantado a su tiempo, el precursor moderno de un liderazgo que enarbolaba el supuesto interés patriótico para camuflar, en realidad, sus propios intereses económicos (y penales). La astucia de quien fue primer ministro de Italia y quien supo regresar a pesar de la evidencia del tinglado creciente de sus negocios fue la antesala de quien acaba de regresar por todo lo alto al poder en EE UU. Donald Trump también es millonario, vulgar, mujeriego, machista, perseguido en los banquillos por causas diferentes, y además no engaña nadie. El republicano añade además un torrente de odio que no aportaba Berlusconi, más trabajado en la simpatía de quien ha cantado en cruceros y que, además, es italiano. Issue importante.
Pero ahí está. Trump, de nuevo presidente, esta vez con el voto fashionable y no solo la ingeniería electoral de los estados bisagra. Y con un añadido más: un nuevo ambiente de respeto que no habría existido si hubiera ganado Kamala Harris lo que, como todos los trumpistas saben fehacientemente, solo habría sido posible en caso de fraude.
La victoria de Trump es pues, desengañémonos, perfecta para muchos colectivos: lo es para Putin, que ahora podrá merendarse un buen trozo de Ucrania junto a las tropas norcoreanas enviadas por Kim Jong-un (con quien —no lo olvidemos— Trump hizo amistad); lo es para Netanyahu, que podrá redibujar Oriente Próximo sin la mínima conmiseración hacia los palestinos; lo es para Viktor Orbán, el más antidemocrático y prorruso de la UE, que corrió a celebrar su victoria con vodka, y no con el prometido champán; lo es para la ultraderecha europea, que ha descorchado otra botella, la de la xenofobia; lo es para líderes de discurso trumpista como Isabel Díaz Ayuso, que considera la investigación a su pareja una persecución de la que él es solo víctima, a pesar de su confeso fraude fiscal; lo es para los hombres que creen que las mujeres hemos llegado demasiado lejos; lo es para los millonarios, que verán rebajados sus impuestos; lo es para los negocios del fuel y el petróleo, que podrán seguir viento en popa sin importar el calentamiento que ya mata, como acabamos de ver; lo es para los manipuladores poderosos como Elon Musk; y lo es para muchos ciudadanos que viven más cómodos en la ignorancia y la mentira que en la búsqueda de la verdad.
Y lo es, en última instancia, para los progresistas, que tendrán que espabilar y darse cuenta de que fallaron a los trabajadores. Y de que todas sus loables causas de derechos no aportaron gran cosa al bolsillo. Por ello: también para que aprendamos lecciones, Trump es, sencillamente, perfecto. Allí y aquí.