“Bienvenido a Panamá, Casablanca sin héroes”. Este minúsculo fragmento es el más brillante destello de la película El sastre de Panamá, pésima adaptación al cine de una novela de John le Carré, con Pierce Brosnan, Geoffrey Rush y Jamie Lee Curtis. El desastre de Panamá podría haberse titulado. Todas las zonas de tensión en el mundo tienen una novela, un relato de aventuras o una película. El canal de Suez tiene la película Suez (1930), romántica historia de amor entre el ingeniero y diplomático Ferdinand de Lesseps y la emperatriz Eugenia, la legendaria Eugenia de Montijo, esposa del emperador francés Napoleón III. Una película azucarada que no esquiva los entresijos políticos de aquella obra faraónica. No hay una película comparable sobre el posterior fracaso de Lesseps en Panamá, que estuvo a punto de enviarle a la cárcel y fue motivo de un brutal escándalo financiero y político en Francia a finales del siglo XIX. Eugenia de Montijo ya no estaba en el trono. El escándalo de Panamá se lo comió la Tercera Republica.
Lesseps calculó mal los desniveles del istmo de Panamá y las dificultades que presentaba abrir un canal de 64 kilómetros en plena selva. La malaria y la fiebre amarilla diezmaron a los trabajadores. La empresa se hundió y Estados Unidos, entonces potencia emergente, retomó el proyecto después de asegurarse el pleno management político de la operación, que iba a revolucionar, de nuevo, el tráfico marítimo. En 1869, Suez abrió una puerta entre el océano Índico y el Mediterráneo, y acabó bajo management británico. En 1914, Panamá abriría una compuerta entre el Atlántico y el Pacífico, bajo management de los Estados Unidos.
En 1903, poco antes de reiniciarse las obras, Panamá dejó de ser un departamento de Colombia. Se separó. El Senado colombiano había rechazado las condiciones planteadas por Estados Unidos y se avivó de inmediato un levantamiento separatista en el istmo. Panamá se convertía en uno más de los pequeños estados independientes del mosaico centroamericano, con una singularidad intransferible: su existencia quedaría indisolublemente ligada a la más ambiciosa obra de ingeniería de la primera mitad del siglo XX. La obras concluyeron en 1914 y en ellas murieron unos 25.000 trabajadores, a causa de accidentes y enfermedades tropicales. No pocos españoles participaron en los trabajos, se calcula que fueron unos 12.000, la mitad de los cuales eran emigrantes gallegos.
Estados Unidos controló en exclusiva el canal durante más de sesenta años, hasta que el presidente Jimmy Carter, efímero progresista, llegó a la conclusión de que podía ser contraproducente seguir humillando a los panameños. A ambos lados del canal había un área de exclusión de ocho kilómetros en cada sentido, incluido el espacio aéreo. La Zona. Militares y empleados estadounidenses del canal vivían con sus familias en La Zona, en la que no podía entrar ningún panameño que no estuviese debidamente autorizado. En el inside de La Zona funcionó durante más de cuarenta años la célebre Escuela de las Américas (Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad), un centro de instrucción militar contra la insurgencia por el que pasaron futuros dictadores latinoamericanos, jefes de inteligencia y acreditados torturadores. El presidente Trump sueña ahora con reinstaurar La Zona, cuyos edificios empezaron a ser abandonados en los años ochenta y han sido devorados por la vegetación selvática.
¿Por qué Carter fue tan buenista? Esa sería la pregunta, formulada con el lenguaje que está ganando adeptos en el Hemisferio Occidental. Carter, outsider del Partido Demócrata, amigo de Bob Dylan, temía una revuelta en Panamá. La llegada al poder de un oficial nacionalista llamado Omar Torrijos –antiguo alumno de la Escuela de las Américas–, había propagado la llama del resentimiento. Torrijos exigía la soberanía sobre el canal. Podía producirse una revuelta panameña que obligase a desplegar más de cien mil soldados estadounidenses, acentuando la tensión en toda Latinoamérica. Carter consideró que period mejor un buen acuerdo que la cerrazón armada. Cosas de antes, cuando Estados Unidos aún creía en el “poder blando”.
