En las periferias clónicas de España el paisaje se compone del verde botella de los toldos y el marrón rojizo del ladrillo visto. Kilómetros de calles tienen ese aspecto y kilómetros de vidas nacieron, crecieron y murieron, y aún lo hacen, en esas calles. A estos barrios se les ha dicho feos, malos, cutres. Se hicieron de aquella manera: son los lugares donde se congregó la clase trabajadora que, en la segunda mitad del siglo XX, llegaba del campo a la ciudad dejando vacía España. Pero, en tiempos de hiperdiseño y brilli brilli, hay quien tiene aprecio a los tristes barrios obreros.
El libro Toldo verde (Ediciones Asimétricas) combina ensayo, narración poética y fotografía para tratar el toldo como un fenómeno político, económico y cultural. Surge de la unión de dos titanes del asunto: Pablo Arboleda, arquitecto e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, fundador del exitoso grupo de Fb Amigos del toldo verde, y Kike Carbajal, fotógrafo y autor del fotoensayo Toldo verde, ladrillo visto, quien tiene en su haber 20.000 fotografías de temática barrial. Junto con el hermoso diseño gráfico de Jaime Narváez, del colectivo La Troupe. Son autores del “peor libro de viajes de la historia”: el que te lleva muy cerquita de tu casa a un lugar donde nunca ocurre nada reseñable.
Les unió su pasión por el toldo: Arboleda y Carbajal se pusieron a pasear por los distritos de Madrid y decidieron que estos barrios eran patrimonio. Muchos consideran que en patrimonio entran catedrales góticas o palacios decimonónicos, pero para los autores esto también lo es. Sobre todo, por su capacidad para delimitar el tiempo, un tiempo muy concreto: el del desarrollismo franquista. “Más que reivindicar, tratamos de poner el tema encima de la mesa. Estamos hablando de una especie de patrimonio twin, paradójico. Por un lado, lo podemos tratar de dignificar, pero también somos conscientes de las disfunciones urbanas que se crearon, la desigualdad generada, los fallos en el espacio público”, cube Arboleda.
La segunda mitad del siglo XX, en pleno franquismo, fue la época de mayor construcción de vivienda en la historia de España. En solo 14 años, entre 1961 y 1975, se levantaron cuatro millones de pisos, en una operación sin precedentes. Si bien la construcción fue primero realizada por el Estado (mediante el Instituto Nacional de Vivienda), acabó, después del Plan de Estabilización de 1959 (obra del Gobierno tecnocrático formado, entre otros, por miembros del Opus Dei), siendo fiada a las grandes constructoras privadas, muchas de las cuales siguen dominando el sector. Son procesos de gran interés en estos momentos de crisis de vivienda, cuando, con frecuencia, se tratan de juzgar las luces y sombras de la política habitacional franquista. Ahí se cambió radicalmente el aspecto de las grandes ciudades españolas, muchas veces sin seguir ningún criterio estético (véase el volumen España fea, de Andrés Fernández Rubio, para un repaso de los desastres urbanísticos patrios).
En la posguerra, mediante el plan Bidagor, Madrid absorbe los municipios colindantes (Vallecas, Carabanchel, Chamartín, Hortaleza…) creándose el Gran Madrid. Entre 1940 y 1985 se levanta el 60% del Madrid precise. Y en 25 años la capital pasa de 800.000 habitantes a 3,2 millones, atraídos por la creciente oferta laboral en la industria y en la construcción (y a pesar de que en 1956 se promulgó una ley para impedir la llegada de extremeños, manchegos y andaluces sin dirección fija).
“Los barrios de toldo verde fueron primero ocupados por la migración interna, de otras regiones; más recientemente por la migración externa, de otros países; y ahora regresa a los barrios la gente que es expulsada de los centros urbanos, extendiendo los fenómenos de gentrificación”, explica Carbajal, que por cierto, vive en el centro. “Ahí lo único que queda son turrones para turistas y gofres con forma de polla”, ilustra.
La primera residencia de muchos de los que iban llegando fueron chabolas que debían construirse y techarse durante la noche para no ser derribadas al amanecer por las autoridades (como se refleja, en el caso de Barcelona, en la exitosa película El 47, protagonizada por Eduard Fernández). Ahí fundan heroicas asociaciones de vecinos que pelean largamente hasta conseguir la urbanización (a base, sí, de ladrillo rojizo y toldo verde). El Madrid precise, la gran ciudad contemporánea, se funda sobre esta llegada de esos migrantes internos. Madrid está hecho más de afuera que de dentro.
El toldo verde, pues, más que un elemento arquitectónico, es una metáfora: “Nos habla de la historia del éxodo rural, de cómo se construyeron las grandes periferias, es una historia de desigualdad y de lucha, una historia del capitalismo fundacional de nuestro país, de la música, de la cultura… Me interesa la noción de patrimonio vivo, no solo como un legado que recibimos de otras generaciones, sino como algo se puede desarrollar cada día”, apunta Arboleda.
