La Herrera se baja de un taxi bajo la lluvia que lleva días asolando Madrid, saluda, y baja, la primera y a buen ritmo, los cinco o seis tramos de escaleras hasta llegar a las tripas del teatro Bellas Artes, donde, en un par de días, protagonizará el enésimo estreno de su carrera. Acaban de reformar los viejos camerinos del viejo coliseo y Herrera, con más tablas que un tablao a cuestas, celebra alborozada los cambios como una niña con zapatos nuevos. Bajo un moderno impermeable acolchado shade hueso luce un sobrio conjunto de punto negro, un moño tirante y blanquísimo sobre la coronilla y un cutis virgen de afeites. Para las fotos, sin embargo, pone otras condiciones de maquillaje y peluquería: “No pretendo parecer ni guapa ni joven, pero esto queda para siempre y quiero salir bien”, pide, con ese puntito mezcla de pundonor y exigencia de las grandes del oficio. El luminoso resultado puede verse sobre estas líneas.
La entrevisté hace 12 años. Había creado una línea de ropa para señoras porque decía que no encontraba nada que le gustara. ¿La encuentra ahora?
Ahora hay más variedad. Pero antes no había ropa para mujeres de mis años y mis hechuras. Eran, o cosas de jovencita, ajustadas y con el culo al aire, o tallas grandes sin gusto. Y todo se puede hacer con gusto. Una prenda puede tener mucha gracia, aunque sea ancha. Y una puede verse bien, elegante y cómoda, a cualquier edad y con cualquier talla.
Entonces, su corte de pelo esculpido hacia atrás, period pedido por muchas. ¿Le consta?
Si tú lo dices… Ese corte lo llevé mucho tiempo, pero period incómodo para trabajar, porque me tenía que poner una peluca, que son odiosas, para muchos papeles. Pero sí, siempre he tenido muy buen pelo, y he disfrutado mucho de él. Lo he llevado de todas las formas posible. En momentos determinantes de mi vida, como no podía cortarme la cabeza, me cortaba el pelo y me hacía la ilusión de que cambiaba.
¿Qué otras cosas buenas ha tenido en la vida, además del pelo?
Mucha fuerza, mucho aguante, que no sabía que lo tenía. Al revés, creía que period muy frágil y muy débil. Es ahora, cuando miro atrás, que digo: no eras nada flojita, guapa, que has aguantado lo tuyo, en la vida y en el trabajo. Lo que he tenido siempre es mucha presencia de ánimo para hacer frente a las cosas, porque la vida me ha puesto en situaciones muy difíciles en las que no he tenido más remedio que ser fuerte.
¿Y el amor propio?
Más que eso, he tenido vergüenza torera. El decir: esto tengo que hacerlo, esto tengo que superarlo. Siempre he tirado para adelante, he tenido mucha intuición, y eso también me ha ayudado a tirar del carro. Llevo toda la vida haciéndolo.
En junio cumple 90 años. ¿Cómo lo va a celebrar?
No soy de celebrar. Cuando cumplí 75, creo, lo celebré ahí enfrente, en una terraza, con un catering y tal, pero yo celebro todos los días estar viva, estar bien… estar. No soy de celebraciones en common porque, por esta profesión, yo no he ido ni a las bodas, ni bautizos ni entierros de casi nadie, porque siempre estaba actuando o de gira. Mi vida ha sido un camino raro, pero es el que me ha tocado.
Cada vez quedan menos actrices y actores de su generación. ¿Cómo lleva las pérdidas?
Nos vamos muriendo, es pure. La generación con la que he hecho el camino, va desapareciendo y, bueno, con los años llevas mejor las pérdidas porque lo encuentras pure. Lo que es antinatural es que se vaya alguien joven, eso te pilla a desmano. Me ha tocado mucho el alma la muerte de Marisa Paredes [fallecida el 17 de diciembre, a los 78 años]. No éramos íntimas, pero habíamos coincidido alguna vez, nos apreciábamos y me pareció que a ella no le tocaba. Pero yo estoy bastante familiarizada con la muerte. Hace muchísimos años hice una terapia para aceptarla. Tuve el tino de hacerlo y no vivir horrorizada. Yo soy de salir al encuentro del toro, cogerlo por los cuernos y no esperar a que te pille
Encadena un cartel con otro. ¿No ha tenido travesías del desierto?
