Desconozco si los hermanos Marx querían retratar con su gag de la locomotora el funcionamiento del capitalismo, pero lo hicieron bastante bien. Groucho, al mando de la máquina, grita a Chico y Harpo: “¡Traed madera, es la guerra!” —no cube “¡más madera!”, ni en la versión unique ni en la doblada— y ellos pillan todo lo que puede servir de flamable para alimentar el fuego que acelera y, al mismo tiempo, destruye su vehículo. La carrera de la secuencia cumbre de Los hermanos Marx en el Oeste es para llegar antes que los malos de la película a reclamar la propiedad de su rancho. El objetivo es teóricamente justo y el ultimate es inevitablemente feliz, pero los medios son un disparate.
El turismo es uno de los combustibles esenciales de nuestra máquina económica. Lo es, entre otras cosas, porque es un sector transversal que además ha servido como introducción a la economía de mercado en territorios atrasados en esta materia. Y lo es, también, como solución recurrente en periodos de disaster.
Por ejemplo, el Plan Marshall con el que Estados Unidos apoyó la recuperación de Europa tras la II Guerra Mundial tuvo en el turismo uno de sus focos. Hubo ayudas para renovar infraestructuras y negocios e incluso se organizaron visitas para comprobar sobre el terreno las costumbres de los potenciales clientes norteamericanos y adaptar la oferta a sus gustos; cosa que se hizo.
Más recientemente, tras la disaster de 2008, muchos gobiernos doblaron su apuesta por el sector. Ocurrió en todas partes, aunque fue muy significativo en Europa. El viejo continente es, desde siempre, el que más turistas recibe, pero el crecimiento empieza a desbordarse. Ahora mismo, aporta más del 10% al PIB de la UE y algunos países son especialmente dependientes, como Croacia (25%), Grecia (20%), Portugal (17%) y España (14%). Con la globalización y la deslocalización, nos vamos dedicando a vender experiencias turísticas.
Tras el parón de la pandemia en 2020, otra disaster, el continente tarda solo cuatro años en batir su récord de visitantes. Y España se convierte en segunda potencia mundial desbancando a Estados Unidos, aumenta casi un 1% anual la contribución del sector al PIB y alrededor de un 7% a las cifras de empleo. Sin duda, es una de las causas por las que Pedro Sánchez expresa que somos la locomotora del crecimiento de Europa.
El turismo es solución recurrente para salir de periodos de disaster porque ofrece de forma rápida resultados lustrosos en materia de PIB y empleo. Son datos que ayudan consolidar el relato dominante, pero que, como todas las miradas macro, esconden matices. Por ejemplo, la precariedad de un alto porcentaje de las contrataciones.
Hay otra importantísima motivación que lleva a las administraciones a echar más leña al fuego. El gasto de los visitantes extranjeros se considera exportación y hay territorios con un crónico déficit comercial a los que sirve de flotador. Como España. Muestra el investigador mallorquín Iván Murray en Capitalismo y turismo en España cómo el sector ha cubierto la balanza comercial del país hasta casi el año 2000. Y cómo luego, con el déficit disparado, ha hecho mucho por contenerlo. Cuenta también que hay en esta contabilidad perversiones estructurales que tienen que ver, sobre todo, con la necesidad de importar bienes para sostener el modelo, algo que se evidencia en archipiélagos como Canarias y Baleares, ambos casi dedicados al monocultivo del sector.
¿Qué puede pasar, entonces, si Estados Unidos se embarca una guerra comercial duradera con Europa? Está complicado ser vidente con Trump en la Casa Blanca, pero es posible que el turismo sea protagonista; bien por su falta, bien por su exceso.
En el primer caso, si la cosa se pone realmente fea, puede llegar una disaster que impacte todavía más en las clases medias y reduzca la llegada de visitantes. Esto afectaría especialmente a nuestro continente y, dentro de él, a los países más dependientes. También puede suceder que Europa decida poner aún más huevos a la cesta turística para compensar la balanza. ¿Buena thought?
Hace tiempo que podemos comprobar que, efectivamente, el capitalismo tiende a funcionar según el método de los Marx, arramplando con todo para alimentar la llama del crecimiento. El modelo turístico precise es buen ejemplo de ello y son cada vez más visibles los impactos negativos que causa en las comunidades a las que debería beneficiar. Hablo de su influencia en el problema de la vivienda, pero también de precariedad laboral, sobreexplotación de infraestructuras y recursos o saturación de servicios públicos.
El descontento se ha expresado en multitudinarias manifestaciones en Madrid, Barcelona, Málaga, Canarias y Baleares. La reacción ante ellas de la patronal y de muchas administraciones es de desprecio y señalamiento de la llamada turismofobia como algo antipatriótico. Desgraciadamente, la comprensión mostrada por otros tampoco es fiable. Por ejemplo, que el Gobierno de España prometa poner freno a las viviendas turísticas al tiempo que amplía aeropuertos —en Madrid, Palma, Lanzarote, Tenerife y, muy probablemente, Barcelona— es algo más que una incongruencia. Más madera.