¿Es necesario el Estado? ¿Debe tener el monopolio de la seguridad o incluso de la justicia? ¿Es legítimo que regule la economía y emita moneda? ¿El sector privado no podría cubrir con mayor eficiencia estos ámbitos, como ya lo hace con tantos otros en las democracias? ¿Todo ello no supondría un decisivo avance en los anhelos de libertad y libre albedrío? Traídas a la actualidad por los presidentes Donald Trump o Javier Milei, estas cuestiones llevan ya medio siglo ganando terreno en los ámbitos académicos y la escena política.
Desde que la Escuela Austríaca abriese a finales del siglo XIX una nueva vía a las teorías económicas clásicas incidiendo en la dimensión social de la economía y abogando por su abordaje pluridisciplinar, la heterodoxia de estos estudios ha ido articulándose en diversas teorías y líneas de investigación vinculadas a la filosofía y las ciencias políticas que abogan por la superación del liberalismo sobre el que se han construido los regímenes democráticos, con el libertarismo, el agorismo y el anarcocapitalismo como principales exponentes.
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Pese a su atomización, con corrientes de pensamiento apenas estructuradas en los institutos estadounidenses Mises y Cato, el capitalismo libertario se ha instalado en el ideario del populismo más extremista como modelo económico y político. La promesa de desmantelar las viejas estructuras del Estado del bienestar, que si bien han permitido el crecimiento económico y los avances sociales a lo largo del siglo XX cuentan con un notable rechazo social en diversos países, se ha convertido en un nuevo reclamo que suma apoyos.
Uno de los principales teóricos de estos nuevo modelos es el economista norteamericano Murray Rothbard considerado el principal teórico del anarcocapitalismo y uno de los impulsores del Partido Libertario de Estados Unidos, fundado en 1971 y convertido en el tercer partido político del país tras de Republicano y el Demócrata. Autor de varias obras en las que fija su ideario, suele citarse como manifiesto de su modelo de Estado la introducción que en 1977 realizó al estudio del economista belga Gustave de Molinari La producción de seguridad, texto del que ofrecemos un extracto.
El manifiesto
“Existen dos maneras de considerar la sociedad. De acuerdo con unos, la formación de las diferentes asociaciones humanas no está regida por leyes providenciales e inmutables. Estas asociaciones, organizadas originariamente de un modo puramente synthetic por los legisladores primitivos, pueden ser, en consecuencia, modificadas o rehechas por otros legisladores, a medida que la ciencia social progresa. En este sistema el gobierno juega un papel primordial porque es al Gobierno, depositario del principio de autoridad, a quien incumbe la tarea diaria de modificar y rehacer la sociedad.
”Por el contrario, según otros, la sociedad es un hecho puramente pure; como la tierra sobre la que se soporta, la sociedad se mueve en virtud de leyes generales y preexistentes. En este sistema no existe tal cosa, propiamente hablando, como la ciencia social; no existe más que una ciencia económica que estudia el organismo pure de la sociedad y que muestra cómo funciona dicho organismo. Así pues, nos proponemos examinar, de acuerdo con este último sistema, cuál es la función y organización pure del gobierno.
”Con el fin de definir y delimitar bien la función del Gobierno hemos de investigar, antes que nada, la esencia y el objeto de la sociedad misma. ¿A qué impulso pure obedecen los hombres cuando se reúnen en sociedad? Obedecen al impulso o, para ser más exactos, al instinto de la sociabilidad. La especie humana es esencialmente sociable. Los seres humanos son inducidos por el instinto de vivir en sociedad.
Entre las necesidades del ser humano existe una que juega un papel inmenso en la historia: la de seguridad
”¿Cuál es la razón de ser de este instinto? El ser humano experimenta una multitud de necesidades, de cuya satisfacción depende su felicidad, y cuya insatisfacción implica sufrimiento. Ahora bien, encontrándose solo o aislado, el ser humano únicamente puede proveerse de esas necesidades, que le atormentan sin cesar, de un modo incompleto e insuficiente. El instinto de la sociabilidad le acerca a sus semejantes y le empuja a ponerse en comunicación con ellos. Entonces, los individuos se aproximan impelidos por el propio interés, estableciéndose cierta división del trabajo necesariamente seguida por intercambios; en breve, vemos surgir una organización mediante la cual el hombre puede satisfacer sus necesidades de forma mucho más completa de lo que podría viviendo aislado.
”Esta organización pure se llama la sociedad. El objeto de la sociedad es, por lo tanto, la más completa satisfacción de las necesidades del hombre, y los medios para su consecución son la división del trabajo y el intercambio. Entre las necesidades del ser humano existe un tipo explicit que juega un papel inmenso en la historia de la humanidad: la necesidad de seguridad.