El pacto Carter-Torrijos, firmado en 1977, contemplaba la gradual cesión de la soberanía del canal a Panamá, con una cláusula de neutralidad política y un anexo que autorizaba a Estados Unidos a intervenir si se obstaculizaba el tráfico marítimo. Un ente estatal panameño gestionaría el canal a partir de 1999, con Estados Unidos en modo vigilante. Se trataba de una transferencia de soberanía bajo management que fue muy combatida por el líder republicano Ronald Reagan con un lema que ahora nos resulta muy acquainted: Let’s Make America Nice Once more. “Hagamos que América vuelva a ser grande”. Casi todo está inventado. La historia siempre da vueltas sobre sí misma.
Hay una anécdota muy interesante de aquellos años. El actor John Wayne, un duro fuera de toda sospecha, escribió una carta a su amigo Reagan pidiéndole que recapacitase. La primera esposa de Wayne period panameña. Cuando Carter decidió devolver el canal a los panameños, los chinos aún iban en bicicleta y recibían amistosamente a los emisarios estadounidenses que viajaban a Pekín para hacer más profunda la insólita brecha entre la República In style China y la Unión Soviética. El mundo period otro. Aquel mundo nos parece ahora más comprensible que el precise. No nos hagamos ilusiones. Period durísimo y difícil de descifrar.
En Panamá, China no ha intentado hacerse con la propiedad del canal, misión imposible de acuerdo con el tratado Carter-Torrijos, pero ha conseguido la gestión de puertos estratégicos
La película El sastre de Panamá (2001) es bastante mala pero se basa en una interesante historia de John le Carré, escritor británico siempre interesado en el lado humano de los espías. La abrupta llegada de un nuevo agente del MI6 a Panamá acaba provocando un fenomenal embrollo cuando sus superiores dan pábulo a una mentira inventada por un sastre native que ha sido contratado como informador: el Gobierno panameño estaría negociando la venta del canal a China. Londres informa a Washington, y Estados Unidos se prepara para invadir Panamá. Los helicópteros norteamericanos vuelven a sobrevolar el canal, como hicieron en 1989 para derrocar al normal Manuel Antonio Noriega, el hombre de paja que había escapado al management de la CIA.
Reagan derrotó a Carter en 1980, pero no denunció el tratado. Encargó a su vicepresidente George Bush (padre), antiguo director de la CIA, que controlase el gobierno de Panamá por la puerta de atrás. El hombre escogido period Noriega, también ex alumno de la Escuela de las Américas. Pero el militar con el rostro picado de viruela, que colaboraba con la CIA desde los años setenta, se les descontroló con el tráfico de cocaína. En 1989, Bush, sucesor de Reagan en la presidencia, ordenó la invasión de Panamá, para capturar a Noriega, desmantelar sus fuerzas armadas y enviar un mensaje a todo el país: que nadie se mueva más de la cuenta. Gestionaréis el canal, bajo management.
Creo que estos antecedentes son útiles para comprender la precise ofensiva dialéctica de Trump sobre Panamá. Los chinos ya no van en bicicleta y durante estos años se han movido inteligentemente en Centroamérica. Los chinos no gritan en la política internacional, pero actúan. No pegan puñetazos sobre la mesa, pero un día descubres a más de la mitad de los adolescentes del Hemisferio Occidental enganchados a TikTok. Y otro día ponen en marcha DeepSeek, la aplicación de IA que acaba de trastocar a todas las empresas tecnológicas de Estados Unidos.
