Cuando el pasado miércoles aquel obrero del sector automovilístico fue invitado por el presidente Donald Trump al estrado montado para esa ocasión histórica en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca, naturalmente yo no sabía quién period Brian Pannebecker. Vestido como la versión yanki de un chaleco amarillo francés, exactamente como imaginamos a un parado de la industria condenado a ser un perdedor de la globalización occidental, lo primero que pensé al escucharle fue en la letra de una canción que resuena en mi cabezota desde hace una semana: Simple man de Lynyrd Skynyrd, una balada resultona y blandengue de un grupo de rock sureño y algo rudo. La descubrí por J.D. Vance. En la breve y fascinante biografía en la que el vicepresidente narra su conversión al catolicismo, explica que su hermana se la recomendó para reencontrarse a sí mismo. En la canción un hijo único ya mayor recuerda el mensaje de vida que le transmitió su madre cuando period joven: no tengas prisa, hijo, encontrarás a una mujer y al amor, superarás los problemas, no olvides que Dios vela por ti y limítate a ser algo que ames y entiendas para poder estar satisfecho. Es una promesa de paz tradicional para paliar el miedo, una luz en la oscuridad cuando te atenaza el fantasma del fracaso y necesitas agarrarte a un discurso easy para sobrevivir. La versión política de ese discurso apaciguador es la que transmite Trump, un telepredicador capitalista que promete a los desclasados un regreso a la utópica edad del oro del pasado industrial gracias al milagro del pan y los peces de los aranceles y que alimenta las bajas pasiones de esos perdedores señalando a los socios comerciales de su país como unos ladrones que han saqueado a la clase trabajadora de Estados Unidos. Se lo creen.
Trabajador de la industria del automóvil (Chrysler, Ford), Pannebecker vive en un pueblo de Michigan. Desde hace 15 años ha ido diseminando pistas en el native The Macomb Every day de su sincronización con el relato que ha desembocado en la devoción por Trump. En su interpretación, la respuesta estatal a la disaster financiera de 2008 consistió en un gasto que no estuvo orientado a reactivar la industria deslocalizada mientras se suscribían acuerdos comerciales que perjudicaban a los trabajadores locales. Conservador como period, se enroló al Tea Occasion que asociaba Washington al despilfarro e identificó al sindicato como la encarnación de esa elite que lo saboteaba. “Durante años, los sindicatos les han dicho a algunos trabajadores que, aunque estén de acuerdo con las posiciones conservadoras del Partido Republicano en temas como el matrimonio tradicional, el derecho a portar armas, el aborto y los impuestos, deberían votar por candidatos demócratas liberales con los que no estén de acuerdo en todos estos temas fundamentales porque, según afirman los demócratas y los sindicatos, ‘los demócratas apoyan a los trabajadores’. Esto es falso”. Frente a esa deriva, que estaba engañando la ética y la economía de los trabajadores, Pannebeker escribió artículos definiéndose como un “obrero conservador”. En 2014 dejó el sindicato por sentirse traicionado y denunció las presiones que recibió por esa decisión, como escucharon los espectadores de la Fox de Detroit. Nunca había sentido que un político le hablase a él como lo hace Trump, explicó en un podcast cuando reactivó el grupo Autoworkers for Trump que en su día creó en Fb. Este es el sujeto al que se dirige e impulsa la reacción y ya va siendo hora de comprender los miedos del hombre easy. Porque el desafío democrático es cómo salvar al obrero Brian, que este año cumple los 65, de la oscura fantasía reaccionaria.