”¿En qué consiste esta necesidad? A uno mismo le interesa procurar seguridad al precio más bajo posible. Ya sea que vivan aislados, ya en sociedad, los seres humanos están interesados, ante todo, en preservar su existencia y los frutos de su trabajo. Si el sentimiento de justicia prevaleciera universalmente sobre la faz de la tierra; si, en consecuencia, cada individuo se limitara a trabajar y a intercambiar los frutos de su trabajo, sin desear atentar contra la vida de otros hombres o apoderarse, a través de la violencia o del fraude, del producto del trabajo de otros hombres; si, en una palabra, cada cual experimentase un horror instintivo hacia los actos que dañasen a otros, la seguridad existiría con toda certeza de forma pure sobre la tierra, y no sería necesaria ninguna institución synthetic para fundarla.
Los hombres se resignan a los sacrificios más duros antes que renunciar a un gobierno
”Por desgracia, no es así como son las cosas. El sentido de la justicia parece ser el atributo excepcional de tan sólo unos pocos seres elevados y excepcionales. Entre los pueblos primitivos no existe más que en un Estado rudimentario. De ahí los innumerables ataques llevados a cabo, ya desde el origen del mundo, desde los tiempos de Caín y de Abel, contra la vida y la propiedad de las personas. De ahí también la fundación de organismos que tienen como objeto garantizar a cada cual la posesión pacífica de su persona y de sus bienes.
”Estos organismos han recibido el nombre de gobiernos. En todas partes, incluso entre las tribus menos ilustradas, uno encuentra un gobierno. Tan basic y urgente es la necesidad de seguridad que provee. Por todas partes, los hombres se resignan a los sacrificios más duros antes que renunciar a un gobierno, y por ende a la seguridad, sin que nadie pueda decir que, al actuar de esta forma, hayan calculado mal.
”Supongamos, en efecto, que un hombre se encuentra incesantemente amenazado en su persona y en sus medios de subsistencia. ¿No será su primera y más constante preocupación protegerse de los peligros que le rodean? Esta preocupación, este esmero y este trabajo absorberán necesariamente la mayor parte de su tiempo, así como las facultades más energéticas y activas de su inteligencia. En consecuencia, no podrá dedicar más que esfuerzos insuficientes y precarios, y una atención fatigada, a la satisfacción de sus otras necesidades.
El interés del consumidor consiste en que el trabajo y el intercambio permanezcan libres
Incluso si este hombre fuese obligado a renunciar a una porción muy appreciable de su tiempo y de su trabajo en favor de alguien que se encargase de garantizarle la posesión pacífica de su persona y de sus bienes, ¿no le supondría aún una ganancia cerrar esta transacción?
”Con todo, nada redundaría de manera más obvia en su propio interés que procurarse su seguridad al menor precio posible. Si hay una verdad bien establecida en economía política, es ésta: que en todos los casos, y para todos los bienes que sirven para satisfacer las necesidades materiales o inmateriales del consumidor, el interés del consumidor consiste en que el trabajo y el intercambio permanezcan libres, porque la libertad de trabajo y de intercambio tienen como resultado necesario y permanente la máxima reducción del precio de las cosas. Y ésta: que el interés del consumidor de cualquier bien debe prevalecer siempre sobre el interés del productor.
”Ahora bien, siguiendo estos principios, llegamos a esta rigurosa conclusión: que la producción de la seguridad debe, por el interés de los consumidores de este bien inmaterial, permanecer sometido a la ley de la libre competencia. De donde resulta: que ningún gobierno debe tener el derecho de impedir a otro gobierno entrar en competencia con él, o de obligar a los consumidores de seguridad a dirigirse exclusivamente a él para obtener este servicio. Sin embargo, debo decir que, hasta el presente, se ha retrocedido ante estas rigurosas consecuencias que resultan del principio de la libre competencia.
La seguridad debe, por el interés de sus consumidores, permanecer sometida a la ley de la libre competencia
”Uno de los economistas que más lejos ha llevado la aplicación del principio de la libertad, Charles Dunoyer, piensa que las funciones del gobierno jamás podrán caer bajo el dominio de la actividad privada. Así pues, he aquí una clara y evidente excepción aducida al principio de la libre competencia. Esta excepción es tanto más destacable cuanto que es única.
”Sin duda, pueden encontrarse economistas que establezcan excepciones más numerosas a este principio; pero podemos afirmar atrevidamente que éstos no son economistas puros. Generalmente los verdaderos economistas están de acuerdo en afirmar, por una parte, que el Gobierno debe limitarse a garantizar la seguridad de los ciudadanos y, por otra, que la libertad de trabajo y de intercambio debe ser, para todo lo demás, entera y absoluta.