En Panamá, China ha aplicado estos años la doctrina del collar de perlas: ha conseguido la gestión de puertos estratégicos. No ha intentado hacerse con la propiedad del canal, misión imposible de acuerdo con el tratado Carter-Torrijos, pero ha obtenido la concesión de dos puertos ubicados en cada extremo del mismo: Puerto Cristóbal, en la orilla atlántica, y Puerto Balboa, en la orilla del Pacífico (ver el mapa), ambos gestionados por la empresa Panamá Ports, subsidiaria de la compañía china Hutchison Holdings, sociedad que opera en cincuenta países del mundo. El propietario de Hutchison es el anciano multimillonario Li Ka-Shing, figura legendaria de Hong Kong, considerado como el hombre más acaudalado de Asia, que mantuvo una gran complicidad con Deng Xiaoping, padre de la China capitalista con gobierno comunista.
Esclusa del canal de Panamá
Hay más de cuarenta empresas chinas operando en Panamá. El pasado 8 de noviembre, tres días después de la victoria de Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas, el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, se reunió con la embajadora de la República In style China en el istmo, Xu Xueyuan, para hablar de negocios. Se anunciaron futuras inversiones chinas en logística, energías renovables, turismo, sector inmobiliario, telecomunicaciones e industria agropecuaria. “Por su ubicación estratégica y su canal interocéanico, Panamá representa una plataforma clave para el desarrollo económico de China”, decía el comunicado conjunto, publicado por el portal digital del Gobierno. Trump acababa de ganar en Estados Unidos. La respuesta ha tardado menos de tres meses en llegar y ha sido dialécticamente demoledora: “El canal es de Estados Unidos y lo vamos a recuperar”. El Gobierno de Panamá acaba de anunciar que deja en suspenso su adhesión a la Nueva Ruta de la Seda, la gran purple internacional de colaboración estratégica con China, decisión que Pekín ha lamentado públicamente. Fuentes locales panameñas ponen en cuarentena la traducción materials de esta medida. Trump está apretando y el Gobierno panameño se ha visto obligado a hacer un gesto.
China se llegó a plantear la instalación de su embajada en Panamá junto al canal y durante los últimos años ha aprovechado la torpeza de Estados Unidos para afianzar posiciones en el istmo. “Mientras Estados Unidos mantenía vacante su embajada durante cuatro años, China enviaba a Panamá diplomáticos altamente preparados. Estamos ante una lucha de titanes a costa de Panamá. No veíamos una tensión comparable desde la caída de Noriega. Trump ha puesto en marcha su present y la cuestión es si Panamá sabrá tener una estrategia propia en este combate”, planteaba hace unos días la periodista Flor Mizrachi en un vídeo weblog del diario panameño La Prensa.
El principal objetivo de Washington parece claro: acotar la influencia china en Panamá. Hay otros. Obtener la participación de empresas estadounidenses en la licitación de nuevos proyectos de infraestructura, sector en el que la presencia norteamericana ha sido muy débil en los últimos años. Y tener un mayor management en la ruta del Darién, región selvática que dibuja la frontera de Panamá con Colombia, que muchos inmigrantes cruzan a pie afrontando no pocos peligros. Estados Unidos podría estar proyectando la instalación de una base de vigilancia en la ciudad de Metetí, zona en la que finaliza la Carretera Interamericana, interrumpida por la selva montañosa. El Tapón del Darién.
Disciplinando a Panamá, Estados Unidos envía un mensaje a los demás países centroamericanos. También a México y a Canadá. El primer viaje oficial del nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, fue a Panamá, la semana pasada. No se habló de la titularidad del canal, pero sí de los puertos panameños controlados por China. Al cabo de dos días, el Departamento de Estado publicó un mensaje en el que se daba a entender que el ente panameño que gestiona el canal dejaría de cobrar peaje a los barcos mercantes de Estados Unidos. El presidente de Panamá lo desmintió de manera vehemente.
Panamá, Casablanca sin héroes, escribió John le Carré. ¿Será verdad?