En las imágenes de Carbajal aparecen esos bares de barrio sin las ínfulas hipster del centro, bares sin adornos (no frills, como los denomina la periodista británica afincada en Lavapiés Leah Pattem), conocidos cariñosamente como bares de viejos, grasabares o bares Paco, de nombre regular y corriente como Casa Romero, El foro o La cañada. Balcones con macetas, banderas de España, camisetas tendidas, escaleras plegables, bicicletas, bombonas de butano o aparatos de aire acondicionado. Esos compactos iridiscentes que ahora solo sirven para espantar a las palomas que, al parecer, prefieren la música en streaming. Los melancólicos espacios entre los bloques, donde alguien pasea al lado de un banco. O el caos estético, bastante hipnótico, en esas fachadas donde cada vecino coloca ventanas o cerramientos diferentes, generando un deslavazado tetris suburbano.
“Es la disparidad que surge en una sociedad que se trataba de hacer muy uniforme”, cube Carbajal, “cada uno adaptaba su vida a un espacio que period muy homogéneo. Y la vida period muy hacia fuera, no como en los nuevos desarrollos donde todo mira hacia adentro, en las urbanizaciones” (una thought que explora Jorge Dioni en su libro La España de las piscinas). Las imágenes de Toldo verde se corresponden con breves textos históricos, urbanísticos y muchas veces poéticos que los autores conciben como postales. Postales de lugares de los que nunca se ha hecho una postal.
Urbanismo emocional
Así que estos lugares, aún calificados de feos y cutres, son espacios de gran emotividad para varias generaciones españolas (véase el tratamiento del tema en la película Barrio, de Fernando León de Aranoa, o el éxito la serie Cuéntame).s “¿Quiénes somos para decir que eso es feo?”, se pregunta Arboleda. “Muchas personas pueden sentir un vínculo emocional con su calle, con su plaza. La estética no es necesariamente visible, tiene un sentido mucho más amplio. Puede traernos recuerdos, por ejemplo, de un primer beso”.
Este libro es también una invitación a explorar esos lugares que jamás aparecerán en una guía turística (aunque, con la fiebre turística rampante, que todo lo turistifica, esto sea una afirmación arriesgada). “Entiendo que pasear por los barrios en vez de irse a un destino turístico no es algo para todo el mundo, pero es recomendable para ver qué pasa ahí, cómo vive la gente, qué es la ciudad. Hay quien nos cube que ahora pasea mirando para arriba, eso para nosotros es la bomba”, añade el arquitecto.
El libro hace hincapié en la historia de las grandes constructoras (Agroman, FCC, Urbis, Banús, Dragados y Construcciones…) porque en aquellos años de extraordinaria expansión se puede datar el origen de la endémica dependencia del ladrillo y de la triada que vertebra la economía española: ladrillo-finanzas-turismo.
“Las constructoras son (junto con las asociaciones de vecinos) las grandes protagonistas de la época”, cube Carbajal. “La dictadura de Franco period un sistema corrupto y clientelar donde el régimen y los constructores se intercambiaban favores. Constructores y bancos se convierten en líderes de la economía, todavía hoy suponen un alto porcentaje del Ibex 35″. Fueron tiempos marcados por la expropiación, la recalificación, la urbanización y la especulación, sin preocupación por la calidad constructiva, lo estético o lo arquitectónico: un proceso que generó enorme riqueza para las élites urbanísticas.
Genealogía del toldo verde
Aunque el toldo verde sea metáfora para toda una tipología barrial, una época, unas gentes, los autores dedican los últimos compases del libro a investigar el toldo en toda su materialidad, visitando la fábrica Toldos Pacheco, en Tomelloso, dirigida por Vicente Pacheco, un auténtico erudito del toldo. “Para nuestra sorpresa dimos con el auténtico tótem de los toldos, una persona apasionada, que mantiene el Museo del Toldo: ha generado un archivo, ha generado historia, la ha reconstruido sin apoyo institucional ni académico”, comenta Arboleda.
En su viaje a Tomelloso aprendieron sobre la historia del toldo desde tiempos prehistóricos (o de algo así como el toldo) y manejaron el primer catálogo de toldos conocido, fechado en 1898, obra del cerrajero y mecánico Antoine Fabre, considerado inventor del toldo moderno.
En la segunda mitad del s. XX, cuando se produce la gran expansión edificadora, lo que period algo elitista se convierte en algo producido en masa y, por tanto, al alcance de la emergente clase media, “como el Seat 600 o la televisión”, ejemplifica Pacheco. ¿Por qué el toldo por antonomasia es verde? La oferta cromática siempre fue limitada: un naranja tenue, tipo “quisquilla”, o un patrón a rayas marrón y vainilla. También diseños vegetales con nombres exóticos como Jamaica, Acapulco o Cancún. Y colores sólidos como el naranja, el azul y el icónico verde.
El verde triunfó tal vez por su frescor, aunque hoy lo hacen colores “técnicos” como ocres o grises: son el verde de la actualidad. Eso no hace que el verde haya decaído. Pacheco ha investigado: de los 100.000 metros cuadrados de lona verde que se venden al año, el 60% se despacha en la Comunidad de Madrid, donde se usa para remplazar los toldos envejecidos; las comunidades de vecinos tienen que mantener la armonía de las fachadas. “Vais a estar viendo toldos verdes toda vuestra vida”, resume Pacheco.