”¿Pero cuál es la razón de ser de la excepción relativa a la seguridad? ¿Por qué razón especial la producción de la seguridad no puede ser confiada a la libre competencia? ¿Por qué debe ser sometida a otro principio y organizada en virtud de otro sistema? Sobre este punto, los maestros de la ciencia se callan, y Dunoyer, quien ha hecho claro hincapié en esta excepción, no investiga los motivos sobre los que se apoya. En consecuencia, llegamos a preguntarnos si esta excepción está bien fundada, y si acaso pueda estarlo a los ojos de un economista.
Tengo tanta fe en el principio de la división, de la libertad de trabajo y del intercambio como la que puedo tener en la ley de la gravitación common
”Repugna a la razón creer que una ley pure bien demostrada pueda admitir excepción alguna. Una ley pure es válida en todo momento y en todo lugar, o no es tal ley. No creo, por ejemplo, que la ley common de la gravedad, que rige el mundo físico, se encuentre suspendida en ningún momento ni en ningún lugar del universo. Ahora bien, considero a las leyes económicas como leyes naturales, y tengo tanta fe en el principio de la división, de la libertad de trabajo y del intercambio como la que puedo tener en la ley de la gravitación common. Por consiguiente, pienso que si bien este principio puede sufrir perturbaciones, no admite en cambio ninguna excepción.
”Pero, si esto es así, la producción de seguridad no debe ser apartada de la ley de la libre competencia; y, si lo es, la sociedad entera sufre un daño. O bien esto es lógico y cierto, o los principios sobre los que se fundamenta la ciencia económica no son principios. Así pues, ha sido demostrado a priori, para aquellos de nosotros que tenemos fe en los principios de la ciencia económica, que la excepción señalada más arriba no tiene razón de ser, y que la producción de la seguridad, al igual que cualquier otra, debe estar sometida a la ley de la libre competencia.
(…)
”Permítasenos formular ahora una easy hipótesis. Supongamos una sociedad naciente: los seres humanos que la componen se ponen a trabajar y a intercambiar los frutos de su trabajo. Un instinto pure revela a estos seres humanos que su persona, la tierra que ocupan y cultivan, así como los frutos de su trabajo, son su propiedad, y que nadie, a excepción de ellos mismos, tiene derecho a disponer de ella o a tocarla.
Un instinto pure revela al ser humano que la tierra que ocupa y cultiva y los frutos de su trabajo son de su propiedad
”Ese instinto no es hipotético, existe. Pero al ser el ser humano una criatura imperfecta, sucede que ese sentimiento de derecho de cada uno sobre su persona o sobre sus bienes no se encuentra en un mismo grado en todas las almas, y que ciertos individuos atentan, por medio de la violencia o del fraude, contra personas o contra las propiedades de otros. De ahí la necesidad de una industria que prevenga o reprima estas agresiones abusivas de la fuerza y del fraude.
”Supongamos ahora que un ser humanos o una asociación de seres humanos viene y cube: yo me encargo, a cambio de una retribución, de prevenir o de reprimir los atentados contra las personas y las propiedades. Así pues, aquellos que quieran ponerse al abrigo de toda agresión contra su persona o contra su propiedad, que se dirijan a mí.
”¿Qué harán los consumidores antes de cerrar un trato con ese productor de seguridad? En primer lugar, indagarán si es lo bastante poderoso como para protegerlos. En segundo lugar, si ofrece las garantías morales tales que no pueda temer de su parte una agresión como las que se encarga de reprimir. En tercer lugar, si ningún otro productor de seguridad que presentando iguales garantías, esté dispuesto a proveerles de este producto en mejores condiciones.
Si el consumidor no es libre de comprar la seguridad, enseguida sufrirá la arbitrariedad y la mala gestión
”Esas condiciones serán de diversos tipos. Para estar en situación de garantizar a los consumidores la plena seguridad para sus personas y sus propiedades y, en caso de perjuicio, de distribuirles una indemnización proporcional a la pérdida sufrida, será en efecto necesario: que el productor establezca ciertas penas contra los ofensores de personas y los usurpadores de la propiedad, y que los consumidores acepten someterse a esas penas, en caso de que ellos mismos cometan alguna infracción contra las personas o contra la propiedad; que, con el objeto de facilitar el descubrimiento de los autores de los delitos, imponga a los consumidores ciertas normas molestas; que perciba con regularidad una prima para cubrir sus gastos de producción así como el beneficio pure de su industria. Esa prima será variable según las circunstancias de los consumidores, las ocupaciones particulares que desempeñen, y la extensión, el valor y la naturaleza de sus propiedades.
