Los sondeos, por una vez, no se equivocaron. Los dos grandes partidos alemanes, CDU y SPD, han sido castigados en las urnas. Los conservadores de la CDU ganaron las elecciones a la Cancillería en Alemania sí, pero no ha sido la victoria amplia que esperaban. No han llegado al 30% de los votos y han perdido 830.000 electores que votaron por la extrema derecha. Su líder, Friedrich Merz, no ha convencido del todo: ha pasado 20 años fuera de la política, no se sabe si será un buen canciller porque nunca ha ejercido un cargo público. Ahora ha llegado su hora y la apuesta es muy alta.
Subió mucho Alternativa para Alemania (AfD), como estaba previsto, hasta el 20% que le auguraban las encuestas, pero no ha ido más lejos. La formación duplica los resultados de hace tres años, es la segunda fuerza política del Bundestag, precisamente en este año que se conmemoran los 80 años del fin del nazismo.
Los socialdemócratas, sin embargo, registraron una fuerte caída hasta el 16% de apoyos, casi diez puntos menos que hace tres años, castigados por una población descontenta por la falta de liderazgo y asustada por el miedo a Trump y a Putin y por la mala situación económica. Olaf Scholz ha asumido en persona la derrota, pero no ha querido dimitir. Solo un 18% de los ciudadanos le consideraban un buen gestor. Muchos piensan que se ha ocupado más de los parados y de los que viven de las ayudas estatales que de quienes trabajan y madrugan cada día.
Un 84% de los electores alemanes —un récord de participación desde la reunificación— ha acudido a las urnas, deprimidos y angustiados. Quieren tener cuanto antes un Gobierno estable y que les encourage confianza. Y el ganador, Friedrich Merz, lo sabe: “El mundo espera mucho de nosotros”, afirmaba media hora después del cierre de los colegios electorales. “Tenemos que empezar a hablar con los socialdemócratas inmediatamente y ponernos a trabajar ya”. Merz quiere tener un Gobierno cerrado antes de Semana Santa, es decir, para mediados de abril. Y los ciudadanos esperan que ese Ejecutivo sea estable y no la jaula de grillos que han dejado atrás. También que estos políticos demuestren competencia y que no se pierdan en discursos vacíos. Son tres las grandes preocupaciones de los alemanes, según las últimas encuestas: la inmigración irregular (27%), la recesión económica (26%) y el miedo a una posible guerra en Europa por la agresividad de un Putin apoyado por Estados Unidos (20%).
La urgencia de cerrar un acuerdo de gobierno puede tal vez facilitar la búsqueda de compromisos entre conservadores y socialdemócratas. En la lucha contra la inmigración irregular hay ya algunas coincidencias: más mano dura, controles reforzados en las fronteras y expulsiones rápidas para quienes no tengan derecho a quedarse en la República Federal. Si finalmente Los Verdes entraran en una futura coalición, cosa que aún no está clara, las cosas se complicarían en este terreno.
Tampoco será fácil consensuar la futura agenda económica: Merz quiere mejorar la fiscalidad para empresas y ciudadanos, pero esto supone menos ingresos y menos gasto social. Y el SPD sólo puede salvar la cara ante sus seguidores si mantiene en esta nueva etapa algo de “socialdemocracia”, es decir, más protección social en un país rico donde uno de cada cinco niños, según la ONG Save the Kids, es pobre y donde el 21% de la población vive de los subsidios porque es oficialmente un menesteroso.
Merz se enfrenta a un doble reto: no solo tiene que responder a las expectativas de sus conciudadanos, sino a las de toda Europa. No va a tener tiempo de pensar mucho. Las circunstancias le van a obligar a actuar y a ofrecer respuestas rápidas, lo que incrementa las posibilidades de cometer errores. Sólo queda desearle buena suerte.