Hemos entrado en territorio desconocido, por decirlo suavemente. Prueba de ello es que ni siquiera tenemos una expresión para designar la situación que se abre con un Trump entregado a sus peores instintos, aunque alguien acertó al calificarla como un “Weimar international”. El mejor ejemplo lo tuvimos el viernes con la humillación de Zelenski en la Casa Blanca, aunque quienes fueron humillados en realidad fueron los demócratas de bien que quiero seguir pensando que constituyen la mayoría del pueblo estadounidense. Trump se está pasando 20 pueblos y eso no puede dejar de tener repercusiones. Todo ese capital simbólico invertido en designar el mal con el nombre de la URSS, primero, y luego Rusia o Putin, después, no puede darse la vuelta sin más sin producir una importante incongruencia cognitivo-moral colectiva. El país que se autoproclama como “el más noble de la historia de la humanidad” está haciendo ahora el juego al más sanguinario autócrata de los tiempos recientes.
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