Pude pagar las tres mensualidades de depósito del primer piso en el que viví sola con el anticipo de mi primer libro hace exactamente 20 años. No sin pasar, claro está, por el interrogatorio del arrendador que, entre otras cosas, me soltó: “Ya sabes cómo sois vosotros”. “Nosotros”, no me hizo falta preguntarlo, éramos los moros que, añadió el hombre, “alquila uno y luego os metéis 20”. Veinte no, pero al cabo de unos meses, con un contrato temporal a tiempo parcial de mediadora y otros trabajillos complementarios, me di cuenta de que no llegaba para mantenerme a mí y a mi hijo. Así que lo puse a dormir en mi cuarto conmigo para alquilar la otra habitación a una estudiante.