Desde 1957 no he estado más de seis meses seguidos sin trabajar en el teatro. Yo es que he dicho que sí a todo lo que me ofrecían, me gustara o no, porque no tenía otra cosa de qué vivir y tenía que trabajar. Yo he hecho muchas cosas que no me creía y he aprendido mucho haciéndolas porque he tenido que trabajar mucho para creérmelas, porque mi método no es el Stanislavski, no he estudiado nada de eso, soy autodidacta y aquí sigo.
Me da que le repatea que la llamen “gran dama de la escena”.
Sé que me lo dicen con cariño, pero no me gusta. No soy una gran dama, ni la Herrera, soy una actriz. Mejor: una cómica. Me niego a ser una clásica. Soy una mujer mayor que ha vivido una vida muy larga, que estoy al día de lo que pasa en el mundo y que me siento viva. No me siento ni mejor ni peor que nadie. Me gusta estar rodeada de gente de distintas generaciones. Todo el que llega te puede aportar, te puede enseñar algo. Así que no quiero estancarme ni decir que he llegado. Sigo caminando, unas veces das traspiés y otras te levantas. Me dedico a construir historias, personajes, a creérmelos, a intentar conmover con mi propia conmoción. Poque hay personajes que me conmocionan muchísimo, me tocan de cerca, como la Helen Martins de el de El camino a La Meca.
¿Por qué?
Porque ella sigue buscando libertad. Y yo sigo buscando libertades todavía, hasta que me muera, si hay vida, siempre hay esperanza de cambiar algo.
¿Qué quiere cambiar usted?
Creo que, el haber estado tanto tiempo en una profesión y ser conocida, no te quita el derecho a tener una opinión que tenga algún peso. Creo que hay que opinar, que hay que mojarse. Soy una mujer de izquierdas desde que nací. Al teatro viene gente de todo tipo, pero estaría bueno que yo no pudiera opinar. Yo, por ejemplo, sé que hay gente de extrema derecha que no me ha votado para algún premio, pero a mí, a diferencia de otros, un premio más o menos me da igual. Mi mayor premio es hacer una función todos los días y, si el teatro se llena, mejor. A estas alturas, quiero trabajar con quien quiera trabajar conmigo, no voy a pedir trabajo a nadie.
¿Está al cabo de la calle de la actualidad?
Totalmente. Todas las noches veo el 24 horas, con Xabier Fortes. Me espero a la noche para escuchar un tono más sosegado, oír distintas opiniones y sacar mis propias conclusiones. A mí, que nací en 1935 y he vivido la dictadura y luego la esperanza de la democracia, ver, a mi edad, cómo todo se ha dado la vuelta del revés, y cómo la extrema derecha esté sacando la cabeza de esta manera, me tiene descompuesta.
¿Qué le gusta hacer cuando no está trabajando?
Me gusta casi todo, soy una mujer que me distraigo mucho. Tengo una cabeza con muchas fantasías. En mi cabeza puedo ser una ancianita, sabiendo muchísimas cosas de todo lo que he vivido, pero, al mismo tiempo, una niña muy, muy, muy niña. Mi madre me decía que me entretenía sola, y sigo haciéndolo de vieja. Tengo a mis hijos, pero no soy muy de meterme en sus cosas. Me encanta estar sola. Yo, de gira, lo saben mis compañeros, no salgo ni a cenar, me subo a mi habitación y me quedo tan ancha. Yo elijo cómo y con quién estar.
En esta, y en otras obras, ha trabajado con Natalia Dicenta, su hija. ¿Cómo es para una madre ver crecer a su hija como actriz?
Es que Natalia ya nació crecida. No parece que esté bien que una madre hable de eso, pero es una realidad que puede corroborar cualquiera que haya visto sus trabajos. Lo que pasa es que su carrera no ha estado tan sembrada de trabajo, no es una chica que empuje a nadie, ni que vaya a los sitios donde la gente se encuentra. Tiene muchísimo talento. Entonces, a mí, encontrarme con Natalia Dicenta, no con mi hija, en un escenario, es importante porque es una buenísima actriz. En el escenario no somos madre e hija, somos dos colegas, dos amigas, y eso está bien y es muy sano.
