Aunque parezca mentira en los tiempos que corren, hay cosas que salen bien, historias que discurren con una naturalidad hermosa. La semana pasada, en la donación al Instituto Cervantes de la biblioteca que la familia del escritor Gabriel García Márquez conservaba en París, tuve la suerte de saludar a la actriz española Conchita Quintana. Se la conoce como Tachia, porque así la bautizó Blas de Otero. El poeta no sólo mantuvo con ella una relación amorosa a principios de los años 50, sino que creó un personaje poético con las sílabas finales de su nombre. Tachia nació de Conchita y de la poesía. “Tachia, los hombres sufren. No tenemos / ni un pedazo de paz con que aplacarles”, escribió Blas en uno de sus poemas de Ancia, mientras caminaba por Bilbao y París en busca de un verso que viviese en medio de la calle. Ser libre fue, entre otras cosas, mirar “a Tachia descaradamente”.