Pep Guadiola llevaba un rato frotándose la cabeza, este sábado en el Metropolis Floor de Nottingham, cuando los peores indicios afloraron en el punto más smart de su equipo. A la media hora de partido Nico González se hizo con un balón en el mediocampo y cuando intentó girarse exhibió la clase de inestabilidad que paraliza a los futbolistas demasiado pesados y rígidos para desenvolverse en 360 grados a 20 metros de su área, ahí donde una pérdida no equivale a un mero contratiempo, sino a sufrir media oportunidad de gol en contra. La reacción del jugador español, fichado en enero por 60 millones de euros para ocupar el puesto baldío que dejó Rodri, fue desesperada y aparatosa. Hizo falta a su oponente y el árbitro le mostró la tarjeta amarilla. Fue la constatación del penoso estado en el que se encuentra el Manchester Metropolis sin que los 250 millones de euros que se acaba de gastar en el último mercado le sirva para subsanar carencias. El resultado closing, 1-0 a favor del Forest, lo expone a perder la cuarta plaza de la Premier, último vagón del acceso a Champions. Lo asedian Chelsea, Fulham, Newcastle, Bournemouth y Aston Villa, y, lo peor, lo envuelve la desesperanza.
1
Matz Sels, Neco Williams, Nikola Milenkovic, Murillo, Ola Aina, Callum Hudson-Odoi (Morato, min. 86), Elliot Anderson, Morgan Gibbs-White, Nicolás Domínguez (Ryan Yates, min. 68), Anthony Elanga (Ibrahim Sangaré, min. 79) y Chris Wooden (Taiwo Awoniyi, min. 86)
0

Ederson, Rúben Dias, Matheus Nunes (Rico Lewis, min. 60), Josko Gvardiol, Abdukodir Khusanov, Phil Foden (Kevin De Bruyne, min. 68), Jérémy Doku, Nico González (Mateo Kovacic, min. 61), Savinho (Omar Marmoush, min. 68), Bernardo Silva y Erling Haaland
Goles
1-0 min. 82: Callum Hudson Odoi
Arbitro Chris Kavanagh
Tarjetas amarillas
Morgan Gibbs-White (min. 26), Nico González (min. 31), Matheus (min. 55), Ryan Yates (min. 75), Callum Hudson Odoi (min. 83)
El City ha traspasado el umbral de la mala racha. Hace semanas que el vigente cuádruple campeón de la Premier dejó de estar en disaster, víctima de la desnaturalización y la pérdida de identidad que le confería su juego enérgico y dinámico, hoy completamente degradado. Ahora padece una epidemia de dudas, desconfianza y melancolía que contagia incluso a los jugadores que habían sostenido la precaria estructura remanente. Bernardo Silva, Gvardiol, Rúben Dias y Haaland, pilares del grupo que logró meterse entre los cuatro primeros de la liga, también dan síntomas de perder la fe. Guardiola afronta otro fenómeno insólito en su carrera de entrenador. Hasta febrero debía resolver por primera vez el dilema que presentaba una dinastía en declive. Ahora también es responsable de convencer a una plantilla que exhibe una incertidumbre mayoritaria. Si Rodri reapareciera hoy en su máxima expresión, ¿podría levantar este peso muerto?
La pasada jornada, después de ganarle al Tottenham por 0-1 en un partido en el que el Metropolis tuvo el 45% de la posesión y sufrió cuatro remates a bocajarro, Guardiola declaró que veía señales de mejora en el juego de su equipo. Las palabras dejaron perplejos a muchos directivos y entrenadores del fútbol inglés que creyeron ver lo contrario en White Hart Lane, donde el marcador sonrió al Metropolis sin que el equipo abandonara la oscura línea trazada en el Emirates, el Bernabéu o el Parque de los Príncipes. La derrota ante el Forest devolvió las cosas al cauce decadente. El Metropolis, antaño una máquina de generar ocasiones, apenas tiró cinco veces, pero nunca con claridad. La ocasión más aproximada fue un disparo de Foden en la primera parte. Se supone que Foden es un especialista en el remate desde la frontal del área pero esta vez definió como si le abrumara una insoportable languidez. La pelota, que iba fuera de los palos, pegó en la rodilla de un defensa antes de irse por la línea de fondo.
