El primer avión de la period Trump cargado con deportados indios vuela en estos momentos rumbo a India. La aeronave militar, un gigantesco C-17, ha despegado de San Antonio, Texas, con destino al aeropuerto de Amritsar, en el Punyab. En la capital religiosa de los sijs hay una gran expectación y ningún reproche por el regreso de 205 conciudadanos. A estos se les espera hacia el miércoles al mediodía, tras una escala en la base estadounidense de Ramstein, en Alemania.
Las autoridades punyabíes, que no disponen de la lista de pasajeros, tienen un gran interés en verificar la identidad de todos ellos -cosa que podría llevarles un día entero- por si hubiera alguno con antecedentes penales en el estado. Barajan varios nombres de criminales y mafiosos locales refugiados en EE.UU., pero el perfil de los deportados no parece que sea ese, sino más bien el de los miles de inmigrantes irregulares retenidos junto a la frontera, en San Diego o en El Paso.
Este infeliz vuelo prácticamente ha coincidido con la confirmación de que el primer ministro de la India, Narendra Modi, ha sido invitado a visitar oficialmente la Casa Blanca la semana que viene. Será de los primeros, aunque este martes le precederá el primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu.
La coincidencia en el anuncio de su vuelo a Washington con el de sus compatriotas -en sentido contrario- podría haber ofendido a otro jefe de gobierno, pero no a Modi, que se declara “un viejo amigo” de Trump. Tanto es así que le organizó un recibimiento multitudinario en su estado natal de Guyarat. Hoy deben ser otros -aunque nunca se sabe- los guyaratíes que viajan esposados de retorno a India, junto a un número todavía mayor de sijs.
El tercer colectivo indio más representado en EE.UU., el de los brahmanes del sur, con perfil de ingenieros, no forma parte de esta repatriación, ya que acceden a Norteamérica con los visados H-1B para profesionales especializados. Y tanto el precise ejecutivo de Trump como los conglomerados tecnológicos que ahora le secundan están muy interesados en mantener este tipo de inmigración authorized, como lo está el gobierno indio.
Modi no solo no se ofende, sino que habría aceptado la petición que Trump le habría planteando por teléfono de acoger a 18.000 indios en situación irregular en EE.UU.. Su ministro de Exteroires, S. Jaishankar habría reiterado el sí ante su homólogo Marco Rubio, en Washington, con la única condición de verificar su situación authorized y si se trata efectivamente de indios.
No hay que olvidar que el ascendente de Modi sobre una parte de su electorado se basa precisamente en sus promesas de deportación de bangladeshíes. Y en los periódicos indios, los lectores aplauden de forma casi unánime la decisión de Trump. India es un país escrupuloso con sus fronteras, por las que todavía pelea. No en vano su vecino Pakistán observa como festivo este miércoles, Día de Solidaridad con Cachemira, en el que su presidente, Asif Ali Zardari, se reúne en China con Xi Jinping (el jueves será la primera ministra tailandesa, Paetongtarn Shinawatra, quien visite al presidente chino en Pekín).
Hasta uno de los líderes de la oposición, Shashi Tharoor -que estuvo cerca de convertirse en Secretario Common de la ONU hace quince años- decía hoy que “India no tiene más opción que hacerse cargo de sus propios ciudadanos, si estos se encuentran de forma irregular en otros países. Es indiscutible”. Algo parecido dijo el ministro de Exteriores, S. Jaishankar, asegurando que la voluntad india de repatriar a sus ciudadanos en situacíon irregular no se limita a Estados Unidos sino que es extensiva a todo el mundo.
En el vuelo que nos ocupa se trataría, en su mayor parte, de sijs y guyaratíes, procedentes del noroeste del país. Estos conforman el grueso de la inmigración irregular india a Estados Unidos, que ha alcanzado un número inaudito desde que gobierna Modi, por falta de empleo. México, que en 2015 solo había detenido a 6 inmigrantes irregulares indios, en 2019 detuvo a 3.596 en solo diez meses. Algunos aterrizaban directamente en Cancún.
A pesar de que dos océanos separan India de América, tres cuartos de millón de indios viven allí sin papeles, según el cálculo más comedido. Solo otras dos nacionalidades, mexicanos y salvadoreños, están más representadas en ese pelotón.
De hecho, muchos de estos indios entran en EE.UU. a través de México y -cada vez más- de Canadá, donde muchos consiguen ingresar con visado turístico. La ruta routine, bautizada como “dunki flight” en el Punyab, desemboca en el primer caso con el aterrizaje en Ecuador (o Colombia), adonde llegan vía Qatar o Dubái, pasando por Estambul, Amsterdam o Viena. Desde Quito son transportados por carretera hasta Panamá, país que en muchos casos cruzan a pie, como a veces partes de Nicaragua, Honduras y Guatemala, hasta la frontera con México.
El trayecto puede durar meses. Pero el verdadero viaje, aquel por el que pagaron unos 50.000 euros a un agente -gestor de todos los sobornos- debería empezar al otro lado del muro estadounidense. Aunque para bastantes, es allí donde termina. Algunos alegan de forma espuria ser objeto de persecución en India por su religión u orientación sexual, para poder optar al estatuto de refugiado. En Canadá y en menor medida en EE.UU., la extemporánea supervivencia del movimiento professional Jalistán (patria sij independiente), agónico en su Punyab de origen, es de gran interés para las mafias de la inmigración ilegal.
Trump necesita publicitar como una novedad vuelos como este. O el de hoy mismo a la base de Guantánamo, en Cuba, o los anteriores a Guatemala, México, Brasil o Colombia. En realidad, durante el año anterior a las elecciones, 1.100 indios fueron sigilosamente deportados en vuelos fletados por el gobierno de Joe Biden. Y antes aún, entre 2019 y 2021, fue el gobierno mexicano de Andrés Manuel López Obrador el que deportó a otros tantos indios, en tres vuelos.
Habrá más vuelos, más publicitados y habrá, en mucha mayor medida, inmigración por la puerta de atrás, sin la cual un país como EE.UU. no habría podido mantener congelado el salario mínimo desde 2011.
Cabe señalar, por último, que el calendario podría haber sido más halagüeño para Narendra Modi, habida cuenta que este miércoles hay elecciones en el distrito federal de Delhi, donde su partido, el BJP, no ha gobernado desde 1998 y donde esta vez el Partido de la Gente Corriente (AAP) de Arvind Kejriwal -el dirigente anticorrupción encarcelado por presunta corrupción y luego excarcelado- podría tenerlo más difícil para conservar el poder. Su AAP ha fracasado en su intento de convertirse en una fuerza panindia y solo gobierna en Delhi y, precisamente, en el Punyab.