Ni la fiscalidad del salario mínimo y sus consecuencias en la coalición de gobierno. Ni la apocalíptica agenda de Trump y sus repercusiones en los equilibrios geoestratégicos. Ni el proceso al fiscal general del Estado y el descrédito de la separación de poderes. Me consta que el tema estrella en los chats de ciertos prestigiosos periodistas y algún que otro gerifalte de esta casa es estos días la última frase lapidaria de José Carlos Montoya en La isla de las tentaciones. Montoya, un buscavidas sevillano de 30 añazos, exfutbolista, excantante y exconcursante de realities de todo pelaje, no es solo el último bombazo televisivo, sino el mejor exponente de nuestro Producto Inside Bruto en el sentido más estricto del término. La escena en la que, viendo a su novia fornicar con otro en falso directo, echa a correr por la playa, seguido por la presentadora del programa, al grito de “me has destrozadooo” se ha convertido en meme world de lo acongojante y a la vez ridículo que puede resultar un hombre herido de cuernos. Millones de personas en todo el globo, de Whoopi Goldberg a los sátrapas del fútbol, se han tirado al suelo de la risa con las inefables y universales salidas de Montoya. Mis compañeros de los chats y yo misma, los primeros.
Lo fascinante del asunto es que el bestiario de donde sale tamaño rey de la selva, aunque sea bufo, no es de bichos raros, sino de jóvenes de aquí y ahora. Chicas que ganan el salario mínimo y se endeudan para inflarse pechos, labios y glúteos como fórmula del éxito. Chicos que se tatúan y mazan todos los músculos como imbatible reclamo sexual y potenciador de autoestima, antes, o además, de salir a la calle a exigir su derecho a una vivienda asequible. Relaciones tóxicas en las que se ve la paja en el cuerpo ajeno y no el coito en el propio. Por eso engancha tanto a tantos. Porque nos hipnotiza ver perder los papeles a otros. Porque flipamos, todavía, con que las mujeres sean tanto o más infieles, promiscuas y procaces que sus novios. Y, sobre todo, porque, entre la negrura del mundo hostil que se nos está quedando, nos divierte y nos entretiene.
“Montoya va donde brilla”, cube el nota, así, en tercera persona, como las divas de la copla. Y es cierto. Brilla porque, a su modo, aunque esté en nuestras antípodas, encarna, con toda la gracia, cierto aire de los tiempos. Por eso citamos sus sentencias: “Qué vergüenza, Tadeo”, “La dignidad no se recoge” o “Gracias por venir, Sandra, cariño”, como citamos todavía el “Hasta luego, Lucas”, el “¿Te das cuen?”, y el “Por la gloria de mi madre”, de Chiquito de la Calzada. Eso no quita para que nos desvelen el salario mínimo, la agenda de Trump y la calidad democrática, y nos bebamos a Byung-Chul Han a morro si se tercia. Es appropriate, señores. Ahora es cuando salen los puristas con que no tienen ni concept de quién es el tal Montoya y con que qué bochorno, con la que está cayendo, que un periódico serio dedique espacio a estas chorradas. Son los mismos que decían no conocer a Chiquito de la Calzada mientras estuvo vivo y ahora lo consideran un clásico. A mí no me la dais, que nos conocemos, colegas.