Unos se lo tomaron mejor y otros peor, unos se quedaron estoicamente en casa al recibir la noticia de que su vuelo había sido cancelado, otros se negaron desesperados a aceptar la realidad y se presentaron en Heathrow, incluso cargando con las maletas en medio de la carretera cuando el servicio de trenes exprés al aeropuerto desde la estación de Paddington quedó suspendido.
En las bocas del metro aparecieron desde bien temprana mañana cartelones advirtiendo a los viajeros que no hubieran leído las noticias o recibido un mensaje de texto de su aerolínea sobre la inutilidad de desplazarse a un aeropuerto que cerró a cal y canto hasta bien entrada la tarde. Uno podía darse de tortas contra la pared, pero la resignación cristiana period la mejor receta. Eso, y ponerse a buscar como locos un asiento en los vuelos de los próximos días.
Para algunos se ha tratado de simples inconvenientes, para otros de auténticos dramas
Los hoteles y moteles de los alrededores de Heathrow pusieron el cartel de “no hay habitaciones” antes del mediodía, y por sus bares y zonas comunes pululaban gentes que intercambiaban sus historias. Paula y sus amigas tendrían que retrasar la despedida de soltera en Barcelona; Marcos no podría llegar a la reunión de negocios en Abu Dabi para la adquisición de una empresa; los responsables de un grupo de escolares irlandeses consultaba con los padres de los niños si cancelar el viaje y regresar a Dublín, o intentar reconfigurar las fechas de la excursión de fin de curso.
Todo el mundo pegado a sus móviles, como si fuera el anuncio publicitario de una empresa de telefonía
Todo el mundo pegado a sus móviles, como en un anuncio de empresa telefónica, advirtiendo a amigos y familiares que no llegaría conforme a lo previsto, y vaya usted a saber cuándo (Heathrow opera este sábado a plena capacidad, pero en los vuelos no hay sitio pare meter a todos los que se han quedado en tierra). Inconvenientes, por millones. Vacaciones perdidas sin seguro que lo compense, muchísimas. Reuniones telemáticas en lugar de presenciales, tropecientas. Pero también auténticos dramas, como el de Pavel, un joven checo cuyo padre está moribundo y de quien querría despedirse antes de morir, o el de Laura, una norteamericana que ya no llegará al funeral de su abuelo en Chicago.
Está cada vez más de moda celebrar bodas en lugares exóticos lejos de casa, y Lindsay tenía miedo de llegar tarde a la de su mejor amiga en Budapest, prevista para el domingo. Su teléfono echaba humo buscando asiento para este sábado desde cualquier aeropuerto de Londres, y sondeando si no cabría la posibilidad de aplazar un día o dos el casamiento (la respuesta fue que ni pensarlo).
La resignación cristiana –¡qué remedio!– fue ganando poco a poco a la desesperación inicial por la incertidumbre de cuándo se abriría el aeropuerto. Algunos con el culo inquieto se fueron a la estación de Saint Pancras para subirse al Eurostar y presentarse en París o Bruselas, o negociaron con un taxista que los llevara a la terminal de ferrys de Folkestone. El resto, después de tirarse de los pelos, rehizo como pudo sus planes y se quedó en casa, o empezó a consultar las redes para ver qué posibilidades hay de que su aerolínea le devuelva lo que se va a tener que gastar en alojamiento, transporte y comida hasta encontrar sitio en un avión que le lleve a su destino.
El grito colectivo de alivio retumbó en toda la ciudad cuando, después de comer, volvió a hacerse la luz una a una en las cinco terminales de Heathrow, y el primer avión (un British Airways) aterrizó a las seis punto de la tarde. Algunos vuelos internacionales salieron tras la puesta del sol, y comenzaron a llegar varios procedentes de Europa que se habían quedado atrapados en Frankfurt. Amsterdam o París. Un desastre, pero las cosas podrían haber sido peor. Las cosas iempre pueden ser peor.