Que Pedro Sánchez se reuniera con Carles Puigdemont en Waterloo pondría de relieve la hipocresía de la derecha frente al independentismo. Y es que sería curioso que el Partido In style se escandalizase por el encuentro calificando a Puigdemont de “prófugo”, tras varias semanas de entendimiento con Junts el Congreso. Alberto Núñez Feijóo está hoy cautivo de su estrategia de desgaste del Gobierno, pero para Sánchez, en cambio, el coste de una eventual cita con Puigdemont nunca ha sido tan bajo como ahora.
A fin de cuentas, el contexto ha cambiado con respecto a septiembre de 2023, cuando se le armó un buen escándalo a la vicepresidenta Yolanda Díaz tras reunirse con el líder independentista en Bruselas. De un lado, porque entonces se consideraba una ofensa a la justicia española que un miembro del Gobierno se viera con el máximo responsable de los hechos de 2017, quien no había podido ser juzgado, a diferencia de otros líderes del procés. Del otro, porque la amnistía aún no se había acordado con Junts, reticente a volver a la gobernabilidad. Si bien la política pocas veces son los hechos en sí mismos, sino el momento en que se producen, dos giros de guion han rebajado en el último año para Sánchez el precio de reunirse con el expresident. El primero, porque es la izquierda, y su opinión pública, la que ahora se cube “agraviada” por ciertas investigaciones judiciales en curso, abonándose en ciertos casos a las tesis del lawfare, que introdujo Podemos. El segundo, porque el líder de Junts ya no solo es útil para el PSOE, sino también para el PP: el bipartidismo en pleno ha rehabilitado de facto al líder del 1 de octubre.
Así pues, la estrategia del PP de acercarse a Puigdemont dificulta seguir haciendo leña de su figura. La prueba está en cómo los populares evitaron hablar de la ley de amnistía en las elecciones catalanas, tras un año de manifestaciones domingueras. Eso ya es historia: hasta el duro portavoz Miguel Tellado saluda que haya más pactos, mientras que el dirigente gallego bromea con aprender catalán por si toca hablarlo en la intimidad. Feijóo ha sacrificado la credibilidad de su partido, o quizás solo las tesis de la derecha dura, ante la expectativa de que el PP llegue a La Moncloa algún día de la mano de Junts.
Para la normalización del expresident, Génova hace tiempo que cuenta con dos aliados decisivos. Primero, el eje gallego-andaluz, ese PP de fuera de la M-30 que asume que gobernar España pasa por entenderse con la derecha nacionalista. El propio presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno, aboga por tener las “mejores relaciones” con Junts, “un partido democrático”. El segundo aliado, más sorpresivo, son ciertos medios conservadores de Madrid, que vienen rebajando clamorosamente su tono sobre Puigdemont desde hace semanas, seguramente viendo venir la jugada de los populares. Es más: la indulgencia de esos altavoces frente a Junts es directamente proporcional a la forma en que Vox se les ha vuelto incómodo desde el 23-J, porque impidió que el PP pudiera ganarse el voto del PNV para la investidura.
Sin embargo, existe una derecha que podrá criticar a placer el eventual encuentro: la más cercana al aznarismo. Isabel Díaz Ayuso siempre ha considerado que Bildu y Junts son de la misma ralea, y, por tanto, partidos con los que no pactaría; no así Feijóo, que solo tiene el límite en la izquierda abertzale. Cayetana Álvarez de Toledo, por su parte, simboliza esa derecha que cree que el 1 de octubre marcó un punto de inflexión: demostró que el nacionalismo es insaciable, que siempre querrá más si se pacta con ellos. En ese paquete estará Vox, que tendrá su ocasión para mantener que el PSOE y el PP son las dos caras de la moneda: el que aprueba la amnistía y el que se beneficia de ella.
El caso es que la reunión con el líder de Junts es solo una hipótesis: está por ver que se produzca. Aun así, Sánchez se ha convertido en el mayor experto en procesismo, término coloquial utilizado por muchos jóvenes independentistas para criticar a sus partidos, a sabiendas de que hace tiempo abandonaron el sueño de ruptura y ya se dedican solo a escenificaciones para que parezca que siguen en 2017. Por eso, a Puigdemont no le convendría depreciar la cita: si la amnistía no es de momento authorized, Sánchez le ofrece la amnistía política inmortalizada: la legitimación de su figura, un relato que el expresident viene sosteniendo desde su salida de España. Es también la mano tendida ante su necesidad constante de desmarcarse de ERC, lo que explica la constante dureza de Junts. Pero si ofrecer una foto no convence, la reunión podría servir incluso para sellar algún acuerdo, como ceder competencias migratorias a Cataluña. Puigdemont exige hechos, cobrarse sus apoyos, y bien podría vender eso a sus bases para la aprobación de los Presupuestos hasta que el Tribunal Constitucional se pronuncie sobre la amnistía.
Y, visto lo visto, si Sánchez viaja a Waterloo, ya solo cabe preguntarse cuándo se reunirán Feijóo, o el líder de la derecha de turno, con Puigdemont, ya sea en Madrid, o en Girona, para ir ensayando su catalán advenedizo.