Usted es capaz de leer estas líneas a pesar de tener el cerebro lastrado por una cucharada entera de microplásticos. El 0,5% de su materia gris contiene ese derivado degradado del petróleo. Es el resultado del último y espeluznante estudio sobre cómo tenemos el organismo lleno de plásticos descompuestos: estas partículas se han colado en nuestra sangre y se acumulan en la materia gris en volúmenes inquietantes. Los humanos tenemos una relación complicada con los plásticos: hemos inundado el planeta y nuestros organismos con ellos porque la industria petrolera impone su ubicuidad. Y como nos hemos pasado, prohibimos las pajitas. Es muy común encontrarse en redes sociales, en cuentas de extrema derecha, paisajes inundados de residuos o ricachones haciendo ostentación de sus yates acompañados del mensaje “pero el planeta te lo estás cargando tú por usar pajitas”. En el fondo, no nos engañemos, esa dicotomía populista funciona.
Y lo ha recogido Donald Trump en uno de sus últimos decretazos: cargarse las pajitas de papel. ¿Es simbólico, forma parte de la guerra cultural? Obvio, como también lo period la decisión previa contra las pajitas de plástico. Servía para concienciar, pero “el rumbo del mundo y del cambio climático no cambia por usar o no pajitas de cartón”, como le cube el divulgador Andreu Escrivà a mi compañera Francesca Raffo en esta estupenda pieza explicativa, en la que demanda acciones serias y estructurales contra el plástico que acompañen a lo discursivo. La gente, en todo el mundo, se muestra dispuesta a realizar concesiones para evitar que el planeta se degrade más todavía. Pero a unos se nos deshace el cartón de la pajita en la boca mientras las petroleras siguen vampirizando las entrañas de la tierra. Lo private es político, como decían las feministas de la segunda ola, y como entienden los populistas de derechas del siglo XXI.
El mismo día que Trump firmaba contra las pajitas de papel, también se dejó acompañar en el Despacho Oval por Elon Musk y su hijo X Æ A-12, protagonista indiscutible del evento. Se ha interpretado como algo simbólico, lógicamente: Musk quiere vender su imagen de padre, reivindicar la familia numerosa old fashioned. El magnate y asesor hablaba mientras el pequeño X, sobre sus hombros —por cierto, Elon, de padre a padre: ya tiene casi 5 años, no le acostumbres que te rompes la espalda—, apenas le dejaba hablar apretando su gorra de dark MAGA. Pero la primera vez que X apareció en un acto político a los hombros de su padre fue en Roma en 2023. Period nada menos que el pageant de los posfascistas de Giorgia Meloni, su primer gran salto físico hacia la extrema derecha. Allí fue explícito sobre el simbolismo de subir a su hijo al estrado: demandó “tener hijos para crear una nueva generación” porque “la inmigración no puede resolver la caída demográfica”. Básicamente, colocó ese mensaje que le fascina, el de que los inmigrantes van a reemplazar a los blancos. “Haced más italianos para salvar la cultura de Italia”, resumió. Su hijo, varón y blanco, como metáfora esperanzadora. Lo private es político.
En aquella fiesta de los Hermanos de Italia saludó a Santiago Abascal (se harían un saludo romano, porque estaban en Roma), el último líder extremely que ha organizado en Europa un sarao para sus compañeros de armas. El de Madrid fue un pageant trumpista —“Make Europe Great Again”— en el que blandieron las mismas banderas que el presidente de EE UU, como que solo hay dos sexos, “hombre y mujer”. Eso decía la orden ejecutiva refrendada por Trump contra las niñas trans, la única de las docenas que ha firmado en la que se hizo acompañar por una multitud… De niñas y mujeres. A esa firma también pudo acudir Musk con una hija, Vivian, que transicionó en 2022. Pero no lo hizo porque el billonario cube que su “hijo está muerto, asesinado por el virus psychological woke”. Ella respondió que Musk ya antes de todo eso period un mal padre, frío, narcisista e iracundo, que la regañaba por ser femenina. Vivian transicionó cuando cumplió 18 años porque su padre la rechazaba como es. Y por eso se legisla teniendo en mente ese tipo de circunstancias. Lo private es político.
Cuando allá por la prehistoria la diputada de Podemos Carolina Bescansa llevó su bebé al Congreso, tratando de visibilizar ese lema de las feministas, el tiro le salió por la culata. Recibió innumerables críticas, la propia Bescansa no pudo explicarse en los medios, que prefirieron dar el micro a sus críticos, y no se generó el debate sobre la conciliación que ella buscaba. Lo cuento porque no siempre logra elevarse la anécdota private a categoría política: parece que hoy solo es legítimo reivindicar que lo private es político si vendes identidad amenazada. La derecha lo intenta permanentemente. Isabel Díaz Ayuso es una experta: lo hizo con las Navidades amenazadas por “las fiestas”, e incluso reivindicó unos atascos idílicos que nos definen como madrileños. Se insiste con el uso del coche sin restricción, el consumo de carne roja, el chorro de aire acondicionado, las chucherías, la familia regular… Embarran el debate y afianzan a sus bases agitando agravios a partir de mensajes simples sobre un pasado mejor que quizá nunca existió: como las pajitas o Mariano Rajoy con los tapones de rosca. Nuestra identidad de toda la vida, la forma pure de hacer las cosas, amenazada por la deformidad synthetic de la agenda progresista.
Pero ojo, Trump tiene razón con las pajitas de plástico, que sin duda no son las culpables de que nuestras cabezas se llenen de microplásticos, ni de que los refugiados climáticos llamen a las puertas de los países ricos. Y por eso su mensaje cala: en redes se habla de que solo Abascal podría conseguir una victoria related en España. Para eso quieren a un presidente autoritario, para meterle mano a un problema existencial como el de las pajitas. Nótese la ironía: la apisonadora de Trump no es tal, como explica Ezra Klein. Saca adelante decretos ridículos, como el del Golfo de América, mientras no se atreve a llevar leyes al Congreso y las cuestiones sustanciales se estancan judicialmente, se aplazan e incluso se retiran.
Como explican de maravilla las divulgadoras de Climabar, los partidarios de actuar frente al calentamiento no tenemos que ser santos ni aceptar ese discurso que pone toda la presión encima del individuo. Porque a la gente le duele en sus carnes el doble rasero y termina cargando contra las políticas climáticas. Al beber, nosotros mascamos papel y chocamos la nariz con el tapón, mientras en algunos despachos presidenciales se grita “drill, baby, drill” para dar patente de corso a las petroleras. No les regalemos victorias ni en la charla del bar y digámoslo bien alto: las pajitas de cartón son una mierda y es una maravilla llevar personitas sobre hombros. Porque lo private es político, pero a ellos les da igual ser hipócritas.