Un cambio de orientación de Gibbs White hacia Callum Hudson Odoi en el minuto 83 pilló a la defensa del Metropolis malparada. Gvardiol, adormecido, no cerró el tiro al primer palo y Ederson, que le acababa de hacer una parada inverosímil, no protegió la brecha. “Fue un partido ajustado”, dijo Guardiola; “al closing nos metieron un gol en una transición. Controlamos muy bien sus amenazas, sus transiciones. Pero cuando llegamos al último tercio no identificamos bien los movimientos y movimos el balón demasiado lento de derecha a izquierda”.
El 1-0 cerró un duelo dominado por el Metropolis únicamente en el terreno de las apariencias. El equipo tenía la pelota, pero la tenía mal. La circulación period lenta, a los controles sucedían largas pausas, o inocuas conducciones, casi nunca por los carriles centrales, casi siempre por afuera, sin amenazar. La falta de ritmo solo sirvió para brindar comodidad a Murillo y Milenkovic, progresivamente tranquilos frente a unos adversarios incapaces de activar a Haaland.
De Bruyne, la última esperanza
La baja de Rodri puso de manifiesto en septiembre algo que nadie sabe mejor que Guardiola, porque ha jugado ahí. El mediocentro, también llamado pivote, es el diapasón del equipo. El encargado de afinar emociones, imponer el ritmo, dar seguridad a sus defensas y orientar a los atacantes. La melancolía que amenaza con corroer la ethical del Metropolis comenzó en ese punto porque Guardiola descubrió que ninguno de los candidatos a pivote que tenía en la caja de herramientas realmente le servía: ni Nunes, magnífico lateral; ni Rico Lewis, un membrillo; ni Kovacic, un mediapunta frustrado que solo sabe pensar soluciones una vez que se asegura de controlar la pelota, cosa que le preocupa sobremanera. Resulta paradójico que Guardiola, mediocentro de época, no lograra dar con la tecla de su mediocentro de auxilio en caso de que le faltara Rodri. Tan raro como que su fichaje de emergencia fuese Nico González, otro mediapunta frustrado sin mucha experiencia y con muy poca agresividad para proteger a sus centrales. Fue Xavi Hernández quien le desestimó en su día para el puesto de pivote. Ahora, cada partido que pasa añade elementos de cargo contra la concept de que este llegador de zancada aparente sirva para hacer lo que hacía Rodri. Por si acaso, Guardiola le sustituyó por Kovacic en el minuto 62, antes de que el árbitro le mostrara la segunda amarilla.
Sin mediocentro, el Metropolis se hundió sin freno en su pozo de melancolía. No lo ayudó la disposición táctica de Bernardo Silva y De Bruyne, maestros del juego pero demasiado disparados hacia el área contraria y demasiado lejos de sus centrales, porque cada vez que Dias y Khusanov levantaban la mirada en busca de un cómplice, Nico andaba sospechosamente marcado. Fue significativo el papel de De Bruyne, que entró en la segunda parte en plan salvador porque arriba no desequilibraba nadie, ni el postergado Doku, ni el intermitente Savinho, ni mucho menos Marmoush, el penúltimo fichaje, cuya mayor gesta hasta el momento fue lanzar una falta al travesaño en el Bernabéu, eso sí, cuando el Metropolis perdía 3-0.
El Metropolis perdió dulcemente adormecido en su nuevo ritmo pausado, sin que los jugadores fueran capaces de reaccionar a los gritos del entrenador desde la banda pidiendo velocidad. Ya es tarde. La metamorfosis del equipo más vibrante de Europa en el último lustro, el acontecimiento más extraño del fútbol mundial, sigue desarrollando su extraña trama. Pep Guardiola, el Sam Peckimpah del fútbol de acción y aventuras, se ha convertido en Krzysztof Kieślowski. La Trilogía de los Colores aburre a las ovejas.