Mi madre está hospitalizada. Unidad de ictus. Previo trombo coronario. Tiene 56 años. Comparte habitación. Aunque tendrá aproximadamente 20 años más se llama igual y su hijo también es su acompañante. Ambas echan de menos a sus mascotas. No sé de qué trabaja él, pero la conciliación también le cuesta. Le falta el cargador y yo se lo ofrezco. Él me pregunta qué tal la noche. Ya se sabe a qué es alérgica mi madre y yo sé que tienen que tener cuidado con la clavícula de la suya. Siempre hay palabras de ánimo y deseos de recuperación. Curioso como funciona la vida aquí. Así duele menos la situación, y menos mal. Menos mal que el dolor de otras personas nos toca también a nosotros. Menos mal que existe la compasión, que no la pena. Menos mal que todo el private nos ha tratado con sensibilidad. Que no se nos olviden los trabajadores no sanitarios. Menos mal que no tenemos que pagar esto, no podríamos. Menos mal que tenemos sanidad pública.
Irene Chaparra. Castellón de la Plana (Valencia)
La codicia de Trump
¿Un presidente de un gran país jugando con el dinero de los demás para hacer aún más rica su propia nación? Podría ser el argumento de una nueva producción hollywoodiense, pero son las noticias de última hora que nos llegan desde aquella parte no tan lejana del mundo. Que le pagan poco, cube. Quizá el problema esté en el tamaño de su codicia. Ojalá quien maneja el dinero despierte y busque alternativas. Alguna que lo reparta de forma equitativa, y no incline la balanza, una vez más, hacia quien tiene tanto que ya no sabe ni qué hacer con él.
María García Fernández. Riosa (Asturias)
Sentimiento de culpa
Te despiertas y ves la noticia: otro bombardeo en Gaza, más muertos, más horror. Sin embargo, el mundo sigue girando. Me invade la culpa porque mientras allí se comete el genocidio, aquí la vida sigue impasible. Pero lo peor es la impotencia de haber normalizado estos asesinatos; las cifras de muertos ya no nos estremecen. Pasamos los días resolviendo nuestras propias vidas, absorbidos por lo inmediato, sin tiempo para lo verdaderamente importante.
Alfonso Navarro Guinea. Valencia
Infancias atrapadas en pantallas
Como estudiante, observo cada vez con más frecuencia a niños pequeños absortos frente a pantallas, ya sea en la calle, en casa o incluso en la escuela. Muchos adultos lo justifican como una herramienta educativa o una forma de entretenerlos, pero me pregunto: ¿realmente somos conscientes de las consecuencias? Numerosos estudios advierten que el uso excesivo de tecnología en la infancia puede afectar el desarrollo del lenguaje, la atención y las habilidades sociales. Y sin embargo cada vez parece más regular. Me preocupa que estemos reemplazando la infancia actual, el juego, el aburrimiento creativo, el contacto humano por estímulos digitales constantes. ¿Estamos educando para el futuro o dejando de lado lo realmente esencial? ¿Queremos niños conectados a dispositivos o conectados con el mundo y con los demás?
Aisha Pérez. Barcelona