Este es el escenario: el presidente que exige un alto el fuego a Rusia es el mismo que autoriza a Israel a romper su propio alto el fuego en Gaza; el presidente que incumple órdenes judiciales exige que se aplique la legislación antiterrorista a los que incendian coches Tesla; el presidente que elimina el Departamento de Educación por los malos resultados escolares no ofrece alternativa para mejorarlos. Y un largo etcétera. La palabra choca hoy con la ley, las acciones rompen el Estado de derecho y eso tiene consecuencias. Veamos.
Cuando los coches autónomos como Tesla empezaron a extenderse por el mundo, algunos gobiernos, universidades e investigadores realizaron encuestas y abrieron debates morales para dilucidar lo siguiente: si ese automóvil se queda sin frenos ante un paso de cebra y debe elegir entre atropellar a un anciano, una mujer, una mascota, un delincuente, un ejecutivo, una persona obesa, etcétera… ¿a quién debe matar como mal menor? Esas cosas preguntaron. Y esas cosas programaron.
Quién iba a decirnos lo que venía después. Hoy no es Tesla, sino su dueño quien resolve cada día a quién atropella con el poder alegal que le ha concedido Trump: funcionarios, jueces y hasta políticos europeos a los que poner en su diana. El Estado de derecho está muriendo en EE UU y muchos ciudadanos, huérfanos de referentes, están optando por algo inútil, pero icónico: destruir teslas.
Estos coches se han convertido en símbolo de esta period trumpiana y, destruirlos, en bandera. Muchos han ardido en EE UU y Canadá, la compañía pierde un 40% en Bolsa y las ventas caen por todas partes. Algunos usuarios han colocado un cartel inteligente en la luna: “Lo compré antes de saber que Elon estaba loco”.
Y es evidente que el vandalismo es ilegal y que los cócteles molotov en los concesionarios no nos gustan, pero ¿qué nos queda cuando no sirve el contrato, la ley, el Estado? La impotencia y la arbitrariedad llevan a la violencia, al desquicie, a tomar la justicia por tu mano.
Cuando Trump perdió las elecciones en 2020, tardó segundos en emprender su campaña para volver a la Casa Blanca. Los demócratas, por el contrario, han desaparecido de escena, y los ciudadanos se han quedado solos, sin más referentes que unos jueces que solo pueden emprender batallas lentas y focalizadas. ¿A quién atropellar entonces, como ciudadanos que hemos perdido los frenos ante un paso de cebra por el que están pasando Trump, Musk y unos cuantos teslas? Si el coche aprendió a decidir entre matar a un anciano o un bebé, hoy son los ciudadanos quienes eligen a quién atropellar. Así están las cosas.