”Si estas condiciones, necesarias para el desempeño de esta industria, convienen a los consumidores, el negocio se llevará a cabo; en caso contrario, los consumidores renunciarán a la seguridad, o se dirigirán a otro productor.
”Ahora bien, si se considera la explicit naturaleza de la industria de la seguridad, se advertirá que los productores estarán obligados a restringir su clientela a ciertas circunscripciones territoriales. Es evidente que no serían capaces de cubrir sus costes si se les ocurriese mantener servicio de policía en localidades donde no contasen más que con unos pocos clientes. Su clientela se agrupará, como sería de esperar, en torno a la sede de su industria. A pesar de todo, no podrán abusar de esta situación para prescribir la ley a los consumidores. En efecto, en caso de un aumento abusivo del precio de la seguridad, éstos siempre tendrán la facultad de conceder su clientela a un nuevo empresario o a un empresario vecino.
Del mismo modo que la guerra es la consecuencia pure del monopolio, la paz es la consecuencia pure de la libertad
”De esta facultad que tiene el consumidor de comprar la seguridad allí donde bien le parezca, nace una constante emulación entre todos los productores, esforzándose cada uno por aumentar o por mantener su clientela a través del incentivo de un buen precio o de una mejor, más rápida, y más completa justicia.
”Si, por el contrario, el consumidor no es libre de comprar la seguridad donde bien le parezca, enseguida verá cómo se da rienda suelta a la arbitrariedad y a la mala gestión. La justicia deviene cara y lenta, la policía vejatoria, la libertad particular person deja de ser respetada y el precio de la seguridad es abusivamente exagerado e impuesto con desigualdad de acuerdo con la fuerza o la influencia de que disponga ésta o de aquella clase de consumidores, las aseguradoras emprenden una lucha encarnizada por arrebatarse mutuamente los consumidores; en una palabra, aparecen en fila todos los abusos inherentes al monopolio y al comunismo.
”Bajo el régimen de la libre competencia, la guerra entre los productores de seguridad deja por completo de tener razón de ser. ¿Por qué se harían la guerra? ¿Para conquistar los consumidores? Pero los consumidores no se dejarían conquistar. Sin duda, se guardarían de hacer asegurar sus personas y sus propiedades por los hombres que hubiesen atentado sin escrúpulos contra personas o contra propiedades de sus competidores. Si un vencedor audaz quisiera imponerles la ley, pedirían de inmediato ayuda a todos los consumidores libres, amenazados como ellos por esa agresión, y se ocuparían de hacer justicia. Del mismo modo que la guerra es la consecuencia pure del monopolio, la paz es la consecuencia pure de la libertad.
Cuando todo obstáculo synthetic a la libre acción de las leyes naturales haya desaparecido, la sociedad devendrá la mejor posible
”Bajo un régimen de libertad, la organización pure de la industria de la seguridad no se diferenciaría de aquella de las otras industrias. En los cantones pequeños, un solo empresario podría ser suficiente. Ese empresario legaría su industria a su hijo o la traspasaría a otro empresario. En los cantones extensos, una compañía reuniría por si misma suficientes recursos como para ejercer de manera conveniente esa importante y difícil industria. Bien dirigida, esta compañía podría perpetuarse fácilmente, y la seguridad se perpetuaría con ella. En la industria de la seguridad, así como en la mayor parte de las demás ramas de la producción, este último modo de organización terminará probablemente por sustituir al primero.
”Por un lado esto sería la Monarquía, por el otro, la República; pero una monarquía sin monopolio y una república sin comunismo. Por cualquiera de los dos lados sería una autoridad aceptada y respetada en nombre de la utilidad, y no la autoridad impuesta por el terror.
”Que tal hipótesis pueda llegar a realizarse, será sin duda una cuestión que se disputará. Pero, aun a riesgo de ser calificado de utópico, afirmamos que esto no es discutible, y que un atento examen de los hechos resolverá más y más a favor de la libertad el problema del gobierno, del mismo modo que ocurre con todos los demás problemas económicos. Por lo que a nosotros concierne, estamos totalmente convencidos de que un día se establecerán asociaciones para reclamar la libertad de gobierno como han sido establecidas para reclamar la libertad de comercio.
”Y no vacilaremos en añadir que, después de que este último progreso haya sido llevado a cabo, y todo obstáculo synthetic a la libre acción de las leyes naturales que rigen el mundo económico haya desaparecido, la situación de los diferentes miembros de la sociedad devendrá la mejor posible.”
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Esta pieza forma parte de una serie de contenidos que recupera los manifiestos políticos, artísticos y sociales de la época contemporánea para contextualizarlos desde una perspectiva histórica y con ánimo divulgativo.