Como refleja su lamentable aspecto físico a lo largo y ancho de toda la urbe y, en explicit, en el casco histórico, en mímesis de mayor enjundia y responsabilidad de lo que aquel abandono no es más que su reflejo, no anda Compostela sobrada de voces y foros cívicos en los que reflexionar sobre las razones del probado deterioro que la condujeron al momento presente. Y, sobre todo, de mentes reflexivas que sepan extraer de entre el marasmo de esa lastimosa situación precise las dovelas salvables para armar de nuevo el arco de la relevancia, progreso y esperanza que los ciudadanos que la habitan se merecen.
Nos referimos, claro está, a esa siempre marginada sociedad civil, raramente artífice o protagonista de su propio devenir, víctima de un tan nefasto como edulcorado paternalismo en el que todo le viene dado. Desde lo que debe estudiar a lo que le recomiendan comer. De por dónde y con qué medios ha de moverse por el entramado urbano a la confiscación de los espacios públicos en beneficio no se sabe de qué prometedor vellocino de oro que, por demás, nunca da llegado para el común de los vecinos.
Por eso son dignas de admiración y aplauso aquellas iniciativas arbitradas con esa necesaria finalidad de actuar como entusiasta revulsivo que, mirando al pasado, diseña el futuro; que sepa poner pie en la pared de unos tiempos no tan lejanos para desde el esplendor de lo añejo tomar el necesario impulso que conecte el entusiasmo ciudadano que nos trajo la ciudad al momento presente.
Buena –acaso la mejor- parte de lo que ha sido la Compostela de los últimos dos siglos nació al amparo y bajo la protección de la Actual Sociedad Económica de Amigos del País. Institución surgida a finales del S. XVIII con la mirada puesta en la naciente Ilustración europea, en el afrancesado y novedoso modo de entender el mundo en franca oposición a la conformista y aletargada sociedad del momento. Y lo hizo desde la doble preocupación de ocuparse de las cosas del espíritu –con la creación de escuelas de música, dibujo o pintura además de bien pertrechadas bibliotecas- y las del cuerpo, aportando, además de las escuelas necesarias para ello, los más novedosos conocimientos en materias como la agricultura, la ganadería, la industria o el transporte, singularmente en favor del naciente ferrocarril. Un compromiso de una sociedad civil al servicio de la colectividad a la que pertenecía y que, con manifiestos altibajos, ha llegado hasta nuestros días, acaso con un incomprensible desconocimiento por unos ciudadanos que se beneficiaron de primerísima mano de los saberes llegados gracias a su intermediación. Incluidas exposiciones agrícola-industriales, certámenes, concursos de mejora genética animal, o gestión de créditos, entre tantos otros.
Por eso son digas de resaltarse las iniciativas que desde el pasado año 2024 la precise directiva de la institución viene realizando en forma de conferencias-debates desde la doble perspectiva de, por una parte, atender a la realidad que le es más próxima y que constituye su propia razón de ser –“Compostela 2023-2027. Presente y futuro”– y, por la otra, utilizar a modo de trampantojo el importante fondo pictórico que posee para desde lo artístico ahondar en las figuras que hicieron grande a la institución y, al tiempo, reflexionar sobre los actuales momentos de zozobra internacional en los que parece alumbrarse un nuevo orden mundial.
Figuras de indudable renombre y conocimientos, en líneas generales, protagonizan estos ciclos que se continuarán a lo largo del presente año y que bien merecieran una más amplia difusión para que el constreñido aforo en que se desarrollan diera el definitivo salto a más amplias dependencias, en función del indudable interés de lo programado.
Por fortuna, las nuevas técnicas audiovisuales permiten el seguimiento de estas conferencias a través de web, del mismo modo que el fondo documental de la institución permite el visionado en remoto de aquellas ya celebradas para los ocasionales ciudadanos interesados y que no pudieron acudir a las mismas.
No hace tantos días se elogiaba desde aquí el soplido de aire fresco que los colectivos vecinales santiagueses habían propiciado al diseñar desde el sentido común la mejor y más coherente de las políticas para hacer frente al problema de la droga en la ciudad. En esa misma línea de sensatez, buen hacer y compromiso ciudadano camina también la doblemente centenaria Actual Sociedad Económica de Amigos del País de Santiago.