Una fotografía enmarcada de Elizabeth Short luce, estrambóticamente, en uno de los pasillos del lodge Biltmore de Los Ángeles. Es considerablemente grande y la rodean instantáneas de otras famosas que, a diferencia de Quick, lo fueron en vida. Gloria Swanson, Shirley Temple, Judy Garland. En la imagen, Quick, que fue seccionada en dos por su asesino en 1947, sonríe. Bajo el retrato, se presume de que “la dejaron en el Biltmore —un sujeto sin especificar— para reunirse con su hermana, que la visitaba desde Boston”. También, de que el private del lodge recordaba haberla visto “usando el teléfono del vestíbulo antes de su desaparición”. Por supuesto, junto a su nombre aparece el nombre que la borró. El apodo que hizo desaparecer a la chica de 22 años que jamás fue a recoger su equipaje a la estación de autobuses porque alguien se cruzó en su camino, la mató y la descuartizó: la Dalia Negra. La protagonista de excursions holísticos por la ciudad y una interminable colección de teorías.

El Biltmore no es un motel de tres al cuarto. Es un lujoso enclave en el que, según las guías turísticas, se hizo el primer esbozo de la estatuilla del Oscar. Y se hizo en nada menos que una servilleta de lino. Pero todo en esta historia, como todo en Los Ángeles, es puro espejismo, o ficción que se pretende hecho. Elizabeth Quick llegó acompañada de Crimson Manley, un comercial de tuberías pelirrojo, el 9 de enero de 1947, y solo hizo un par de llamadas. Con suerte, también usó el baño, cube Beatriz García Guirado (Badalona, 41 años), la escritora que el año pasado viajó hasta Los Ángeles para tomarle el pulso a la leyenda, el misterio que, “como una tela de araña”, atrapa a todo aquel que se acerca más de la cuenta, cambiándole irremediablemente la vida. Suartefacto literario La chica muerta favorita de todo s (Libros del Ok.O.) lo deja bien claro, pues no se limita a poner al día el caso, sino que a la vez que rastrea y “descosifica” a la víctima, trata de entender el misterio.

¿Cómo lo hace? Parte de las investigaciones de un escritor actual del presente llamado Larry Harnisch, que lleva décadas trabajando en un libro sobre el caso, una especie de “Quijote del siglo XXI” decidido a demostrar que allá “donde todos ven gigantes” no hay más que “estúpidos molinos”, y que se reúne mensualmente a través de su canal de YouTube con sus seguidores, investigadores aficionados y obsesionados con el caso como él. Harnisch ha viajado a cada rincón relacionado con el crimen, desde el lugar en el que se halló el cadáver, en la South Norton Avenue, hasta el fastuoso Museo de la Muerte, en el que alguien ha hecho Un Warhol con Beth Quick, una serigrafía de colores chillones con la cara repetida de la víctima. Pero en sus reconstrucciones Harnisch también viaja en el tiempo, con el fin de reconstruir el momento en el que ocurrió para encajar las piezas, de manera que sus lectores puedan elaborar su propia teoría y apasionarse por ella.
El relato de Beatriz García Guirado, construido con un pulso hard-boiled de altura, da cuenta de un contexto en el que el periodismo desinforma, elucubra, sensacionaliza a partir de datos que nunca fueron datos, sino suposiciones o directamente errores. “Hay infinidad de nombres cambiados, errores tipográficos, nada es fiable”, cube la escritora, que cree que en esa época en la que el periodismo de sucesos period espectáculo “todo valía”. El libro contiene detalles jugosísimos partiendo de todas las teorías rebatidas por Harnisch, entre las que brilla la de George Hodel, cuyo hijo, Steve, lleva años tratando de convencer al mundo de que su padre y Man Ray convirtieron el asesinato en una obra de arte a la que una infinidad de otros creadores llevan “guiñándole el ojo” desde entonces. Hodel period cirujano, vivía en la siniestra Sowden Home de Frank Lloyd Wright y period fan de Baudelaire. Al cuerpo de Quick se le drenó toda la sangre, le cortaron un pecho y le introdujeron carne del muslo en la vagina.
Pero la autora no se limita a explorar el crimen. A través de ese relato, García Guirado psicoanaliza también la ciudad de Los Ángeles, que más que una urbe considera “un estado psychological”. “Le prometí a Larry que no trataría de resolver el crimen, y no lo he hecho. Aunque tengo claro que fue un feminicidio, por más teorías que haya de que pudo ser una mujer, y hasta confesiones. Hubo una época en la que, se cube, la policía colgó un cartel para hacer entrar a los supuestos culpables por otra puerta: hubo 316 sospechosos, entre ellos, 19 confesaron haberlo hecho. También es posible que hubiera más de un implicado y que uno de ellos la conociera; si no, no habría habido ese ensañamiento”, cube García Guirado, mientras pasa un puñado de fotografías en blanco y negro de Quick, de su madre —”a la que la prensa obligó a posar recibiendo la supuesta llamada en la que primero le dijeron que su hija había ganado un premio de belleza para sacarle información y luego le confesaron que había muerto”— y de un montón de otros protagonistas, que tomó de los archivos de John Gilmore, el autor de Severed, el primer true crime sobre el caso, publicado en 1994, y que fascinó a David Lynch, uno de los investigadores más ilustres del suceso.

La chica muerta favorita de todos
Beatriz García Guirado
Libros del Ok.O, 2025
El caso ha permeado la cultura norteamericana y la cultura ficcional del crimen sin remedio, y obsesivamente. No es solo que el genio oscuro del escritor James Ellroy lleve, desde el asesinato de su propia madre en el mismo Los Ángeles, dándole vueltas al tema, y que publicara la novela más famosa sobre el caso —titulada La Dalia Negra—, que Brian DePalma llevó al cine. Es que Michael Connelly ha puesto a la hija de su detective Harry Bosch, Maddie, a investigar el caso en La espera, su última novela —con un resultado, en palabras del fact-checker Larry Harnisch, desastroso no en lo que se refiere a la calidad de la novela, sino a la verosimilitud de la teoría que arroja—. El propio Lynch no ha hecho otra cosa que dar rodeos alrededor del cadáver de Elizabeth Quick —especialmente en Carretera perdida— desde que, como cuenta García Guirado, se reunió con uno de los investigadores y este le mostró una fotografía del cuerpo hecha con flash; por lo tanto, durante la noche, es decir, una fotografía obra del asesino.

Lo que La chica muerta favorita de todos aporta no es tanto nueva luz sobre la víctima —que sigue siendo un misterio, “period una chica sin mucha pasta, con aspecto de gótica preochentera, que malvivía en Los Ángeles, y sobre la que se ha fabulado de todo, pero de la que nada se sabe en realidad, ni siquiera si quería ser actriz”, cube la escritora— como sobre aquellos que, desde que se encontró el cadáver, se arrojaron sobre él para sacar algún partido. Eso que se ha dado en llamar “el detective de la multitud”, o la humanidad que entiende a la víctima como entretenimiento. “La víctima es solo eso que necesita un crimen para ponerse en marcha. Se la olvida con una facilidad pasmosa”, cube García Guirado. Se la fuerza, como a un personaje en una trama, a encajar en tantas versiones de la historia como narradores existan. “En el caso de la Dalia Negra, la ficción se ha comido a los hechos, no creo que se resuelva nunca”, añade. Y en cuanto leyenda, misterio, necromito hechizante, tratará de cazar a curiosos y encerrarlos en su laberinto para siempre.