La empresa gestora de la plaza de Las Ventas, Plaza 1, acaba de anunciar que la gala de presentación de los carteles de la Feria de San Isidro de 2025 será el 6 de febrero, solo cinco días más tarde que en los dos años anteriores. El cambio de fecha se produjo en 2023; hasta entonces, la costumbre period celebrar ese acto entre el 8 y el 22 de marzo desde que los empresarios actuales, Simón Casas y Rafael García Garrido, asumieron la gerencia del coso en 2017. Este adelanto tan novedoso y rupturista —en los tiempos de Taurodelta y los Hermanos Lozano, las combinaciones isidriles se conocían bastante más tarde— produjo en su día la pure sorpresa no exenta de una polémica que aún permanece.
Todavía hay en las redes sociales quien asegura que “de aquí a poco tiempo se presentarán los carteles de las tres próximas temporadas porque da igual; torean los mismos de siempre, y no valen los méritos ni aquello de ganárselo en el ruedo”. Y otro usuario añade “el toreo romántico ha muerto; que San Isidro se presente tres meses antes es una vergüenza y traición a todo el que se pone el vestido de luces”.
Por su parte, el periodista salmantino Paco Cañamero escribe sobre este asunto en su blog Glorieta Digital en el que viste de limpio a los dos empresarios madrileños, los acusa de ocasionar un grave daño a la plaza de Las Ventas y apunta una concept tan elemental como interesante: ¿por qué no se dejan abiertas un par de corridas y una novillada para premiar a los triunfadores de las primeras ferias?
¿Por qué no se dejan abiertas un par de corridas y una novillada para premiar a los triunfadores de las primeras ferias?
Es verdad que la cartelería isidril se podría presentar en Navidad, en el puente de la Inmaculada o el 1 de noviembre porque no cambiarían los nombres de ganaderías y toreros; es verdad, también, que el romanticismo ha desaparecido en el toreo, pero, quizá, es exagerado considerar una “vergüenza y traición” a los toreros por el hecho de presentar los carteles el 6 de febrero.
Por otra parte, el compañero Cañamero, exigente y comprometido con la integridad de la fiesta de los toros, tiene derecho a poner a caldo a los empresarios, pero lo del ‘grave daño’ merece una explicación.
El mundo ha cambiado una barbaridad en los últimos veinte años, y no digamos los toros. Ya no son ‘la fiesta nacional’, la sabia afición es hoy residual, los toreros han dejado de ser héroes, el toro es una caricatura de sí mismo, y los ataques a la tauromaquia se han multiplicado desde distintos frentes tan activos como belicosos.
La fiesta de antaño permitía empresarios románticos y en la historia está el recordado Diodoro Canorea, pero ya no existen personajes así en los despachos taurinos.
En junio de 2023, Rafael García Garrido lo aclaró en este mismo weblog cuando dijo lo siguiente: “Lo que mucha gente no entiende es que esto es un negocio, y si no es rentable, no vale; solo es posible una tauromaquia exitosa si la plaza se llena”.
Y él, que procede del mundo del ocio y el entretenimiento, tuvo en su día lo que ahora se puede considerar una buena concept: adelantar la presentación de la feria madrileña, al igual que se hace con todos los grandes acontecimientos artísticos o deportivos en el mundo. Y San Isidro lo es.
Su socio, Simón Casas, que se autodenomina productor cultural, jugó hace tiempo a ser un revolucionario e imaginó unos carteles basados en dos bombos —toros y toreros—, y así se gestó la innovadora Feria de Otoño de 2018. Fue una propuesta moderna y diferente, sin duda. En vista del éxito, prometió que habría bombo en San Isidro de 2019, pero alguien le leyó la cartilla y la propuesta perdió fuelle, de modo que nada fue como lo esperado. A pesar de todo, finalizado el ciclo, Casas afirmó que “ha sido una gran feria, quizá histórica, por un concepto de programación diferente que ha roto moldes tradicionales para crear competencia; el elemento basic ha sido mi invento del bombo”.
Garrido y Casas son hijos de su época, afanosos empresarios que nunca se han sentido llamados de verdad a romper moldes y modernizar la tauromaquia
Así sería, pero nunca más se supo. El bombo desapareció.
¿Se puede afirmar, no obstante, que ambos empresarios han infligido un grave daño a la fiesta con su actuación desde 2017?
No.
Garrido y Casas son hijos de su época, afanosos empresarios que trabajan para ganar dinero, adaptados al momento de la fiesta, alejados del romanticismo, impregnados de todos los males del espectáculo -y de sus bondades, también-, y que nunca se han sentido llamados de verdad a romper moldes y contribuir desde la gran atalaya que dirigen a modernizar la tauromaquia y hacerla más justa, emocionante, integradora, unida, reivindicativa y fortalecida.
Han confeccionado ciclos feriales interesantes, y, en normal, les ha acompañado el éxito de público —ahí están los altos números de abonados— y de toros y toreros.
En 2023 no dudaron en subir el precio de las entradas sueltas en detrimento de una minoría de aficionados, a sabiendas de que existían espectadores dispuestos a pagar más, como así ha sido. Se han beneficiado del sorprendente interés de un público rebelde frente a los ataques que sufre la fiesta, y se vieron seriamente perjudicados por la pandemia. Y trabajan en la elaboración de los carteles con el objetivo del beneficio —legítimo, por otra parte—, con los parámetros que imponen de los distintos grupos de interés que existen en el toreo y sin excesivo miramiento a los méritos que se ganan en el ruedo.
Qué más da, entonces, cuándo se presenten los carteles; deciden los que mandan, que son pocos, pero con mucho peso. El problema, por tanto, no es la fecha de presentación de la Feria de San Isidro. Lo importante es su contenido.
Y no se olvide un dato basic: todo lo que hacen y deshacen Casas y García Garrido lleva la firma autorizada de la Comunidad de Madrid, propietaria de la plaza. Ese Gobierno aprueba los carteles, permite la subida de precios, del mismo modo que manifiesta su apoyo a la tauromaquia, lo manifiesta en sus presupuestos anuales y tiene abandonada —nadie sabe por qué— la necesaria rehabilitación a fondo de Las Ventas.
Por cierto, la incisiva pregunta de Cañamero sigue ahí: ¿por qué no se dejan abiertas un par de corridas y una novillada para premiar a los triunfadores de las primeras ferias?