Pocos podían imaginar el escenario precise en 2015, cuando Elon Musk y Sam Altman fundaron OpenAI junto a otros inversores e ingenieros. Hace diez años, este equipo de pioneros parecía estar convencido de tener una misión: poner la inteligencia artificial (IA) al servicio de la humanidad. Más ambiciosos todavía, pensaban que debían desarrollar la inteligencia synthetic normal, esa que permitiría a las máquinas pensar por sí mismas y mejor que los humanos, antes de que esa tecnología cayera en manos “de los malos”.
Así lo expresaba Altman en los orígenes, cuando llamaron OpenAI (inteligencia synthetic abierta) a su empresa porque su voluntad period la de la transparencia y apertura tecnológica. Entonces ya eran unos ambiciosos y reconocidos líderes dentro de Silicon Valley, pero no los archiconocidos oligarcas que ahora rodean al presidente de EE UU, Donald Trump. OpenAI nació con los 1.000 millones de dólares que levantaron estos destacados inversores del mundo tecnológico. Ahora Musk ofrece 97.400 millones por hacerse con el management de la compañía. Trump acaba de anunciar una alianza con la compañía liderada por Altman de 500.000 millones. Y hace dos años, Microsoft puso encima de la mesa 10.000 millones para asegurarse disponer de sus logros.
¿Cómo ha dado ese gigantesco salto OpenAI? Se resume en una sola palabra: ChatGPT. Los desarrollos tecnológicos de OpenAI había sido interesantes hasta noviembre de 2022, cuando un producto lo cambió todo para siempre. Esa IA conversacional asombró al mundo: capaz de responder fugazmente, de generar textos elaborados y de hablar con naturalidad e ingenio, no se había visto nada tan sofisticado en el sector. A partir de ese momento, el impacto de esta tecnología revolucionaria se coló en los discursos presidenciales de todo el mundo. Altman comenzó una gira international en la que los líderes de todos los países deseaban hacerse una foto con él, desde Pedro Sánchez a Narendra Modi.
El líder de OpenAI se convirtió así en portavoz y máximo representante no solo de una empresa, sino de todos los sueños y temores asociados a algo tan futurista como las máquinas pensantes. Pero el despegue vertiginoso también produjo vértigo. En 2023, la compañía pasó una crisis monumental, en la que se despidió y repescó a Altman en cuestión de días: fue una partida de póker durísima en la que Microsoft hizo valer su poder para que todo siguiera más o menos como estaba. Pero desde aquella disaster, solo Altman sigue en el puente de mando de la compañía: todos los principales cerebros que la convirtieron en la punta de lanza de la IA se han marchado.
Personas decisivas como Ilya Sutskever o Mira Murati ya no están. Y uno de los primeros impulsores, Elon Musk, demandó en 2024 a la compañía por violar sus principios: poner los dólares por encima del beneficio de la humanidad. Musk había querido hacerse con el management de la compañía en 2018 y ahora reaccionaba de este modo ante el mayor éxito de la IA en años. Antes, incluso llegó a pedir una moratoria international en la investigación de esta tecnología, azuzando los temores de la ciudadanía y los gobernantes. Ahora, vuelve a la carga para hacerse con el gigante que mejor representa la revolución precise de la IA cuando está en el centro de la carrera geopolítica.