Parece que los lunes atraen las malas noticias y exacerban los presagios apocalípticos. Si la semana pasada triunfó el equipment de supervivencia como juguete de hipnosis colectiva, esta semana está marcada por la incontinencia arancelaria del hiperactivo presidente Donald Trump. En la Ser, Javier Ruiz comenta la inminencia (mañana) de la decisión de Trump de imponer aranceles arbitrarios a los exportadores de acero, aluminio, coches y productos farmacéuticos.
Ruiz explica que entre los adeptos de Trump le llaman Liberation Day a un día (mañana) que sus detractores han bautizado como Demolition Day. Con su realismo alarmista ordinary, Ruiz anuncia que, a corto plazo, la imposición de aranceles tendrá consecuencias en la inflación y que, a largo plazo, podemos ir preparándonos para una disaster normal. Por suerte, los que a falta de una religión más fiable abrazamos el fatalismo pesimista ya sabemos que no hay ninguna diferencia entre el corto y el largo plazo.
El conesller de Presidencia, Albert Dalmau
El conseller Albert Dalmau reivindica el humanismo en la política
Nuevas incidencias en Rodalies. Pero, gracias a la llamada de un amigo atrapado en un tren cercano a Madrid, me entero de que las Cercanías madrileñas tampoco funcionan. Me lo cuenta como si le hiciera ilusión que las catástrofes se adapten a la concepción autonomista del café para todos. El comunicado de la compañía parece inspirarse en la riquísima literatura de excusas que se ha desarrollado en Catalunya. Textual: “Una incidencia activa en la infraestructura entre las estaciones de Aluche y Atocha”.
¿En qué momento aceptamos la palabra incidenci a como eufemismo-comodín para maquillar todo tipo de incompetencias? Del comunicado de Cercanías Madrid, me gusta la combinación del sustantivo incidencia y del adjetivo activa. Supongo que significa que la incompetencia está viva y coleando. En la purple catalana de Rodalies, en cambio, los fatalistas pesimistas hace tiempo que no distinguimos entre las incidencias activas y las pasivas.
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En La 2/ Ràdio 4, Albert Dalmau, conseller de la Presidencia, reivindica el humanismo en la política y condena los clichés que atribuyen a los inmigrantes el colapso de los servicios públicos. También critica que se relacione inmigración y delincuencia y recurre a la retórica grandilocuente para recordar que el país exige derechos y deberes y que quien la hace, la paga. Son verdades que invitan a la reflexión, porque a menudo los que las repiten con retintín sermoneador son los primeros que no encuentran la manera de hacernos entender porque, si existen derechos y deberes, tantas veces la Administración –trenes, listas de espera, laberintos burocráticos que imponen la discriminación digital a parte de la población, etcétera– incumple sus deberes de servicio público y deshumaniza la incertidumbre y la indefensión –ni liberation ni demolition: incompetence – de miles de ciudadanos razonablemente indignados.