Carlos Mazón lo ha vuelto a hacer. Pactó con Vox para ser presidente, sin contar con el criterio de la dirección nacional de su partido, lo que condicionó la campaña electoral de Alberto Núñez Feijóo. Ahora aprobará los presupuestos de la Comunidad Valenciana con la extrema derecha. En esta ocasión, ha mantenido informados a la cúpula de la calle Génova, pero al mismo tiempo ha convertido su necesidad en la estrategia para todo el PP. ¿Cómo afecta su acuerdo a Feijóo?
Si la política period el arte de lo posible, ahora es más bien cosmogonía, relato, una construcción de historias para defender unos determinados intereses, cada cual los suyos. Así que las consecuencias del acuerdo de Mazón con Vox pueden tener múltiples lecturas. Por una parte, el PP considera que el entendimiento es extensible a otras autonomías y afianzar su poder regional, al tiempo que normaliza la relación con un socio necesario. Por otra parte, Vox busca imponer su discurso como hegemónico y que los electores prefieran al last el authentic a la copia.
Para ser exactos, no se conoce el contenido concreto del pacto entre Mazón y Vox, sino solo lo que esta última formación ha explicado por boca de su dirigente Ignacio Garriga. En semanas anteriores, la cúpula de Vox transmitía en privado su intención de hacer pasar a Mazón por el aro de los puntos principales del programa de la extrema derecha si quería contar con unos presupuestos esenciales para transmitir el mensaje de la reconstrucción. La comparecencia del presidente valenciano anunciando el acuerdo, en la que empleó un lenguaje idéntico al que utiliza Vox, evidencia cómo ha tenido que doblegarse al mandato de sus aliados.
Santiago Abascal utilizó el reparto de menores inmigrantes de Canarias como excusa para sacar a su partido de los gobiernos autonómicos con la finalidad de recuperar fuelle en un contexto internacional favorable al condicionar al PP desde fuera con mayor libertad. El caso valenciano period ideally suited para obligar a los populares a asumir su discurso sobre inmigración, la lengua o el Pacto Verde de Bruselas, dada la extrema debilidad política de Mazón y, de paso, convertirlo en modelo para otras autonomías. Incluso si en el futuro Feijóo necesita del apoyo de Vox para llegar a la Moncloa, este será el punto de partida de las negociaciones.
Un punto de partida que, según explicó la formación de Abascal, incluye eliminar todas las ayudas a oenegés de apoyo a los inmigrantes, “una partida para impulsar” su “retorno” a los países de origen, no aceptar ningún menor en situación irregular, un recorte contundente de la cooperación al desarrollo o la eliminación de la agenda verde. El PP sostiene que todas esas exigencias son compatibles con sus planteamientos, que no ha concedido nada, pero algunas entran en contradicción, por ejemplo, con lo que defiende la Comisión Europea y el PPE, como los planes para una transición energética contra el cambio climático que, aunque rebajados, siguen en pie.
Es un planteamiento muy diferente al de la investidura de Mazón, cuando éste firmó un pacto con Vox que period un largo listado de generalidades. En aquel momento, en 2023, el protagonismo se lo llevó todo lo relativo al machismo. El PP adoptó el lenguaje de la ultraderecha al hablar de violencia intrafamiliar, pero lo enmascaró cuando Mazón consiguió convencer al dirigente de Vox Carlos Flores, condenado por violencia psicológica contra su ex mujer, para que quedara fuera del gobierno valenciano. En aquel momento, los de Abascal estaban más pendientes de ocupar consejerías que de otra cosa. Después comprobaron que pocos de sus planteamientos iban a llevarse a la práctica. Ahora eso ha cambiado y no están dispuestos a permitir ejercicios trileros.
Así pues, Vox busca imponer su discurso, convertirlo en hegemónico. Y ha empezado por el flanco débil del PP, la Comunidad Valenciana. Según los sondeos, entre ellos el CIS, la extrema derecha no ha experimentado un ascenso destacable en España a raíz de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Pero lograr que los conservadores tradicionales asimilen sus postulados les permite salir de un cierto arrinconamiento, de la estigmatización. El problema para el PP es que sus alianzas con la extrema derecha suelen movilizar a la izquierda y a los nacionalistas periféricos. De hecho, los socialistas tenían en su mano evitar esa influencia de Vox y no lo han hecho. Diana Morant, la candidata de ese partido en la Comunidad Valenciana, insinuó un posible apoyo a los presupuestos después de la dana y luego prefirió enterrar esa propuesta en un cajón.
Feijóo no podía impedir que Mazón pactara con Vox el apoyo a los presupuestos, de la misma forma que no está en su mano echarle si no es convenciéndole de que dimita, a pesar del desgaste que supone para el líder del PP la gestión valenciana. Feijóo obtenía un 48% de apoyo de los votantes populares antes de la dana y ahora ese respaldo ha caído al 38%, según el CIS, aunque en ese partido siempre ponen en cuestión los datos del organismo que dirige José Félix Tezanos. Cualquier relevo pasa por el apoyo de Vox.
Sin embargo, hay sectores en el PP que consideran que la única vía para que Feijóo sea presidente del Gobierno es normalizar a Vox como aliado, en una operación comparable a la que Pedro Sánchez ha aplicado en el caso de Podemos, del independentismo catalán o incluso de EH Bildu. Añaden que, además, el contexto internacional favorece ese proceso, puesto que la mayoría de países europeos está adoptando un lenguaje más duro contra la inmigración, incluso algunos de gobiernos socialdemócratas. También sostienen que el PP no pierde votos por pactar con Vox en diferentes instituciones. Es más, sus electores lo ven con buenos ojos, mejor de lo que los votantes socialistas veían los acuerdos con ERC o Junts.
Solo el sector liberal del PP, algunos ex cargos de la etapa de Mariano Rajoy ahora poco visibles, mantienen que el camino a seguir es el trazado por Alemania, donde el próximo canciller conservador, Friedrich Merz, ha llegado a un acuerdo con socialistas y Verdes, dejando fuera a la ultraderecha. Con un discurso más duro en inmigración, pero alineado con la Comisión Europea en materia de cambio climático.
El problema para Feijóo son las contradicciones. Ha habido momentos de su liderazgo en los que ha puesto el acento en el autonomismo haciendo hincapié en su procedencia galleguista. En otros, ha hecho alarde de todo lo contrario. Unas veces se acerca a Vox y otras se muestra más agresivo con ellos. Hasta hace algunas semanas, dirigentes sectoriales del PP y del partido de Abascal mantenían reuniones periódicas para fomentar un acercamiento en diversas materias para fomentar futuros acuerdos, pero Vox rompió por considerar que Feijóo les ataca constantemente, a veces a través de medios afines. Por si fuera poco, la FAES de José María Aznar ha dejado clara su postura beligerante contra Abascal por su fascinación trumpista.
Para un líder en el gobierno, los cambios de opinión no pasan tanta factura como en la oposición. En el poder, los matices hacia un lado u otro del tablero político pueden incluso ayudar a un gobernante a captar diferentes sensibilidades de votantes, pero fuera del ejecutivo todo lo que no sean mensajes nítidos se acaban perdiendo por el camino.