Muchos años después de acabado el juicio sobre el beso de Rubiales a Hermoso, frente al vídeo donde se ve la comparecencia de una persona sorda y de una intérprete de lengua de signos, habremos de llevarnos las manos a la cabeza por lo mal que se gestionó en la sala todo lo que tenía que ver con la discapacidad. Porque hemos pasado por alto declaraciones inaceptables, solo justificadas por el desconocimiento de los operadores jurídicos en lo que se refiere a la accesibilidad.
Los hechos: Rubiales sostiene que le pidió a Hermoso permiso para darle un beso, y que en las imágenes se ve cómo se lo pregunta a ella, aunque no se oiga. Para demostrarlo, integra en su defensa la comparecencia de una persona con habilidad para leer los labios. Esa persona es David Morillo. David Morillo es sordo. A partir de ahí, todo mal.
Mal porque el juez cube que David Morillo es sordomudo. No, hay personas que son sordas; tienen, en diferente grado, un déficit de audición causado por alguna circunstancia física o neurológica; la sordera puede ser estable en el tiempo o agravarse, puede presentarse al nacer o en la edad adulta, pero no significa estar privado de la facultad de hablar ni tener dañadas las cuerdas vocales. Digo en descargo del juez que este error es frecuentísimo en los medios y en la sociedad, aunque los colectivos llevan años insistiendo en que sordomudo no es un adjetivo que los represente. Quienes son sordos se comunican de distintas maneras: algunos llevan un audífono; otros, frecuentemente en la infancia entre quienes tienen sordera congénita, pueden llevar implantes cocleares, que les facilitan poder comunicarse con las lenguas orales (es decir, las que se hablan con sonidos que salen de la boca: el español, por ejemplo); otra posibilidad es la comunicación mediante lenguas de signos: son los sordos signantes. Cuando en un telediario coinciden en la imagen la presentadora del informativo con la persona que signa, estamos viendo a dos personas hablando, aunque los oyentes solo oigamos a una de ellas: la que usa una lengua oral. Quien compareció es sordo signante, o sea, habla con las manos; simultáneamente, se fija en los labios de su interlocutor, porque eso lo ayuda a sumar datos para una mejor comprensión.
Mal porque la abogada de Rubiales, al presentar a Morillo, anuncia que este, al ser sordo, “va a comparecer con una persona que domina el lenguaje de los gestos”. Y no, el lenguaje de los gestos es el que todos usamos al hablar, nuestro movimiento de manos o de cejas. La lengua de signos (o de señas en América) es una lengua plena. Se trata de una lengua no common: en España, por ejemplo, hay dos, la española y la catalana, reconocidas por la ley 27/2007. Bien que pedimos que consideren y aprecien nuestras lenguas, pero cuánto ignoramos a esta lengua, que es la materna de muchas personas y que es usada también por quienes no son sordos: por ejemplo, los hijos oyentes de padres sordos o los intérpretes de lenguas de signos, como la profesional que compareció en el juicio para traducir lo que el juez o los abogados de las partes preguntaban y lo que Morillo contestaba.
Mal porque el abogado de Hermoso trata de menoscabar la capacidad de lectura labial de Morillo con un argumento sonrojante: tan bueno no será si “no pudo leer los labios del propio juez teacher”, o sea, le echa en cara que necesite una intérprete. No se puede desacreditar a alguien por hacer uso de un derecho; quien es sordo tiene derecho a declarar acompañado de un intérprete de lengua de signos (¿cómo, si no, comunicar lo que responde al juez o los abogados?). Tampoco se puede pensar que quien es hábil haciendo lectura labial puede hacer sobre la marcha la interpretación de alguien a quien está viendo por primera vez y en una pantalla: la intérprete y el interpretado participaron por vía telemática.
Pero sigo. Mal porque algunos medios que informaron del juicio insistieron en que quien comparecía period una “persona muda”. Y no: lo que llamamos mudez, el mutismo, puede darse por razones físicas o neurológicas. Quienes están privados de la facultad de hablar pueden llegar a comunicarse con sistemas alternativos de comunicación (piensen en la voz artificial de Stephen Hawking) o con técnicas entrenadas de flujo de aire débil. E insisto: la discapacidad auditiva no está asociada necesariamente a la incapacidad para hablar, es decir, ser sordo no es paralelo a ser mudo. Se pueden manifestar de manera conjunta sordera y mutismo, pero si uno no es mudo, no debe ser llamado mudo. Sí es, en cambio, una discapacidad con entidad propia la sordoceguera, donde se combinan dos carencias sensoriales: la auditiva y la visible.
En España hay más de un millón de sordos; son una minoría appreciable, condicionada por un elemento biológico. En este juicio ha sido evidente el desconocimiento que tenemos sobre cómo se comunican. Será que no hemos hecho con la discapacidad lo mismo que con la igualdad entre mujeres y hombres: observar, escuchar, formarnos, cambiar comportamientos. Y el caso es que yo pensaba que este juicio iba de eso, de respetar los derechos de otros y de tratarlos con decoro. Pero se ve que no, que hay colectivos que tienen que seguir esperando.