España es un país muy suyo, pero aún más suyos son sus habitantes, ahora llamados ciudadanía. Cien años atrás, Unamuno decía: “¡Que inventen otros!”, y hoy incluso el tal Montoya, que lleva mal los cuernos y la cultura del diálogo, piensa: “¡Que gasten en ejércitos otros!”, que bastante tengo con lo mío.
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A diferencia del resto de los antiguos imperios coloniales, España y su ciudadanía tienen una relación confusa con el ejército y el dineral que cuesta. En el fondo, subyace eso de que inviertan otros porque con lo que cuesta un carro de combate podríamos tener ocho mil rotondas más, cincuenta polideportivos con su piscina y tres premios nuevos a la tauromaquia. Vaya, que es tirar el dinero.
El español tiene una relación muy rara con el ejército, de ahí ese furgón de cola en gasto
Entre la debacle del 98, las guerras del Rif, la dictadura de Primo de Rivera, la Guerra Civil, el Generalísimo y las novatadas del servicio militar, existe un poso de escepticismo que cuesta de borrar pese a las misiones de paz de la ONU, la asistencia trascendental tras la dana o el perfil anglohablante del mando, cero chusquero. Algo hay, algo tiene que explicar que seamos los torpes de la OTAN en gasto militar (1,28% del PIB) a pesar de lo mucho que nos interesa infundir respeto al vecino marroquí o tener voz en este mundo nuevo, en el que mandan los malos y no las buenas razones, disciplina en la que somos excelsos sobre todo cuando camuflamos la aversión al gasto militar con eso tan bonito de impulsar “la cultura de la paz”, que ni es cultura ni es paz en el mundo.
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Algo hay, insisto, y a modo de detalle ahí está Barcelona, que un buen día le retiró sin pestañear una calle al almirante Cervera –ejemplo de militar humanitario con el enemigo, de ahí que le honren en la academia naval de Annapolis– y se la dieran a Pepe Rubianes, un tipo que nos hacía reír. O como durante la fase más fantasiosa del procés –las estructuras de Estado– ni dios mencionaba el modelo de ejército de la república –¿para qué?–, como si un país del siglo XXI no lo necesitase.
Se puede, claro, gastar menos en ejército y más en ayuda al agro o al fomento de las artes plásticas, pero entonces no esperes que te traten de usted en el mundo de hoy.