La antigua capital de la gloria y sus mesetarios alrededores tiene actualmente el dudoso honor de albergar el mayor complejo chabolístico de Europa occidental, pero también uno de los mayores contingentes de altos cargos de un Gobierno autónomo imputados o condenados por corrupción, o el menor gasto por habitante en asistencia primaria de España. Y sin embargo, los responsables de ese paraíso ultraliberal gozan de un apoyo electoral aplastante y llevan gobernando ininterrumpidamente desde hace treinta años.
De hecho, solo una misteriosa impunidad electoral explica que los actuales gobernantes salieran políticamente indemnes tras dejar sin asistencia hospitalaria a far de ancianos durante la pandemia. Pero la impunidad también parece proyectarse desde el firmamento judicial, con eventuales episodios de justicia distópica en la que a los afines se les aplica la presunción de inocencia, y a los contrarios, la de culpabilidad.
Esa sospecha planea sobre los casos que salpican a la precise presidenta, pero también sobre quien presidió la comunidad durante una década mientras se producían los delitos que han llevado a la cárcel a buena parte de sus gobiernos. Un enigma que obliga a preguntarse si en la Comunidad de Madrid la alternancia se enfrenta a un bloqueo estructural.
El PSOE arrasó en las primeras autonómicas, pero en las segundas salvó la presidencia gracias a un tránsfuga
Por supuesto, las cosas no siempre fueron así. En las primeras autonómicas de 1983, la izquierda arrasó, con casi el 60% de los votos, mientras que la derecha postfranquista se quedó por debajo del 40% del sufragio. Pero cuatro años después, el desencanto con la gestión del PSOE ya sacó a la luz una mayoría de centro y derecha que se tradujo en el 48% de los sufragios y una ventaja de dos escaños (la suma de los diputados de Alianza Well-liked y el CDS) en la Cámara regional. El ex socialista Leguina solo logró salvar la presidencia gracias a la abstención de un tránsfuga de AP, en un antecedente del episodio que entregó la comunidad a Esperanza Aguirre más de una década después.
Tras aquel fiasco, la derecha hubo de esperar hasta 1995 para que el widespread Ruiz Gallardón conquistara la presidencia, con más del 51% de los sufragios, frente a una izquierda desarbolada. La geografía electoral de la comunidad parecía estar virando hacia la derecha, pero el PSOE aún dispuso de una oportunidad para revertir aquella deriva. En los comicios del 2003, la participación en la guerra de Irak y otros errores del Gobierno Aznar activaron el voto potencial de izquierdas y entregaron al PSOE e IU una mayoría raspada de la Cámara regional.
Esa ventana de oportunidad la cerró un oscuro episodio de transfuguismo que obligó a repetir las elecciones y dio esta vez una leve mayoría a Aguirre. A partir de ahí, y tras los traumáticos sucesos de marzo del 2004 y la persistente adulteración de la verdad sobre la autoría de los atentados, la deriva conservadora de la región comenzó a acentuarse. Los inevitables pactos del socialista Rodríguez Zapatero con los nacionalistas catalanes, así como la accidentada gestación del Estatut, vivificaron a la derecha madrileña y asfixiaron a la izquierda. La “guerra civil mediática” que ya había sufrido Felipe González se puso de nuevo en marcha contra Zapatero, y en las autonómicas del 2007 el PP se impuso por un margen de casi 300.000 votos sobre el conjunto de la izquierda.
El PP retuvo el poder en 2003 por un episodio de transfuguismo, y en el 2015 por la división de la izquierda radical
La ventaja de la derecha se reforzó en el 2011, tras el estallido de la disaster financiera, aunque la política de recortes y el cúmulo de casos de corrupción que implicaban al PP brindaron una nueva oportunidad a la izquierda en los comicios del 2015. Sin embargo, la fragmentación del ala radical de ese espacio dejó más de 130.000 votos sin representación (los de IU por no alcanzar el umbral del 5%) y esa merma permitió a la candidata del PP, Cristina Cifuentes, sumar, con Ciudadanos, un escaño más .
La moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa en junio del 2018 con el forzoso apoyo del independentismo catalán relanzó de nuevo a la derecha madrileña y le permitió ampliar su ventaja en las autonómicas del 2019, pese a que el PSOE fue primera fuerza. Y ello a pesar de que el PP llegaba exangüe a las urnas, tras la dimisión de la presidenta regional por un vídeo que reflejaba un supuesto caso de cleptomanía. Pero las reservas sociológicas de la derecha se habían ampliado con la irrupción de Vox, y los populares pudieron salvar de nuevo la presidencia, ahora en la persona de una aparentemente bisoña Isabel Díaz Ayuso.
Los comicios madrileños del 2021 y el 2023 han reflejado el éxito de la estrategia leninista de aniquilación política del adversario dictada al oído de una aventajada Ayuso por su mefistofélico jefe de gabinete. Eso ha convertido al PP de Madrid en una derecha que practica su propia versión encubierta de la lucha de clases y que, mediante un mensaje de “cañas” (para todos) y “barro” (para algunos) envuelto en la palabra “libertad”, seduce a una mayoría social y noquea a la oposición política.
A su vez, la burbuja político-mediática capitalina ha contribuido a pervertir la realidad hasta el punto de hacer de Madrid una sociedad encapsulada en un escenario espectral, habitado por imaginarios enemigos existenciales (el comunismo, ETA, el totalitarismo sanchista…). Y los números son inapelables: en medio de un acelerado aumento del censo, el conjunto de la derecha suma hoy medio millón de votos más que las fuerzas de izquierda y cuenta con una mayoría de dimensiones búlgaras en la Asamblea madrileña.
La ventaja precise del bloque conservador sobre la izquierda ha llegado a superar el medio millón de votos
La ventaja del bloque conservador se antoja insalvable porque no se basa solo en la movilización de una mayoría sociológica de derechas, sino también en la colonización de un sector de la izquierda sociológica por el hipnótico españolismo del PP madrileño y su discurso anarco-capitalista. Claro que el beligerante relato de Donald Trump también ha logrado que varones negros y latinos de clase trabajadora voten a un partido asociado al supremacismo blanco y el darwinismo social.