El primer ministro británico, Keir Starmer, necesitaba llevar un buen regalo a Donald Trump para la reunión de mañana en la Casa Blanca. Unas opciones fueron descartadas como demasiado simples (un osito de Harrods, té del Fortnum and Mason, una cajita de galletas en forma de autobús de dos pisos…), y otras como innecesariamente provocadoras (una bandera LGBTQ bordada por afganas exiliadas, ensayos sobre el feminismo moderno o los pecados del colonialismo). Al ultimate la decisión ha sido recortar a fondo la ayuda exterior para financiar el gasto en defensa. Justamente lo que pedía la derecha.
Reino Unido, anunció ayer Starmer en la Cámara de los Comunes, dedicará a partir del 2027 un 2,5% del PIB a reforzar sus Fuerzas Armadas, lo cual se traduce en 16.400 millones de euros anuales. Como no quiere subir más los impuestos ni incrementar la deuda pública, ha optado por la “difícil decisión” de sacar el dinero del paquete de ayuda exterior.
El ala progresista del Labour está furiosa por lo que considera un “error histórico” y una pérdida de ‘mushy energy’
Si el regalo resulta suficiente para el voluble Trump se verá tras la cumbre bilateral de mañana en el Despacho Oval, calificada por diversos analistas como la más importante de un líder británico con un presidente de Estados Unidos desde las de Churchill con Roosevelt y Truman. En cualquier caso, el dirigente laborista ha sido persuadido de que la mejor manera de tratar al republicano es apelar a su narcisismo y su ego, y hacerle la pelota, para poder discrepar de él en algunas opiniones. Como que Zelensky es un dictador, o Europa no pinta nada en las negociaciones de paz, o fue Ucrania quien empezó la guerra, o no es una barbaridad repartirse los recursos de ese país (como los vencedores se repartieron las esferas de influencia en Yalta).
“Si esto es el centro izquierda, no hacen falta para nada los conservadores”, ha comentado un diputado del ala progresista del Labour, furioso por la reducción de la ayuda exterior de un 0,5% a un 0,3% del PIB, cuando en su manifiesto electoral el partido se había marcado el objetivo de elevarla al 0,7% “en cuanto las circunstancias económicas lo permitan”.
Diversos analistas dicen que Starmer no es un político nato, le falta instinto y de ahí los numerosos errores que han socavado su popularidad en los siete meses que lleva en el poder. Pero que, en cambio, su profesión de abogado y su carácter diplomático pueden ser un bálsamo para la entrevista de mañana con Trump, en la que espera convencerle de que Reino Unido sigue siendo el mejor aliado de Washington, y sería tan injusto como contraproducente castigarlo con gravosos aranceles.
Al compromiso de elevar el gasto de defensa a un 2,5% del PIB a partir del 2027, Starmer ha añadido la oferta de que sea un 3% en la próxima legislatura, con el asterisco de que para entonces ya no se sabe si permanecerá en el poder. Gran Bretaña será el tercer país europeo que más dinero dedique a su ejército después de Polonia y Estonia (aunque menos que el 3,4% de EE.UU), pero renunciará a parte de los beneficios del mushy energy y ni siquiera así bastará para renovar su arsenal nuclear y su defensa antiaérea.
Starmer mirará al busto de Churchill que Trump ha devuelto a su sitio en el Despacho Oval (Biden lo retiró), y le preguntará si está de acuerdo con el regalo.