La prescripción de psicofármacos en este país está regulada y solo pueden recetarlos los profesionales de la medicina. No son como la aspirina o las vitaminas, aunque el discurso farmacofóbico de moda dé a entender lo contrario. Habrá, como en todo, un mercado negro e ilegal en el que uno pueda saltarse los controles existentes, pero eso no es un problema de salud sino un asunto policial. Lo que llama poderosamente la atención es que en este tema se incurra en el irresponsable error de dar consejos generales a menudo basados en un desconocimiento absoluto de la materia sin recordar que estamos hablando de dolencias, de sufrimiento y del tratamiento que lo puede paliar. Nadie con dos dedos de frente aparecería en televisión diciendo, por ejemplo, que tomamos demasiados medicamentos para la presión arterial o demasiadas pastillas para prevenir la obstrucción de las arterias, que nos ponemos demasiados marcapasos o demasiadas caderas de titanio. Al que sufre un traumatismo no se nos ocurriría aconsejarle que aguantara el dolor de una fractura o una herida sin analgésicos de ningún tipo. Entendemos que hay que hacer algo para mitigar el sufrimiento del enfermo.