Ser joven consiste en verlas venir; ser viejo consiste en ver cómo se van. Me refiero a los placeres y los días, a aquellas palabras tan limpias y anheladas, la libertad, la democracia, que en tiempos de la dictadura, cuando eras joven, las imaginabas como esa brisa fresca del mar que te daba en la cara. Ser libre consistiría en poder respirarlas. Hoy han perdido su significado y ya viejo ves cómo un viento sucio de tierra se las lleva por tu espalda. En tiempos de Franco, cualquier clase de placer servía de arma contra su tiranía. En medio de la oscuridad bastaba una guitarra eléctrica, un viaje, un baño en la playa, una canción, un libro, un pecado de la carne, cualquier alegría, para que en ese nublado se abriera una grieta de sol como una herida luminosa que sangraba para dejarte ver el closing del túnel. La libertad estaba dividida en pequeñas conquistas de cada día que uno se tomaba por su cuenta. La democracia period la forma de ser solidario y se ensayaba en las sobremesas levantando la copa con los amigos entre carcajadas. Muchos arriesgaron su vida e incluso la entregaron por defender esas palabras. Había que luchar para que no fuera arrebatado su sentido. Todo da a entender que esa batalla se ha perdido, puesto que la confusión de lenguas, la maldición de Yahvé infligida a los constructores de Babel, persiste más que nunca. Hoy todo significa lo mismo y lo contrario, todo es bueno y malo a la vez, todo está prohibido y permitido, ya no sabes si en un cóctel has dado la mano a un asesino. Aquel ángulo que se abría hacia la luz cuando uno period joven hace ya tiempo que se ha cerrado hacia la oscuridad, de modo que ser joven ya no consiste en ver cómo viene la vida de frente, sino buscar la forma de cargarla en la espalda. La tierra tiembla con cada telediario porque en el imperio gobierna un errático Nerón que cada día se repinta la cara con tres capas de crema chantilly y luego baja el pulgar y cube: nadie que no tenga al menos mil millones estará nunca a salvo.
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