Entender las condiciones que producen un desastre pure es la única manera de protegernos. Hasta hace poco, la respuesta a un huracán, un tsunami o una dana que acaba con la vida de cientos de personas ha sido invertir en sistemas de pronóstico y modelos computacionales capaces de detectar su itinerario e intensidad con rapidez y precisión. En infraestructuras y servicios de emergencia más ambiciosos, protocolos de aviso, evacuación y manejo de refugios más eficientes para proteger las vidas y reducir significativamente los daños materiales en eventos extremos posteriores. En los últimos años, sin embargo, estamos viendo cómo la respuesta a los desastres, tanto climáticos, pandémicos, socioeconómicos como políticos, está siendo reemplazada por fantasías que anulan la explicación científica de todos los fenómenos, o incluso niegan la existencia del desastre actual.
Unos cuantos ejemplos. La pandemia ha pasado de ser una disaster sanitaria world causada por el coronavirus SARS-CoV-2 a una conspiración de las élites para obtener beneficios económicos y controlar a la población. La crisis migratoria se ha convertido en el gran reemplazo. El huracán Milton que acaba de atravesar Florida, en un experimento del Programa de Investigación de Auroras Activas de Alta Frecuencia para castigar a los votantes republicanos e impedir que salgan a votar a Donald Trump. El fenómeno de responder a las amenazas reales con alucinaciones paralelas contra las que ejercer una resistencia actual se llama nacionalismo desastre y tiene una función.
La población se siente tan indefensa y abrumada frente a la incertidumbre climática y económica que elige abrazar versiones más manejables de la realidad. Es más fácil disparar a un inmigrante o colgar a un político que afrontar la culpa colectiva de la disaster climática. Es más fácil gestionar la maldad de un político perverso que el vacío ineficiente de la mediocridad institucional. Estas soluciones simples con enemigos perfectos son manufacturadas y servidas a través de las redes por propagandistas, influencers sin escrúpulos y personalidades de la ultraderecha para consumo inmediato después de la dana, el incendio o el huracán. Llegan cuando más falta hace un analgésico capaz de calmar el dolor.
Para Richard Seymour, autor de Disaster Nationalism: The Downfall of Liberal Civilization (Verso Books, 2024), el nacionalismo desastre funciona precisamente porque es una cura para este momento traumatizante, una alternativa a la depresión. Porque es mejor, más eficiente y barata que las alternativas progres como la terapia cognitiva, los recaptadores de serotonina o la meditación. Porque Mark Fisher llega tarde y nos ha dejado el diagnóstico pero no la solución.
“Es un fascismo incipiente que, a los efectos de lo que sigue, puede entenderse como un movimiento revolucionario de la derecha para aplastar la democracia —escribe Seymour—. Como corriente política que se extiende desde los rincones de web hasta los líderes en los altos cargos del Estado, no tiene un frente político formal que organice a los paramilitares para derrocar la democracia”. Tiene una purple interconectada de troles, agitadores profesionales, algoritmos oportunistas, políticos y agencias de desinformación que se relacionan y amplifican en forma de guerras culturales capitalizando la furia y la desolación. Un problema porque, al closing del nacionalismo desastre, no está la temida vuelta al fascismo de entreguerras sino la ética del bote salvavidas en un contexto de colapso climático common.