Hace unos días, Neil Young dio una de esas campanadas que le caracterizan. Renunció a encabezar la próxima edición de Glastonbury, alegando la implicación de corporaciones como la BBC (aparentemente, no quería que la emisora estatal transmitiera su actuación). Inmediatamente, le recordaron que había tocado en Glastonbury en 2009 e incluso permitió que la BBC emitiera sus interpretaciones. Además, Glasto (como lo llaman los británicos) es un pageant muy en su línea: comprometido con el medio ambiente, dona buena parte de sus beneficios a organizaciones como Oxfam o Greenpeace.
Desde aquí, podríamos añadir que en 2008 Neil participó sin rechistar en la primera edición madrileña de Rock in Rio, una verdadera orgía de patrocinadores, con masas de invitados más interesados en comer y beber free of charge que en la música. La 2 de TVE ofreció su concierto entero, incluyendo algunos lamentables comentarios de los encargados de la transmisión. El cabecilla del pageant, el brasileño Roberto Medina, que no es precisamente un melómano, se quejó luego de que Neil Younger no atrajera suficiente público a Arganda del Rey.
Sabemos que Neil Younger detesta la intersección de la música y los intereses comerciales. En 1988, arremetió —¿pueden imaginar algo semejante ahora?— contra los artistas que se encamaban con empresas. Su vídeo para This Notice’s For You se burlaba finamente de Eric Clapton, Steve Winwood o Genesis y, ya de forma truculenta, se cebaba con Michael Jackson o Whitney Houston.
Reconozcamos que la coherencia no es una virtud asociada con Neil. En años posteriores se apuntó a otra pata del contubernio marcas/músicos: los conciertos privados para millonarios, celebrados en pequeños locales y con clandestinidad, para que no se enteren los followers.
Lo bueno (o lo malo) de Younger: dispara automáticamente. En 2022, se indignó al saber que Spotify había fichado, con un contrato extremadamente generoso, al humorista Joe Rogan, que protagonizaba el podcast entonces más in style en EE UU. El tipo es un trumpista, pero Neil focalizó su ira en la postura de Rogan contraria a las vacunas para el covid. Anunció que retiraba su música de Spotify (su amiga Joni Mitchell hizo lo mismo). Mantuvo el veto hasta que The Joe Rogan Expertise dejó de ser exclusiva de la empresa sueca y pasó a difundirse también por otras plataformas. Neil es testarudo. Durante una entrevista, le señalé los errores históricos de Cortez the Killer, su filípica contra Hernán Cortés. No los discutió: “Prefiero mi versión”.
En verdad, todavía participa del idealismo hippy, que no pone límites a la imaginación: se empeñó en que le convirtieran un Lincoln Continental de 1959 en un coche híbrido; lo logró, pero, mientras estaban recargando sus baterías, el vehículo se incendió. Fue reparado, aunque se quedó en un prototipo, puro capricho ejemplarizante.
Más costosa fue la aventura de Pono, un reproductor de música digital más un servicio que vendía grabaciones de alta resolución. No funcionó: el trasto, parecido a una tableta de Toblerone, period poco ergonómico y no se apreciaba una gran diferencia de calidad sonora.
Puede que Younger ya no sea el mismo desde que murió Elliott Roberts, su sensato supervisor. Pero algo debió de aprender a su lado: acaba de retirar su veto a Glastonbury y está dispuesto a negociar con la BBC.