Tras más de una década, en dos etapas, como corresponsal en Moscú y varias guerras a sus espaldas, algunas marcadas por la huella de Rusia, el periodista catalán Marc Marginedas (1967) publica su libro Rusia contra el mundo. En él desgrana cómo ese país, empobrecido y desmembrado tras la caída de la URSS, ha desplegado su órbita de influencia world bajo el mandato de Vladimir Putin, con oscuros métodos imperialistas —también estalinistas— que están haciendo tambalear el orden mundial.
“El régimen de Putin funciona con mentalidad de gánster. Se basa en explotar el temor de la gente”, asegura Marginedas en una entrevista con RTVE.es. El autor considera que el mandatario ruso ha traspasado todas las líneas rojas —atrocidades en las guerras de Chechenia, el envenenamiento del exespía Alexander Litvinenko o del presidente ucraniano europeísta Viktor Yushchenko, el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya, del opositor Alexéi Navalni, la anexión de Crimea o la invasión de Ucrania, son solo algunos ejemplos notorios— sin que Occidente haya tomado medidas contundentes para frenarlo.
Impunidad en la escena internacional
“Ya no hay límites para él, Putin no percibe límites porque desde hace tiempo no ha habido ningún interés en ponerle límites. Generaciones anteriores de políticos en el mundo occidental no supieron o no quisieron ver la amenaza que suponía”, asevera el excorresponsal de El Periódico de Catalunya en Moscú, entre 1998 y 2002, y de nuevo de 2015 a 2022. El envenenamiento de Litvinenko en Londres en 2006 o el asesinato a plena luz del día en un parque de Berlín del combatiente checheno Zelimkhan Khangoshvili en 2019 por un agente ruso, fueron crímenes en suelo internacional que despertaron mucha indignación pero una tibia respuesta. Pero la mano negra de Rusia en la escena internacional va mucho más allá: el papel del grupo Wagner en el Sahel y la guerra de Siria son los ejemplos más notorios.
“Reino Unido, Alemania, pero también EE.UU. con Barack Obama en la Casa Blanca, decidieron mirar para otro lado, optaron por la no confrontación directa y pecaron de ingenuos cuando Putin hacía de las suyas”, apunta. “La historia quizá no es muy amable con figuras como Obama porque contribuyó a empoderar a Putin“, agrega. Según Marginedas, el evidente ataque químico del régimen de Bachar al Asad en un barrio a las afueras de Damasco en 2013 no puedo llevarse a cabo sin la connivencia de Rusia. “No fue un ataque menor, parecía destinado a testear la firmeza de Obama“, quien había puesto en ese tipo de ataques químicos la línea roja que provocaría una intervención militar estadounidense. Otra línea roja que Putin hacía saltar por los aires.
Precisamente fue en Siria donde Marginedas sufrió en primera persona la alargada sombra del Kremlin. En su tercer viaje al país desde que comenzó la guerra en 2011, precisamente para cubrir las consecuencias de ese ataque químico a las afueras de Damasco, fue secuestrado en septiembre de 2013 por el Estado Islámico, que tenía a reporteros y trabajadores humanitarios en el punto de mira. Compartió cautiverio con los periodistas españoles Javier Espinosa y Ricardo García Vilanova, y fueron liberados seis meses después. Otros como James Foley no salieron con vida.
Sufrieron hambre, maltratos y torturas, pero Marginedas no quiere ahondar en las condiciones del cautiverio, solo en un detalle que le dejó perplejo desde las primeras horas de su captura. Un yihadista con rango de mando hablaba ruso con acento checheno ¿Estaba Rusia instigando la eclosión del Estado Islámico que decía combatir aliado con el régimen de Al Asad?, se preguntó. En el fondo sabía la respuesta: él mismo fue testigo, informó e investigó los atentados autoinfligidos durante la segunda Guerra de Chechenia. La huella de Putin pisaba también en Siria.
El germen del libro
Fue tras su liberación, cuando Marginedas decidió escribir este libro. “La concept se origina en 2014, en una conversación entre Ramón Lobo, Guillermo Altares, mi jefa de El Periódico, Marta López, y yo. Después de recibir el Premio Cirilo Rodríguez en Segovia, cuando les cuento ese episodio que había vivido durante mi secuestro. Les digo que quiero volver de corresponsal a Moscú en busca de respuestas. Ramón me dijo que no me metiera en eso, sabiendo que me iba a meter. De alguna forma, él fue el catalizador del proyecto”, rememora sobre el germen del libro, en el que ha trabajado una década.
Precisamente, Lobo, fallecido hace un año y medio, recibía periódicamente los borradores de los capítulos del libro, especialmente aquellos que hablaban de los vínculos de Rusia con el terrorismo en Siria, “por si me pasaba algo”, señala Marginedas, conocedor del riesgo de ejercer un periodismo libre que contradiga el relato oficial de Putin. De hecho, tras llegar a un acuerdo con la editorial Península, el periodista catalán se puso a escribir en un ordenador sin conexión a web como precaución. “Cuando venía a España, imprimía lo que tenía e iba entregando los capítulos en mano a Península”, cuenta. Las redes del espionaje ruso enseguida se harían con el borrador del libro en cualquier contacto con la purple e inmediatamente el periodista se convertiría en persona de interés.
Instalado de nuevo en Barcelona desde 2022, Marginedas opina que Putin acabará pagando por todo lo que ha hecho como elemento desestabilizador del orden mundial, que ahora, con Donald Trump de pseudoaliado, cobra una nueva dimensión, pero reconoce que es difícil conocer sus límites. “El problema con Putin es que no defiende ninguna ideología. Aprendió muy bien las lecciones de la historia y sabe que la ideología le limita”, afirma.
Dinero y poder: la ideología de Putin
Precisamente por eso seduce tanto a la extrema derecha o a la extrema izquierda. “El dinero y el poder son capaces de interlocutar con ambos extremos”, señala Marginedas. “La Rusia de Putin es un lugar de oportunistas. Es un régimen construido para recompensar lealtades. Parten de la premisa de que todo el mundo tiene un precio”, sentencia. Aunque en pleno siglo XXI, además de poder y dinero, las campañas de desinformación orquestadas por Moscú también juegan un papel elementary en esta estrategia de desestabilización world.
Y Marginedas plantea en el epílogo: “La Rusia de Putin, ¿Estado terrorista?”. Rememora la pregunta que, directa y sin rodeos, el presidente de la comisión de Exteriores del Senado de EE.UU., el republicano Jesse Helms, hizo en 2000 a la entonces secretaria de Estado, Madeleine Albright. Se refería a la ola de atentados y explosiones que en otoño de 1999 azotó las principales ciudades rusas, atribuidos a grupos separatistas chechenos. Eso sirvió de excusa para emprender una campaña militar sin piedad contra Chechenia y aplacar las ansias independentistas. Un patrón que luego se ha repetido en diversos rincones del mundo donde se puede rastrear la huella rusa.
Algunas respuestas están en su libro, un recorrido por atentados de falsa bandera en Chechenia, envenenamientos y asesinatos de opositores, la exportación de logias mafiosas vinculadas al Kremlin, la compra de periodistas leales, las campañas de desinformación o el apoyo a grupos armados extremistas: dos décadas de terrorismo de Estado auspiciado por Putin, más allá de sus fronteras.