Nos acaba de dejar Alonso Ibarrola —así le gustaba firmar y que lo llamaran— (San Sebastián, 90 años). Periodista, escritor, cinéfilo, melómano, bromista, un tipo entrañable. De su perfil polifacético lo que tal vez dejará mayor eco es su maestría en el relato corto, teñido de un humor cáustico, inteligente, a veces hasta absurdo y tirando a negro. El gran maestro de periodistas Eduardo Haro Tecglen lo llamó autor “casi clandestino”, comparándolo con los grandes del humor hispano, como Jardiel Poncela, Mihura o Edgar Neville. Con Haro Tecglen y con OPS (que ahora firma como El Roto) coincidió en el semanario Hermano Lobo, un atisbo de libertad en pleno franquismo; aquellos textos de Ibarrola podrían compararse a los dibujos ácidos de OPS/El Roto.
Aunque también escribió novela, son los relatos cortos (a veces surrealistas) donde mejor plasmó su talento y sus amplios conocimientos. A su primer libro, Depetris, siguieron otras muchas colecciones de historias, durante más de treinta años. Algunas de ellas aparecidas en pleno franquismo —crípticas, por tanto— y que supusieron una bocanada de aire fresco. Entre otros volúmenes, Florecillas para ciudadanos respetuosos con la ley o Historias para burgueses, prologado este por Cesare Zavattini (el gran guionista y pilar del neorrealismo italiano, al que Ibarrola dedicó un par de estudios), y traducido a varios idiomas. Algunos de sus relatos quedaron recogidos en antologías como Por favor, sea breve, junto a nombres muy conocidos de la literatura common.
José Manuel Alonso Ibarrola nació en San Sebastián, en 1934. En 1962 se trasladó a Madrid, con diversos proyectos periodísticos entre manos, pero nunca dejó de “ejercer de vasco”, imitando el habla y rompiendo tópicos, con cierta socarronería a veces, pero también indagando sobre figuras vascas poco conocidas, como el explorador y aventurero Domingo de Bonechea.
Su faceta de periodista la ejerció en semanarios como España económica, Mundo joven (donde incorporó a José María Íñigo como colaborador) o la revista Contrapunto. En esos años, además, se dedicó a la crítica televisiva en semanarios como Teleprograma y Supertele, que llegó a dirigir. También firmó durante años una columna de crítica televisiva en el diario Ya, además de participar en simposios y congresos.
A partir de 1994 se dedicó de lleno a la literatura de viajes, colaborando en las revistas especializadas más importantes, así como en las secciones correspondientes de periódicos como EL PAÍS, La vanguardia, El diario vasco, and so on. Francia e Italia fueron dos de sus destinos preferidos, y fruto de sus andanzas son libros como Nápoles, Italia mía, No se puede decir impunemente “te quiero” en Venecia, París, Tahití y sus islas o Viajes para mitómanos, donde extiende una serie de rutas culturales a Inglaterra o Viena.
En las distancias cortas, José Manuel period un gran conversador, gracias a su saber enciclopédico. Podías pasarte horas hablando con él de literatura, por supuesto, pero también de cine, de ópera o música en normal, sobre todo si ópera y cine eran italianos. Este amor a la música le otorgó un premio inesperado: haciendo un reportaje sobre Verdi, en su casa de Busseto, al revelar la diapositiva tomada al piano, aparecía, semi velado, trasparente, el “fantasma” de Verdi. Esta aparición le sirvió para muchas horas de charla y sobremesa.
Sus hijos Íñigo, Beatriz y José Manuel, sus amigos (los que vamos quedando) y sus lectores recordaremos siempre a José Manuel con esa media sonrisa que siguen provocando sus relatos, una mueca comprensiva y doliente. Porque risas aparte, y como diría Gil de Biedma, hemos entendido que esta vez la cosa iba en serio.