En la obra interpreta a una escultora que acabó suicidándose. ¿En su juventud se hablaba de salud psychological?
No se llevaba, la depresión no existía, period algo de mal tono. Y, fíjate si había motivos para estar no ya deprimidos, sino desesperados, pero de eso no se hablaba. Period de muy mal tono socialmente y muy negativo de cara a las personas.
Por no hablar de la sexualidad femenina, o la menopausia, imagino.
Bueno, es que eso no existía. Lo ibas conociendo sobre la marcha, sobre la propia experiencia. En mi casa jamás me hablaron de eso, y luego, de mayor, ni siquiera entre amigas.
¿No hablaba de sexo ni siquiera con sus amigas actrices?
Ni siquiera. Fíjate, recuerdo que, de joven, las actrices mayores, todas primeras actrices, sí que hablaban claro de sus amantes, de con quién se liaban, de con quién fueron a América. Pero las de mi generación, las que nos criamos en el franquismo, no, ha habido siempre mucho silencio y mucha hipocresía. Igual es que yo no he tenido mucha suerte, pero con la única que hablaba claramente, porque fuimos amigas desde muy jóvenes, period con Pilar Bardem. Las dos teníamos novios de teatro, las dos nos casamos y a las dos nos dieron la patada en el culo y tuvimos que sacar adelante a los hijos. Mira, otra que se fue pronto.
¿Para cuándo el próximo corte de pelo?
Pues mira, me resulta tan cómodo cogerme este moño, que me va a resultar muy difícil que me cambien. Estoy muy a gusto con este pelo, con estas canas, estoy encantada de la vida. Así no tengo que ir a la peluquería, y eso que yo adoraba a la mía. Si no hubiera sido actriz hubiera sido peluquera. Pero ya no quiero ir a uno de esos sitios a que te pongan mejor, porque yo ya no tengo arreglo.
Permítame que discrepe. Usted ha sido imagen de una marca de belleza con 84 años.
He gastado mucho tiempo y dinero en mis tratamientos, en mis cosas, porque había que cuidarse, había que alargar ese periodo en que tienes que parecer que eres más joven, y más o menos lo logré durante un largo tiempo, 20 o 30 años, pero luego es inútil. Hagas lo que hagas, no tiene solución. Salvo que te metas cosas o te hagas operaciones de esas tremendas que te hacen parece otra. Y yo no quiero ser otra, quiero ser yo. Entonces, para ser yo, tengo que aceptar mis arrugas, mi desmejora, mis ojeras, mis destrozos. Eso es mío, y soy así.
¿Cuánto le ha costado esa aceptación?
A nadie le gusta el deterioro, y el deterioro hay veces que te sorprende cuando te miras al espejo. Pero una cosa es que te sorprenda, y otra que te amargue la vida. Y yo creo que, precisamente, a la gente que le amarga la vida es la que se hace esos destrozos en la cara, y lueso somos una cosa clónica. Desgraciadamente, la mujer ha caído en eso, que no deja de ser machismo. Y los hombres también, eh, porque hay que ver ahora mismo los hombres cómo van.
VIDA DE UNA CÓMICA
Lola Herrera (Valladolid, 89 años hasta junio) se siente retratada cuando se le llama cómica, en el sentido clásico de la palabra, el de actriz, intérprete y creadora de personajes. Dueña de una gran voz y una gran presencia, no solo escénica, Herrera lleva casi siete décadas haciéndolo sobre las tablas. Son legendarias sus interpretaciones de mujeres devastadas y a la vez fuertes en el monólogo Cinco horas con Mario, en Función de noche, donde se esbozaban sus glorias y miserias de pareja con su marido, Daniel Dicenta, y en todas las obras que le han ofrecido, porque ella, asegura, siempre dijo que sí a todo por no poder decir que no. Ahora se desquita, solo quiere trabajar con quien quiere trabajar con ella. El último, el director Claudio Tolcachir, que la dirige a ella, a su hija, Natalia Dicenta, y a Carlos Olalla en el teatro Bellas Artes de Madrid, interpretando El camino a La Meca, una obra que reivindica la libertad private, la soledad elegida y la alianza entre mujeres.