En la última entrega de nuestra newsletter, querido lector, terminé citando a Brodsky, sin tener claro por qué, pues en realidad lo que no tenía claro period por qué había vuelto a acordarme de él y de esa sentencia que debí leer hace años.
Días después, por suerte, me acordé o comprendí, más bien, por qué me había acordado de la sentencia de Brodsky, que no fue porque me acordara directamente de Brodsky, sino porque Juan Forn —la lectura de Cómo me hice viernes, quiero decir— me recordó esa sentencia que cité y a la que vuelvo.
Y es que Forn escribe, en esa miniatura que él mismo subtituló “una autopsia” —no se podía ser más radical en aquello de los textos que se camuflan—, lo siguiente: “Después viene la vida y entendemos eso que decía Jaime Gil de Biedma: que en la juventud lo que más le interesa a uno de uno mismo es lo que cree tener de único y con el tiempo descubre que lo más interesante es lo que tiene de común con los demás”. Justo después cita la frase de Brodsky que me recordó y que yo también cité: “La primera etapa de un poeta es aprender a ser él mismo, y la segunda es aprender a no serlo”.
¿A razón de qué todo esto?
Extrañamente, a razón de Asmodeo, la novela más reciente de la escritora puertorriqueña Rita Indiana, novela que, desde mi punto de vista, por la enorme cantidad de riesgos que toma, pero también por la madurez y la templanza que alcanza, es la mejor de sus novelas, y eso que las anteriores ya me parecían buenísimas. Pero, otra vez, ¿qué tiene esto que ver con lo de Brodsky? Ese no es el asunto. El asunto es qué tiene que ver con lo que cube Forn, antes de citar a Brodsky, pues me parece que es con eso con lo que Asmodeo tiene todo que ver, pues en el libro de Indiana parecen estallar un montón de cosas que, en su escritura, aunque se intuía algo deslumbrante, habían permanecido atrapadas dentro de una crisálida: “En la juventud lo que más le interesa a uno de uno mismo es lo que cree tener de único y con el tiempo descubre que lo más interesante es lo que tiene de común con los demás”.
No quiero que se malentienda. Esa crisálida, la de la originalidad, no sólo es hermosa sino que es necesaria, como entiende cualquiera que vea volar a una mariposa; el asunto es que, después, al ver ese vuelo, que además guarda en sí mismo la originalidad, uno ve, también, la libertad que sólo trae consigo la asunción de que, además de propia, la escritura es común. Y es que en Asmodeo, la escritura de Rita Indiana, que nunca ha dejado ni dejará de retar, descolocar e implicar al lector, exigiéndole firmar el pacto de la confabulación, tanto desde las historias como —y diría, sobre todo— desde el lenguaje, parece encontrar el punto medio que se le escapó a Forn: quizá no sea el antes ni el después, sino el presente, el instante exacto del “es”, el lugar donde confluyen los diversos caudales que alimentan el quehacer de una escritura como la de la puertorriqueña: la salsa y el metallic, por ejemplo; la historia y la actualidad, por poner otro ejemplo; la farsa y las penalidades, para seguir con los ejemplos; la radicalidad con la temperanza, para terminar con los ejemplos, aunque ya lo hubiera dicho.
Así pues, al pensar en Forn e Indiana, quizá, en vez de pensar en aquel subrayado que recién traje acá, después de traer el de Brodsky, quizá debí pensar, mejor, en lo que el argentino escribe un par de párrafos después: “Yo creo que los escritores de hoy, en lugar de googlearse en web, deberían cada tanto dejar salir de su mazmorra al Joven Poeta Que Fueron. Abrirle el candado, dejarlo corretear un poco entre los muebles, contemplar la suma de defectos que es esa criatura informe que renguea, babea, choca contra todo y no aprende nada de esos golpes, sigue girando en círculos con los ojos desorbitados y una energía loca que da escalofríos re risa y sorna y compasión al escritor, y le sirve para recordar ciertas cosas que necesita recordar, y cuando eso ocurre arrea de nuevo a su mazmorra al Joven Poeta Que Fue y le apaga la luz y vuelve a su silla a escribir como es debido”.
Hacer eso u olvidarse de Forn
Quiero decir, para que quede claro, pues, que, en realidad, igual, lo que los jóvenes escritores de hoy deberían hacer, en lugar de googlearse en web o en lugar de dedicarse a cargar contenidos de manera compulsiva o en lugar de hacerle caso a Forn —aunque no estaría mal que también le hicieran caso a él y de paso a Brodsky—, es leer y releer a Rita Indiana, para ver cómo es que lo clásico puede transmutar en vanguardia y cómo la vanguardia en clásico, cómo es que la fragilidad puede transmutar en TNT y cómo el TNT en fragilidad, cómo es que lo humano puede transmutar en demoníaco y cómo lo demoníaco en humano.
Y ya que he escrito la palabra demoníaco, aprovecho para decir, al paso, para que no digan que nunca se hace esto en esta e-newsletter, de qué va la historia que cuenta Asmodeo: un demonio antiguo, harto del último cuerpo que ocupara, el de un roquero acabado, determine buscar un nuevo huésped, sin ser capaz de imaginar que esa búsqueda, que le debería resultar sencilla, se convertirá en su propio infierno.
Un infierno terrenal y absurdo del que se sirve Indiana para contarnos, además de las desgracias del demonio Asmodeo, los últimos años del siglo XX en su país y las diversas formas del hastío, el sinsentido y absurdo.