Las armas han callado al fin en Líbano, tras 11 meses de guerra que comenzó con un ataque con misiles sobre Israel y derivó en una guerra abierta con un ataque israelí con explosivos en los buscapersonas de militantes de Hezbolá, el descabezamiento de la cúpula de la milicia proiraní, intensos bombardeos y, desde hace dos meses, la invasión terrestre del sur del país. La tregua pactada entre Israel y Hezbolá, anunciada este martes, durará 60 días, el tiempo para la retirada de las fuerzas ahora enfrentadas, pero con ambición de convertirse en un cese permanente de hostilidades. La tregua empezó de madrugada, pero fue precedida por un último y brutal bombardeo que desató el pánico en Beirut.
Después de un año de hostilidades, el saldo de los bombardeos de Israel es de más de 3.800 muertos en Líbano, 15.700 heridos, alrededor de 1,2 millones de desplazados, casi 100.000 edificios dañados o destruidos, daños en construcciones calculados por el Banco Mundial en 2.800 millones de dólares y, sobre todo, cientos de miles de libaneses sin hogar y con sus vidas arruinadas.
El seguimiento queda en manos de un comité de vigilancia formado por las cinco partes de la negociación: Estados Unidos, Israel, Francia, Líbano y Naciones Unidas. La aplicación de la tregua da un nuevo relieve a la misión de paz de los cascos azules instalados en Líbano desde 1978 para la supervisión de las resoluciones de Naciones Unidas. Dos presidentes debilitados, como Joe Biden y Emmanuel Macron, son los garantes del acuerdo.
Los incentivos de Netanyahu para el acuerdo son variados, ninguno definitivo. Principalmente, el primer ministro consigue dos objetivos importantes, a dos meses de que tome posesión en Estados Unidos un aliado para planes más ambiciosos y realistas que ganar una guerra en Líbano. No hay que descartar que esté presionado por un desgaste operativo de un Ejército que combate en dos frentes, aparte de golpear en Siria y vigilar a Irán. Pero fundamentalmente Netanyahu consigue la retirada de Hezbolá y de sus lanzadoras de misiles de la zona meridional de Líbano, lo que permitirá el regreso de los alrededor de 70.000 ciudadanos israelíes evacuados del norte de Israel. Se trata de una medalla de consumo interno en Israel que por sí sola justificaba el cese de la ofensiva. A cambio, Netanyahu retira sus tropas, pero no cede realmente nada. Invadir Líbano nunca ha estado sobre la mesa, las fuerzas israelíes nunca han llegado a controlar un territorio significativo, y la concept de acabar con una estructura tan compleja como Hezbolá no es más que retórica extremista. Israel se reserva el derecho golpear de nuevo ante “cualquier vulneración” por parte de Hezbolá.
Pero en el plano regional, además, la tregua supone que ha quedado rota la correlación lógica entre el lanzamiento de misiles de Hezbolá y la brutal invasión de Gaza por parte de Israel. Si Hezbolá renuncia a continuar con las hostilidades mientras la guerra de la Franja sigue activa, sin bajar ni un ápice su insoportable nivel de destrucción humana, se puede entender que se ha roto la cadena de solidaridad iraní. Teherán ha dejado caer a Hezbolá, al igual que Hezbolá deja caer a Hamás. Netanyahu ha desactivado un frente de guerra verdaderamente problemático y sin futuro mientras continúa una limpieza étnica en Gaza y la expansión violenta y sin management por Cisjordania. Los palestinos están solos y a expensas de que la actitud de Estados Unidos (tan apaciguadora como ineficiente) cambie significativamente a favor de Netanyahu en enero.